VII

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Como a los 3 meses mientras Gonzalo nos daba su entrenamiento de Básquet militar, nos avisó que el partido anual frente al Colegio B456 se iba a realizar como todos los años y que teníamos que ganar. Sin olvidar que nos daba la información con esa voz golpeada y su frente arrugada, asemejando a un general a punto de empezar una batalla.

Como mencioné anteriormente, jamás el grupo juvenil había salido victorioso de ese partido, que ya iba en su décimo octava edición. Él pensaba que era hora de cambiar la historia.

Claro que la cara de sorpresa e incredulidad de todos nosotros, no lo convencía mucho.

El partido se jugaría al siguiente día, y yo estaba muy emocionado, sentía que jugaría muy bien porque había progresado mucho.

VIII

Ese día de primavera se realizó el partido entre la escuela "B456", y el grupo juvenil "Jóvenes vivos".

Recuerdo que llegué a la cancha y el monitor nos paso nuestras primeras camisetas, sentía que mi estomago se apretaba, mis manos sudaban, mis piernas flaqueaba, el aire era cada vez más frio, tiritaba aunque hubiese 30 grados de calor. Estaba muy nervioso, y mis amigos también. La cancha estaba llena de alumnos del colegio, un grupo de barristas del grupo, niñas con plumero apoyando, el árbitro y los jueces, todo como lo ameritaba un partido con tanta tradición.

El tiempo se detenía, y el corazón se aceleraba. Lo que pasaba en minutos en realidad eran horas. Todo lo que se siente cuando juegas este deporte, y aún más cuando eres un niño.

Miré la copa, preguntándome si sería nuestra, era mucha la emoción para un niño de 12 años.

Caminamos en fila hacia la cancha con nuestros rivales al lado. ¡ERAN UNOS GIGANTES!, parecían adultos; altos, musculosos y atléticos, nos miramos con nuestros compañeros, sabiendo que no teníamos ninguna posibilidad de ganar. Había temor, eso era lógico y era más notorio al inicio del partido, cuando los tuvimos al frente y ellos tenían una risa burlona, al ver que teníamos que empinarnos, aun así terminábamos mirándolos para arriba.

El árbitro era más pequeño que nuestros rivales, siendo un adulto.

Se puso al medio de la cancha, mientras las niñas gritaban sus cantitos, el viento corría más y más fuerte, aunque para los demás era apenas una brisa, es lo que te pasa cuando estás en una cancha a punto de empezar un partido. Todo se multiplica, el frio es calor, el calor es frio, la brisa es una tempestad, y tu corazón palpita como si fuese a explotar...

Comenzó el partido con ellos haciendo jugadas rápidas, preparadas, anotando una y otra vez. Terminado el primer tiempo con una diferencia de cerca de 30 puntos, nosotros apenas habíamos hecho dos dobles.

Cuando salimos en el entretiempo todos se burlaban lo que nos avergonzaba. También los más grandes del grupo juvenil como el Jordan hacían bromas afuera de la cancha.

Cuando nos sentamos en las bancas y el monitor nos daba instrucciones, yo estaba en blanco, miraba a mis amigos con la cara transpirada, asustada, los hombros caídos. Silencio sepulcral. Eso me llenaba de tristeza. Me preguntaba qué haría el canguro en mi lugar; sé que él habría cambiado la historia de aquél partido.

Y fue en ese instante de pensamientos que escuché a mis espaldas unos gritos:

- ¡DALE SERGIO! ¡ARRIBA! ¡USTEDES PUEDEN!

¡Era el canguro! con su sonrisa y su pelota en la mano, parado en una banca junto a mis amigas.

Sentí tanta alegría, que al mirar a mis compañeros de equipo noté en sus ojos brillosos llenos de emoción que no era el único. Lo saludábamos haciéndole señas con la mano. Yo estaba lleno de emoción y alegría de verlo, pero a la vez me puso más nervioso saber que vería como nos destrozaban en la cancha aquellos grandotes.

Ustedes pensarán que esto sería como una película. Que yo tomara una fuerza inusitada, que me convirtiera en Michael Jordan y cambiara aquel partido. Claro que sí. En una historieta de ficción o película. Pero lamentablemente esto era la vida real y no existía un director que escribiera otro final para aquel partido: "una masacre".

El Regreso del CanguroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora