Isabel le pasó la flauta de manera brusca. El la cogió y esbozó una de aquellas sonrisas maravillosamente torcidas que lo caracterizaban.
—Ven aquí.
Tras decir estas palabras, Jose Manuel encendió una lámpara y se sentó en la cama. Dando golpecitos en el colchón, junto a él, esperó a que Isabel se acercara. Ella miró intranquila la puerta abierta. No estaba plenamente segura de que quisiera aventurarse a llegar hasta ese punto de la habitación mientras se encontraba a solas con él. Cuando se volvió para mirarlo una vez más, su sonrisa se había vuelto picara.
—Jovencita, te cuesta mucho confiar en las personas.
Isabel se encogió de hombros de una manera casi imperceptible. Él le guiñó un ojo y alargó la mano para darle la flauta.
—No puedo enseñarte a tocarla si te quedas ahí, en el otro extremo de la habitación.
Esto era cierto, y ella lo sabía. Y se moría de ganas de aprender. Se acercó a la cama lentamente. Sentarse junto a él la ponía nerviosa. Bajo aquella trémula luz, el hombre parecía extraordinariamente corpulento.
—En primer lugar, tienes que poner la boca correctamente en la flauta. —Tras decir estas palabras, rodeó sus hombros con un brazo para ayudarla a asir el instrumento.
Al sentirlo tan cerca, Isabel se sobresaltó. Cuando le lanzó una mirada inquisidora, descubrió que la cara de él se encontraba a muy pocos centímetros de la suya. Le dio un vuelco el corazón y se le paró tras dar una alarmante sacudida. Poco después, empezó a funcionar de nuevo, pero perezosamente. Cada uno de los latidos golpeaba con violencia sus costillas.
—Te di mi palabra, ¿recuerdas? —Se inclinó hacia adelante para que ella pudiera verlo hablar mientras le enseñaba cómo tocar la flauta— Tienes que poner la boca correctamente. —Para que viera lo que debía hacer, Jose Manuel plegó los labios sobre sus dientes— Luego, llevas la boca al orificio. Muy bien. Ahora sopla.
Isabel expulsó aire con todas las fuerzas que logró reunir. No salió ningún sonido, pero era evidente que otra cosa sí lo hizo. Jose Manuel echó la cabeza hacia atrás, se rio y se limpió debajo de un ojo.
—No tan fuerte, fierecilla. Se te va a reventar un vaso sanguíneo.
Isabel inclinó la cabeza para intentarlo de nuevo. Esta vez, Jose se apartó. Sus ojos se iluminaron con una risa muda. Por la garganta de ella subió una risita nerviosa. Olvidando ahogar el sonido, tragó saliva en el último segundo para intentar contenerlo, y estuvo a punto de ahogarse.
La sonrisa de Jose Manuel se desvaneció de repente.
—Puedes reírte, Isabel. No está prohibido hacerlo en esta casa. Ríe todo lo que quieras.
Se quedó paralizada, mirándolo fijamente por encima de las llaves de la flauta. Se le quitaron las ganas de reír. El dirigió su mirada hacia el techo.
—Tenemos vigas sólidas y resistentes. Te prometo que el techo no se derrumbará. Nadie va a enfadarse. Yo no te castigaré. Este es ahora tu hogar. Si alguien se queja de algún ruido que hagas, puede irse al mismísimo infierno, y además invitado por mí.
Al ver que ella seguía mirándolo fijamente con incredulidad, Jose Manuel negó con la cabeza.
—Vale, no te rías. Roma no se construyó en un día. Seguiremos trabajando en ello. —Le hizo un guiño— Esta noche nos conformaremos con sacar de quicio a Maddy con unas cuantas notas discordantes.
En el lapso de una hora, eso era exactamente lo que Isabel estaba haciendo. Maddy apareció en la entrada, tapándose las orejas con las manos.
—¡Ay, señor, tenga piedad de mí!
Jose Manuel se rio y le hizo señas para que se marchara.
—Tápate los oídos con algodón. Nos estamos divirtiendo.
Isabel soplaba la flauta con todas sus fuerzas. El sonido más hermoso del mundo resonaba en su cabeza. La chica tomó aire una vez más y volvió a hacerlo. Sintió que la cama temblaba y supo que Jose se estaba riendo. Ella retiró la boca del instrumento y le sonrió.
Apartando un mechón de pelo de la sien de Isabel, él le devolvió la sonrisa. Y luego la sorprendió.
—La flauta es tuya, Isabel. Puedes tocarla mañana todo el día si así lo quieres. Pero basta ya por esta noche. —Miró a Maddy, y luego se volvió de nuevo hacia Isabel para que ella pudiera leerle los labios mientras le hablaba— Deja de tocar antes de que un ama de llaves que conozco decida arrancarnos la cabellera.
Isabel puso la flauta sobre su regazo y acarició sus llaves con veneración. Después de todo, Jose Manuel sí le había hecho un regalo de boda, pensó. Y además era algo que a nadie más se le había ocurrido siquiera regalarle.
Música... Hermosa música envuelta en magia.
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~La canción de Isabel~
FantasyJose Manuel Álvarez se queda horrorizado al descubrir que su hermano había forzado a una muchacha indefensa. Atormentado por la culpa, Jose se casa con ella y pretende criar al hijo que lleva en su vientre. Al poco tiempo de la boda, Jose descubre q...