II

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Todos los años en ese grupo de la Wai se hacía un partido único contra un colegio cercano. Era una especie de tradición.

Un detalle importante era que durante 18 años siempre lo habíamos perdido.

Gonzalo que era nuestro monitor deportivo. Él típico muchacho que cree tener más músculos que todos, constantemente usando su fuerza bruta para mostrarte como se hace deporte. Con su cara de sabelotodo y el pelo corte militar, su actitud altanera y sofocante. Esa actitud y cara que solo se puede asemejar a la de tu padre cuando te manda a hacer las tareas.

Me había estado buscando porque se venía una nueva versión del partido y estaba entrenándonos. Pero debido a lo acontecido con el Jordan no me sentía muy animado de participar, aún mantenía la imagen de ese joven altanero gritando y retándome.

Cuando salía del colegio tomaba la micro 373, una destartalada máquina que se movía más que los actuales cines 4d, la gente empujándose, algunos discutiendo, otros quedándose dormidos, como una vez que uno de esos personajes, que se fue de cabeza al suelo y no se dio ni por enterado, hasta que una señora lo movió y abrió los ojos como platos al ver que estaba en el suelo, con tremendo chichón en la cabeza.

Era inevitable no quedarse pegado en la ventana de la micro observando la cancha de básquet por la noche; Siempre vacía con el aro casi suplicando por una pelota y la cancha que anhelaba tener a niños corriendo y jugando. Pero las noches oscuras de la Wai, no eran buenas para practicar el Básquet, debido a la nula iluminación nocturna, no veías nada de nada.

Una de esas noches venía con mi mamá, algo me hizo aplastar mi cara a esa sucia ventana. Era una silueta de alguien lanzando al aro, pantalones cortos, de mi estatura y edad, estaba solo. Lo vi hacer unas pocas jugadas y lanzamientos. Aunque mi pasada fue rápida, noté que de todos los lanzamientos que hizo. ¡No falló ninguno!

El Regreso del CanguroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora