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La ciudad de Londres era magnífica.

Conocida por sus diferentes y populares distritos, monumentos históricos y maravillosos hoteles, la ciudad capitalina de Inglaterra había surgido desde el crecimiento de dos ciudades: la Ciudad de Londres, y la Ciudad de Westmister. El Río Támesis era una de sus poderosas insignias, mientras que sus ocho millones de habitantes presumían de una amplia variedad de culturas, religiones y etnias.

—¿Cómo rayos nos puede estar pasando esto a nosotros? —Cooper tomó asiento en una silla solitaria, en uno de los pasillos del Parque Greenwich.

—¿Por qué no disfrutas en lugar de preocuparte? —dijo James, mientras se colocaba unas gafas de sol encima de su rostro y miraba con atención los alrededores.

En esos momentos, sólo se encontraban ellos dos. Dianne y Allori debían de estar cerca del Big Ben, dando un paseo, mientras que Scott y Max intentaban encontrar un lugar donde pasar aquella noche.

En cuanto llegaron a Londres el día anterior, solicitaron una noche en un hotel de bajo presupuesto. Luego, habían acordado el pasar el día siguiente separados, como si no supieran de la existencia del otro. No podían arriesgarse a que ese tal Blackwood los pillara en Inglaterra.

—¿Crees que Max encuentre a su amiga? —inquirió Cooper, mirando a su amigo.

—Dependemos de eso —dijo James—; esa tal Miranda puede sernos de mucha ayuda, aunque... siendo honesto, no sé cómo podría ayudarnos. Si ella conoce de la ley, quizás se oponga a echarnos una mano.

—Pero, ¿y si ella también está siendo observada por Blackwood?

—Entonces nos ayudará... o eso espero.

Después de responderle a su amigo, James desvió la mirada y la dirigió hacía cualquier otra parte. Había leído por ahí que había un Observatorio cerca. La mala noticia era la escasez del dinero. Sin su tarjeta de crédito, que había dejado en Madrid, en el hotel de Dianne, no podía comprar nada; y aunque la tuviera, estaba reportada como robada por parte de... sí mismo. ¿Algún día descubriría aquella extraña razón? ¿O qué tal si el mismísimo Blackwood había sido el responsable de aquél acto? ¿Cancelar su tarjeta para que James se viera metido en más líos?

Su mente estaba demasiado inquieta. El hecho de haber encontrado a más Pasajeros del Atlantic 316, y descubrir que cada uno de ellos había sostenido una especie de visión con una Pirámide hacía todo mucho más confuso y complicado. Sobre todo si pensaba en el tema con el que Max había dado por finalizada la conversación durante el viaje en el tren de la Eurostar.

¿Una llamada telefónica desde 1215?

En cuanto Max soltó esas palabras, James estuvo a punto de soltar una carcajada. Por un momento creyó que lo decía para liberar un poco la tensión y brindarle a los demás Pasajeros unos segundos de risa.

Pero nadie se rió. Nadie soltó un murmullo.

—¿Qué dijiste? —preguntó Scott—. ¿Cómo es...?

—Aquí, mira —Max sostuvo el teléfono frente a él de nuevo y le señaló la fecha—. Marca que estamos en el año mil doscientos quince, ¿no? Sin embargo el mío está actualizado. Estamos en el dos mil diecisiete.

—El mío dice lo mismo —dijo Allori.

—Y el mío —añadió James.

—Sin embargo... vamos a ver si es cierto —Max volvió a tomar el teléfono de Scott, entró a la bandeja de llamadas, y nuevamente lo sostuvo frente a todos—. Acabo de confirmar mi teoría.

Había algunas llamadas hechas una semana atrás, solicitando permisos en el trabajo para poder tener unos días libres, pero eso no llamó la atención de los Pasajeros. Lo que creaba cierta confusión y curiosidad era la última llamada que se había hecho. Claramente, indicaba una fecha imposible.

25 de Enero, 1215. Dianne, 37 segundos.

Max tenía razón. Alguien había hecho una llamada desde esa línea y ese teléfono en 1215, pero... ¿cómo?

—¿Sigues pensándolo? —preguntó Cooper, despertando a James de sus pensamientos—; ¿la llamada?

—Eso creo.

—¿Cómo pudo pasar?

—Hay muchas cosas que no entiendo, Coop —musitó James, aún sin mirarlo—, el vuelo, los tres minutos, el triángulo, lo que todos vimos, los susurros...

—¿Qué tienen de especial esos susurros? —soltó Cooper—, yo no he escuchado nada. Sólo tú y Dianne tienen esa habilidad. ¿Es una excusa para conquistarla, amigo?

—¿Qué? —James frunció el ceño y esta vez sí lo miró con ciertos aires de confusión—; ¿de qué estás hablando?

—He visto que tienes ciertos tratos con ella —le sonrió Cooper—, no me digas que no.

—Estás loco, Coop —farfulló James—, ni siquiera la conozco. Si estamos todos juntos, es por que el Gobierno nos está siguiendo, y...

Ya lo esperaba. Pero el problema era que no estaba listo para ello. En cuanto escuchó las palabras, cada vello de su cuerpo se paralizó. Cada miembro, pierna, brazo, incluso dedo, sintió un frío que jamás había sentido en su vida. Un miedo atroz, que invadió poco a poco su tranquilidad.

—James... James... James...

Ahí estaban los susurros de nuevo.

—Vámonos, Coop —James se dio la vuelta y comenzó a correr como si su vida dependiera de ello.

—¿Qué es lo que...? ¡Espera!

—¡VÁMONOS!

James corrió a lo largo de la Avenida Blackheath, intentando no llamar demasiado la atención, lo cual le fue imposible. Un parque público, lleno de turistas y de residentes a esas horas del día, y un hombre corriendo desesperadamente por uno de sus corredores principales era algo difícil de ignorar.

Cooper, intentando seguirle el paso, comenzó a correr detrás de él. De vez en cuando echaba una mirada a sus espaldas, esperando encontrar a alguna patrulla o quizás agentes del Gobierno que estuvieran persiguiéndolos con armas en mano y alguna carta que proclamara que ahora estaban bajo la ley inglesa... pero nada de eso apareció. Detrás de Cooper sólo había algunas miradas curiosas, así como el ladrido de un perro alegre.

Nadie los estaba siguiendo.

Finalmente, después de unos minutos, James se detuvo en un pabellón. Necesitaba respirar; para cuando Cooper llegó con él, ya estaba sudando, la playera un poco mojada, y las piernas le dolían.

—¿Qué fue lo que...?

—¿Viste algo? ¿A alguien? —James estaba también sin aire, pero el tono de preocupación que empleó alertó a su amigo.

—No, a nadie —dijo él—. ¿Por qué? ¿Qué fue lo que pasó?

Ni él podía explicarlo. 

¿Qué había pasado? ¿Por qué correr en ese momento y no unos días atrás, cuando llegaron al aeropuerto de Madrid, donde James había escuchado a los Susurradores por primera vez? ¿Qué era lo que le daba tanto miedo?

Los hechos recientes eran la causa. El haber encontrado más Pasajeros con las mismas visiones que él experimentó durante los tres minutos de turbulencia le dio un poco de ánimo, de esperanza, de calma, por saber que había más personas que quizás estuvieran tan marcadas como él de lo que había pasado en ese momento. Haber tomado la Eurostar hasta Londres y en el camino averiguar lo que el Gobierno quería de ellos, así como los misterios detrás de una llamada telefónica remontada a muchos siglos atrás fue también un gran avance en lo que estaban viviendo.

Si la llamada que había recibido Dianne provenía desde 1215, y había sido un Susurrador quién la había hecho, significaba que lo que habían presenciado en el Triángulo debía de tener alguna relación directa con ellos. Quizás... los Susurradores provenían del Triángulo. ¿Y si todo era como una película de terror, como había dicho Coop unos días atrás? ¿Y si... los Susurradores habían seguido a los Pasajeros para reclamar sus almas? ¿Y si... era cierto todo aquello?

—James, ¿qué pasó? —repitió Cooper, aún arqueándose por el cansancio—. ¡Responde!

¿Cómo explicarlo? Cooper no le creía nada de los Susurradores, entonces... ¿cómo explicarle que los Susurradores los habían seguido hasta Londres?

PasajerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora