Capítulo 15: Esto es imposible

839 86 17
                                    

Disclaimer: Alice in Wonderland pertenece a sus respectivos dueños. Sólo escribo por placer y sin fines de lucro.

 Sólo escribo por placer y sin fines de lucro

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

|Capítulo 15|

|Esto es imposible|

"Only if you believe it is"

Tarrant Hightop, The Mad Hatter

Mi estómago estaba revuelto. Mi cabeza no podía concentrarse. Había tomado la decisión de ser el campeón de la Reina Blanca. Iba a enfrentarme a la bestia que ellos llamaban Jabberwocky en cualquier momento. Estaba segura de que quería hacerlo, de que debía ser yo y nadie más quien lo enfrentara. Pero eso no significaba que era inmune al dolor o la muerte. Y eso me asustaba de una manera terrible.

―No deberías preocuparte tanto― dijo una voz a mi derecha. Tarrant había interrumpido el dictado de mi pensamiento. Estábamos cabalgando hacia donde el duelo tomaría lugar. Mirana iba delante de nosotros en un caballo blanco, yo iba montaba en el Bandersnacht y Tarrant iba a pie, como los demás soldados.

―Temo por mi vida― le confié.

―Deberías. Si no se teme por la vida... ¿Por qué se va a temer?― contestó él, muy tranquilo.

―La verdad no tengo ganas de hablar de existencialismo.

― ¿Y eso que es?

―No importa― al parecer esa corriente de pensamiento no había llegado a Infratierra ―. ¿Cómo lo haces?

― ¿Qué cosa?

―Estar tan tranquilo, Tarrant. Quisiera ser como tú.

―No, mi querida Alicia. Nadie quiere ser como yo.

―Me refiero a tu tranquilidad. ¿Acaso no tienes miedo?

―Temo por ti. No por mí.

― ¿Por qué no por ti?

―Es tarde para mí. Tú eres la que me importa― aseveró, dirigiéndome una profunda mirada. Mi corazón dio un vuelco y tuve que desviar la vista. Me sentí abochornada.

―Espero que no te estés comportando así por vergüenza― siguió él, sonriendo con picardía mientras quitaba sus ojos de mí.

―No es eso, es que...― y me quedé sin palabras para luego reconocer Bueno, si, es por eso. ¿Por qué me besaste ayer?

―Porque quería hacerlo. Hace bastante que quería. Desde que llegaste en realidad. Te esperé por mucho tiempo, querida.

―Lamento haberte hecho esperar tanto.

―No fue tu culpa. Solo eras una pequeñita cuando viniste. Yo no tenía ningún derecho a pedirte que te quedaras.

― ¿Y ahora?― pregunté, interesada en lo que contestaría. El Sombrerero medió un poco sus palabras y luego siguió.

―Aun no estoy seguro. Seguro estoy que en la tierra de arriba debes tener familiares, amigos, un novio quizás. Eres joven, yo hace muchísimas tazas de té que dejé de serlo. No sé siquiera si tú te quieres quedar.

Esto me puso a pensar. Yo sí sentía algo por él, pero la idea de quedarme a vivir allí por siempre... era una locura. Locuras, de eso sí sabía. Mi padre siempre me decía que las mejores personas estaban locas. Tarrant era el hombre más amable que había conocido. El único que me había cuidado tanto después de mi padre. El único. Ese era él.

Sumergida en este razonamiento, seguimos cabalgando en silencio. Poco a poco, el paraje se iba volviendo más sobrio y lúgubre. Al parecer, nos dirigíamos a un lugar en dónde no me gustaría perderme de noche. A lo lejos, se divisaba un enorme terreno descampado. A juzgar por los pisos de cerámicas desgastadas en medio de puro campo, estábamos en las ruinas de un castillo que ya no existía.

―Es aquí― me murmuró Tarrant, para que el Bandersnacht se detuviera. La Reina Blanca bajó de su caballo y tomó un respiro. Las tropas detrás de nosotros se detuvieron. Allí, justo en frente de nosotros, se encontraba la Reina Roja, sentada en un carruaje de la mano con Stayne, quien estaba de pie a su lado. Detrás de la cabezona mujer, había filas de soldados en forma de naipes.

Mirana comenzó a caminar hacia ella con paso firme mientras Iracebeth bajaba del carruaje con delicadeza para ir luego a su encuentro. Por mi parte, me bajé del Bandersnacht y me situé al lado de Tarrant. Mc Twips saltaba tras la blanca soberana y cuando esta estuvo lo bastante cerca de su hermana cabezona, se colocó en el centro de las dos. La tensión reinaba en el aire. Ambas reinas se miraban fijamente. El conejo blanco tocó su pequeña trompeta, que resonó por todo el predio.

―En este, el Frabulloso Día, las reinas Roja y Blanca enviarán a sus campeones a batallar en su nombre― recitó.

―Racie, no tenemos que pelear―dijo la Reina Blanca, extendiendo su mano en son de paz. Sin embargo, su hermana no se lo tomó de la mejor manera.

―Ya sé lo que haces― respondió con asco ―. Crees que puedes parpadear esos ojitos tuyos y me desarmaré como mamá y papá lo hacían.

―Por favor.

― ¡No! ¡Esa es mi corona! ¡Yo soy la mayor!― la mujer cabezona se dio la vuelta y gritó otra vez ―. ¡Jabberwocky!

A lo lejos, en dónde el paraje se veía aún más desolado, del lado rojo de la batalla, un gran levantamiento de terreno comenzó a moverse. No era un terreno. Pude ver un par de alas de murciélago desprenderse del oscuro y arrugado cuerpo. Sus ojos rojos brillantes, liberaban una especie de luz penetrante. La gran criatura era similar a un dragón, pero con aspecto de paraguas arrugado. Mis ojos no podían dejar de verlo, yo sabía que debía enfrentarlo.

―Yo sí me quiero quedar aquí― le murmuré a Tarrant, sin dejar de ver al inmenso animal que se iba acercando hacia el centro del campo de batalla, rugiendo y haciendo toda clase de ruidos horribles.

―Me parece genial, estupendo. Increíblemente estupendo― me respondió él, tan absorto en el dragón como yo. Obviamente, ambos estábamos fuera de nuestro cuerpo.

―Esto es imposible― le dije en voz muy baja, mi miedo comenzaba a aflorar.

―Solo si lo crees así.

―A veces, yo creo en seis cosas imposibles antes del desayuno.

―Una excelente práctica. Sin embargo, solo por el momento, sería mejor que te concentres en el Jabberwocky― el Sombrerero ya no estaba calmado. Sus ojos se habían enrojecido un poco, estaba alerta y listo para atacar.

― ¿Dónde está tu campeón hermanita?― preguntó Iracebeth, fanfarroneando. Supe que era mi turno de aparecer en la situación.

―Suerte, Alicia― alcanzó a decirme Tarrant a mis espaldas, mientras me acercaba hacia donde estaban las reinas.

―Aquí estoy.

―Hola... Um― la Reina Roja me miraba despectivamente.

La bestia se acercaba cada vez más a mí. Era intimidante, quería correr, irme de allí. Pero alguna fuerza hizo que me quedara allí. Ahora era el momento de la verdad. Ahora me enfrentaría al Jabberwocky.

Continuará...

Si te interesó esta historia y quieres leer más sobre Alice in Wonderland, puedes ver mis historias "La igualdad entre el cuervo y el escritorio" o "Sueños" o "El vacío que tú llenaste".

Gracias por leer, los comentarios serán apreciados

Cereza Queenie

La historia del Sombrerero [Alicia en el País de las Maravillas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora