IX

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Comenzó el segundo tiempo, y empezamos a jugar bien, hicimos un doble. Pero al pasar unos minutos, volvió todo a la normalidad, nos volvieron a hacer jugadas rápidas y preparadas, aunque acortábamos un poco con algunos puntos, acto seguido llenaban nuestro aro de puntos. Los grandotes jugaban extraordinario, y su físico comparado con el nuestro hizo mella en el resultado, cada vez que trataba de marcar a alguno, salía lejos, debido a la diferencia física notoria que existía.

El viento chocaba mi rostro, el temor se apoderaba de mi cuerpo, de mí ser, los gritos me hacían caer en pánico, el balón era cada vez más pesado, mi mirada se dirigía hacia la barra en busca del Canguro, pero no la encontraba, y fue cuando salí de mi letargo. Vi al monitor pasándole la camiseta a un jugador. Era un niño crespo, con zapatillas rotas, planta despegada, short desteñido, calcetas blancas que estaban grises, seguramente porque nadie se las lavaba, pero con su sonrisa a flor de piel, el Canguro entraba a la cancha, trotando, pegándome una palmada en la espalda y diciendo:

- Bueno Sergio imaginemos que estamos como todas las tardes. Toma ese balón y divirtámonos.

Me reí con nerviosismo, pero si supieran lo que sentía mi corazón aquella tarde, no lo entenderían, era un sentimiento de calor por dentro, como si fuera a quemarme, parecía que se iba a salir del cuerpo, me latía tan rápido, la emoción no cabía en ese espacio, era algo indescriptible, ¡Era básquet!, junto a aquel niño que me enseñó a amar este deporte.

El Regreso del CanguroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora