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Scott dio click en su teléfono celular e inmediatamente una foto de la Torre Eiffel se capturó en su pantalla. Aunque el sol ya había desaparecido por completo, la luz artificial de múltiples lámparas la alumbraba a la perfección.

—Esto se verá fabuloso en mi Instagram —dijo al momento de revisar la fotografía.

Y vaya que su usuario en las diferentes redes sociales ya era causa de asombro. Desde que había llegado a París, dos días atrás, sus cuentas estaban repletas de fotos que Scott iba tomando de cada situación que vivía. La comida, una copa de vino, la pizza francesa, una calle vacía, el cielo estrellado, bajando del avión... cualquier oportunidad era buena para darle un nuevo status a su perfil.

La Torre Eiffel estaba a tan sólo unos metros del Río Sena, que a esas horas de la noche se veía bastante espectacular también. Scott ya se había encargado de tomar, por lo menos, unas quince fotos de los alrededores. Cenó un restaurante llamado "Cercle de la mer", y después, decidido a caminar un poco, se aventuró en las hermosas calles nocturnas que rodeaban el famoso monumento francés.

En esos momentos, caminando por la Avenida Gustave Eiffel, Scott suspiró.

—Vaya... —estaba asombrado de la belleza parisina de la Torre.

Construida a lo largo de dos años, dos meses y cinco días, siendo inaugurada el 1 de Marzo de 1887, aquella maravilla fue considerada la construcción más alta del mundo durante 41 años, y era visitada anualmente por un promedio de siete millones de turistas. Scott ahora formaba parte de la cifra.

Scott siempre había sido alguien positivo. Veía cada situación como una oportunidad para aprender, reflexionar y no errar. Ahora estaba ahí, cumpliendo su sueño de viajar por el mundo y ser uno de los dos mil afortunados que habían logrado tener un boleto en aquél vuelo inaugural de la nueva línea de Atlantic. Todo había resultado excelente, a excepción por el enorme susto que se llevaron todos durante unos minutos, en el aire.

Todavía lo recordaba como si hubiera pasado minutos antes.

Justo en cuanto el avión comenzó a agitarse, Scott se apretó con fuerza las manos. No soportaba las turbulencias, y menos si el viaje era demasiado largo. Un golpe sacudió el avión con tanta fuerza que muchos gritaron. A su lado, Ben tenía los ojos cerrados y movía los labios sin emitir sonido alguno. ¿Estaría orando? ¿Pidiéndole a su Dios que los salvara? ¿Cómo podía tener esa confianza y tranquilidad en un momento como ese?

Otro golpe golpeó al Atlantic 316 y varias personas comenzaron a levantarse. La energía había desaparecido. El anuncio del capitán no había concluido y el caos había comenzado en todo el pasillo del avión.

—Ben —lo llamó Dianne desde la ventanilla—, ven y toma asiento aquí.

Ella quitó su cinturón y se levantó con rapidez. Ben, en cambio, siguió con los ojos cerrados.

—¡Ben!

—¿Se unirán al caos? —Scott aún no podía soltarse. El miedo se había apoderado de él, y ahora más que nunca necesitaba de una esponja o algún juguete de goma para tranquilizarse.

Dianne logró captar la atención de Ben, y de un segundo a otro, los dos ya habían cambiado de lugar. Las personas en el pasillo corrían de un lado a otro, gritaban, las turbulencias aún seguían golpeando al avión, y por alguna extraña razón había una luz muy brillante proveniente de cada una de las ventanillas. ¿Qué estaría pasando?

—¿Scott? —Dianne se ajustó el cinturón y lo tomó del brazo—. ¿Scott?

Él estaba totalmente paralizado. El miedo lo había llevado a la petrificación total.

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