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Dos días después fue al café de la plaza central, la cual se encontraba más concurrida de lo normal por las fechas. Hasta podía sentir las emociones recorrer el lugar con fervor, ¿era navidad lo que ocasionaba tanta alegría? Se encogió de hombros, no le importaba en lo absoluto.

Sonrió al verlo en la mesa del otro lado de la cafetería; un joven de cabello azabache y ojos castaño, con una hermosa normalidad gritando por todo su cuerpo. Sabía que era él, su chico secreto. Se encaminó hacia la mesa en la que se encontraba el apuesto chico, para luego recorrer una silla y sentarse en ésta.

—Linda noche —comentó su fascinación mirando la ventana—, la nieve cae como si fueran corazones rotos. La ventisca solitaria suele ser la peor de todas.

—¿No pasarás con nadie estás fiestas? —preguntó sonriendo.

—¿Pasar...? Oh, claro que sí —contestó sonriendo burlón—, y me voy a divertir mucho ese día.

Por alguna razón, una ola de ira recorrió el cuerpo del heredero de Slytherin, era molesto pensar que su-chico-no-tan-suyo iba a divertirse esas fiestas sin él, ¿quién rayos era la persona con la que se iba a ver?

—¿Tú vas a hacer algo?

—Revisar unos papeles, no tengo mucho tiempo libre como para estar con gente molesta —siseó.

—¿Y por qué estás conmigo?

—Eres especial.

—Oh, eso es muy reconfortante, señor Riddle.

—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó frunciendo el ceño.

Harry río tomando de su café mientras miraba a su acosador. Tom no era el único con trucos para saber más del otro, y, como la mayoría de los trucos, se quedan en secreto.

—¿En qué trabajas? —preguntó Potter— Mencionaste papeles, por lo cual debe ser de oficina, pareces de esas personas que trabajan en el ministerio con un puesto importante, ¿o me equivoco?

—Para nada, joven Desconocido —se burló sonriendo—. Trabajo en el ministerio en un puesto realmente importante... ¿y tú?

—No te diré dónde trabajo —informó el azabache, por no decir que no trabajaba—. En estos momentos es peligroso decir en qué trabajas, más con el Imperio ya establecido.

—¿Y qué opinas del Imperio?

El disfrazado gruñó y miró su café para olvidar el enojo que había crecido en su interior. Debía admitir que había partes en las que estaba completamente de acuerdo con el Imperio, pero otras, simplemente, estaban total equivocadas, pero eran más correctas que cualquier otra, por lo cual decidió vivir en el anonimato, eso y por otra causa, pero, ¿qué pasaría si alguien supiera dónde vivía el niño-que-vivió? Se había encargado de alejarse hasta de Remus y Sirius para no ponerse en peligro; a él y a ellos.

Y estaba funcionando de maravilla.

—Creo en lo que dice —contestó causando la sonrisa de la persona frente a él—... en cierta parte.

—¿Cómo?

—Las leyes anti-muggles están completamente en lo correcto, nos habíamos acercado tanto a ellos que terminaban descubriendo muchos secretos nuestro, secretos que hubieran costado nuestras vidas si no eran cuidados correctamente. Había casos de niños maltratados por sus propias familias sólo por el simple hecho de poder hacer algo que ellos no —Harry se puso serio de un momento a otro, conteniendo una mueca de asco al recordar a sus propios parientes—. Pero estoy en contra de privar a los nacidos de muggles por la simple razón de haber nacido dónde lo hicieron y cómo lo hicieron. Ellos no decidieron eso.

Tom Riddle puso los codos en la mesa y recargó su barbilla en sus manos, estaba saliendo algo nuevo en esa conversación, ¿cuándo alguien podía hablar con tanta libertad del Imperio? Nunca había conocido a alguien que no tuviese miedo de hablar, menos en frente de él.

—Parece que se les olvida que la mayoría de magos poderosos son mestizos, tal como Dumbledore o el mismo Lord Voldemort —anunció tomando su café, para luego parar a la mesera y pedirle, con unos coqueteos entre la conversación, un pedazo de pastel.

—También el joven Potter era poderoso —comentó Riddle encogiéndose de hombros—, lamentablemente desapareció sin dejar rastros.

—Sí, es una lástima —susurró comiendo el enorme pastel de chocolate con fresa—. La salvación del mundo mágico, desaparecido.

El pelinegro miró al azabache con interrogación mientras éste se dedicaba a escupir las palabras con cierto recelo. Sonrió con arrogancia.

—¿Conociste al señor Potter?

—No, no le conocí —respondió—. Pensé que lo hacía, pero estaba completamente equivocado.

Tom abrió la boca, pero no pudo sacar nada ya que el azabache, con un movimiento de mano -cosa que le asombró-, recogió su comida poniéndola en una caja y levantándose.

—Nos vemos luego, Riddle.

Ese otro día, Tom Riddle pagó la cuenta del joven.

Disfraz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora