Isabel tenía a Joss amorosamente apretado contra su pecho, y su mirada estaba fija en el fuego. Las puntas de sus zapatillas tocaban el suelo con regularidad para mantener el movimiento de la mecedora. No miraba ni hacia la izquierda ni hacia la derecha, ni tampoco arriba o abajo; sólo al frente. El dolor que sentía en el pecho era tan intenso que tenía dificultades para respirar.
Asistir a una escuela... durante dos o tres años. Albany, donde aprendería a hablar, leer, escribir y hacer operaciones matemáticas. En Albany, donde no formaría parte de la vida de Jose Manuel hasta que tuviera una formación lo suficientemente completa como para no hacerle pasar vergüenza.
Isabel, la tonta...
Cerró los ojos, resuelta a no llorar, a pesar de todo el dolor que sentía. No podía culparlo por la decisión que había tomado. De verdad que no podía hacerlo. Ella sabía desde el principio que no era la mujer adecuada para él, que su sordera le impedía ser una esposa idónea. Si iba a la escuela, podría aprender a hablar. En verdad eso sería de gran ayuda. Cuando Jose la llevara al pueblo, sería menos probable que la gente se quedara mirándolos fijamente y dijera cosas en voz baja si ella podía hablar. También sería mejor para el pequeño Joss. No quería que se mofaran de él porque su madre era una tonta. Sabía cuánto dolía que se burlaran constantemente de uno.
Albany... una escuela para sordos. Donde podría hacer amigos. Un lugar especial, donde todos los demás también eran idiotas. Un lugar donde los idiotas ponían en escena obras de teatro, iban a bailes y fingían ser normales. Un lugar al que Jose Manuel podía mandarla para que la gente no lo viera con ella todo el tiempo y no se riera de él.
Joss empezó a retorcerse. Abriendo los ojos, Isabel se desabrochó el canesú del vestido y acercó la boca del bebé a su pecho. Mientras él se acomodaba, ella acariciaba su sedosa cabecita con las yemas de los dedos. Meciéndose, meciéndose constantemente. Dentro de su cabeza, la palabra Albany se convirtió en un sonsonete. En tres semanas viajaría a ese pueblo. En tres años, si aprendía rápido, podría volver a casa. Era tan sencillo y tan horrible como eso.Cric crac, cric crac, cric crac. Este sonido era suficiente para volver loco a Jose Manuel. Se encontraba sentado en el borde de la cama, esperando pacientemente a que Isabel terminara de amamantar a Joss para poder hablarle acerca de la escuela. Por la mirada que había visto en sus ojos anteriormente, supo que ella creía que él no quería tenerla a su lado, que la estaba mandando lejos de allí para quitarla de en medio.
Y no era verdad en absoluto. La amaba más de lo que jamás había amado a nadie. La sola idea de pasar un día sin ella era un verdadero tormento, no digamos varios... Preferiría cortarse un brazo.
Desde la ventajosa posición en que se encontraba, podía verla con toda claridad. Hacía ya mucho tiempo que Joss se había aburrido de chupar leche y estaba simplemente actuando de forma rutinaria, nada más. Mamaba con desgana, mordisqueando la cima del pezón. Isabel permanecía allí sentada, dejándole hacer, empujando rítmicamente con sus piececitos para mantener la mecedora en movimiento. Cric crac, cric crac, cric crac. Jose Manuel estuvo tentado de coger la condenada silla y tirarla por la ventana. Pero, en lugar de hacer esto, se quedó allí sentado, como la personificación misma de la paciencia, deseando con todas sus fuerzas que su esposa al menos se dignara mirarlo.
Joss empezó a quedarse dormido al fin. Cogiendo su pezón entre los dedos índice y medio, Isabel intentó incitar a su boquita a seguir. Era reacia a dejar de amamantar a su bebé y así quedarse sin una excusa para seguir ignorando a su esposo. Mientras la miraba, Jose Manuel se vio obligado a apretar los dientes con fuerza, no porque ella lo estuviese ignorando, sino porque el hecho de ver sus pechos desnudos lo estaba volviendo loco.
Se levantó de la cama y empezó a andar de un lado para otro. Cuatro semanas era demasiado tiempo para abstenerse de tocar a su esposa. Entre el ruido de la silla chirriando sin cesar, sonido que ella no percibía, y verla toquetearse, estaba a punto de estrangularla o de lanzarse sobre ella para hacerle el amor. Esta última opción parecía mucho más tentadora.
Ahora que la terrible experiencia de Isabel en el parto se había desvanecido un poco en su mente, a Jose ya no le horrorizaba tanto la idea de engendrar otro hijo. El doctor Muir le había asegurado que el segundo alumbramiento no sería tan difícil para ella, y que estaba en perfectas condiciones para tener muchos hijos. Como si hubiera la más mínima posibilidad de que esto pasara... Si era verdad que él no era estéril, parecía mucha casualidad que nunca hubiera dejado un regalito en ninguna parte. No era posible que las esponjas empapadas en vinagre que las prostitutas utilizaban fuesen un método infalible para prevenir un embarazo.
Se dirigió a la ventana a grandes zancadas y corrió la cortina de color marfil para dejar que su mirada se perdiera en la oscuridad que reinaba allí fuera. Mirar fijamente hacia ninguna parte tenía que ser mejor que seguir atormentándose de aquella manera. Después de unos interminables instantes, miró hacia atrás, esperando y rogando que ella se hubiera abrochado el canesú. Pero, desde luego, no lo había hecho. Típico de Isabel. Sin embargo, ya había dejado de tentar a Joss para que siguiera. Jose agradecía estas pequeñas bendiciones.
Se volvió para dirigirse hacia ella con paso resuelto. Al advertir que él se acercaba, ella alzó sus ojos verde tierra. Una mirada de la mujer bastó para hacer que su irritación desapareciera. Su decisión de mandarla a una escuela lejos de allí la había herido profundamente. Tenía que hacerle entender de alguna manera que a él también le dolía el alejamiento.
Se inclinó sobre ella, levantó al niño en sus brazos y lo llevó a la cuna. Acto seguido, se agachó junto a la mecedora, observando con la boca seca cómo volvía a meterse los pechos en la camisa interior y hacía un lazo con los cordones.
—Isa... —La cogió de la barbilla y la obligó a mirarlo— Yo no quiero que te marches. Sé que eso es lo que estás pensando. No lo niegues. Te juro, mi amor, que estás completamente equivocada.
Con los ojos brillantes por las lágrimas no derramadas y con un gran dolor en el alma, ella permaneció inmóvil, fulminándolo con la mirada.
Jose Manuel tenía un mal presentimiento.
—¡Yo te amo, maldita sea! No quiero mandarte a esa escuela para deshacerme de ti. —Cogiendo las manos de su mujer, enumeró todas las razones que lo llevaron a tomar esa decisión. Y terminó con una frase rotunda— No quiero quitarte la posibilidad de vivir esas experiencias, mi amor. Si lo hiciera, sería el imbécil más egoísta que jamás haya existido.
—¿Se te ha ocurrido pensar en lo que yo quiero? —preguntó ella finalmente.
Jose Manuel dejó escapar un suspiro.
—Cariño, tú no sabes lo que quieres. ¿No te das cuenta? ¿Cómo puedes saber si preferirías quedarte aquí o ver una obra de teatro? Nunca en la vida has visto una. ¿Y qué me dices de los bailes? Es fácil pensar que ninguna de esas cosas te importa, pero esto se debe únicamente a que nunca las has hecho. Yo sí. —Se inclinó para mirarla a los ojos, dirigidos ligeramente hacia el suelo— Sé lo que te has perdido, Isabel, amor mío. Y quiero que experimentes la vida plenamente. Quiero que hagas amigos y te diviertas con ellos. Que puedas ir a una escuela, como hacen otras personas. Cuando estés allí, todo ese mundo te va a encantar. Te lo prometo.
Ella negó con la cabeza y señaló su entorno.
—Ésta es la vida que quiero. Estar aquí contigo. Ser tu esposa.
—Piensas eso porque nunca has experimentado otra cosa. —Jose Manuel respiró hondo. Necesitaba fuerzas. Era muy tentador, terriblemente tentador, permitir que Isabel se quedara con él— Se me ocurre una idea. Hagamos un trato. Tú vas a la escuela y aguantas todo un año. Si después de ese tiempo, aún quieres venir a casa, yo...
Ella se levantó de la silla de un salto. Después de alejarse varios pasos, giró sobre sus talones para clavar en él los ojos llenos de lágrimas. Alzando las manos, gritó.
—Tú no me quieres aquí. Esa es la verdad. Y tampoco me amas. ¡No me amas como yo te amo a ti! Si me amases, no podrías hacer algo así.
Jose Manuel se puso en pie.
—Eso no es verdad. Te amo tanto que me duele. La sola idea de que te marches me provoca náuseas. Yo no...
Ella se llevó las manos a los ojos.
—¡Vete ya!
El salvó la distancia que los separaba y le hizo bajar las manos.
—Isabel, cariño, por favor, no hagas esto más difícil de lo que ya es.
—¡Vete! No me quieres. Yo tampoco te quiero. Así que vete ya.
—Yo sí te quiero.
Ella torció la boca, y las lágrimas que le llenaban los ojos se desbordaron sobre sus negras pestañas y corrieron por sus mejillas.
—No, no me quieres. Ni siquiera has vuelto a besarme.
Jose Manuel sintió esta acusación como un puñetazo en el estómago. Era verdad: no había vuelto a besarla. Temía que si lo hacía perdería el control y acabaría haciéndole el amor. ¿Y qué pasaría si en realidad no era estéril? Cuando pensaba las cosas racionalmente, lo cual le resultaría imposible si la besaba, sabía que dejarla embarazada era un riesgo que no quería correr. Otro bebé... Ella no podría ir a la escuela si volvía a dejarla encinta. Si el doctor Muir tenía razón, si había siquiera una mínima posibilidad...
Con la voz alterada por culpa del deseo que no podía saciar, habló casi en susurros.
—Nada me gustaría más que besarte, Isabel, mi amor. Pero si lo hago seguramente querré hacer mucho más. Si hacemos el amor, podrías quedarte embarazada de nuevo.
Ella abrió los ojos como platos y se llevó una mano a la cintura.
—¿De un bebé?
—Por supuesto, de un bebé.
—¿Hacer el amor es lo que trae a los bebés al mundo?
Jose Manuel tragó saliva.
—Bueno, sí. ¿Qué pensabas tú? Con una terrible expresión de aflicción en el rostro, ella susurró algo que él no logró entender. ¿Qué?
—Las hadas —repitió la joven— Mi madre me dijo que las hadas los traían.
Isabel creyó que le iba a estallar la cabeza.
—¿Las hadas? —Jose Manuel soltó una risa instintiva, pero sin alegría alguna— Tú no habrás creído eso, Isabel. Es decir, seguramente al pensar en ello tú... —Se interrumpió, mirando fijamente su pálido rostro y dándose cuenta de que sí lo había creído— Yo, esto... Supongo que tal vez, si nadie te explicó cómo eran las cosas, sea comprensible que tú no...
Se interrumpió, mirándola con desazón mientras ella dirigía una mirada de angustia hacia la cuna. Tras un rato de inquietante silencio, Isabel se puso tan tensa como si alguien le hubiera pegado y luego cerró los ojos. Un débil sonido agudo salió de su garganta. Jose Manuel alargó las manos para cogerla, pero ella lo rechazó. Cuando finalmente abrió los ojos de nuevo, le lanzó una mirada devastadora.
—Me mentiste.
Jose sintió un picor en la nuca.
—No, Isabel. No te mentí.
Ella había empezado a temblar de una manera terrible, aterradora.
—¡Daniel!
—Isabel...
La muchacha giró sobre sus talones y, antes de que Jose Manuel pudiera detenerla, salió corriendo. La puerta se cerró de un portazo tras de ella. El estrépito hizo que Joss se despertara sobresaltado y empezara a armar un formidable escándalo. Jose Manuel salió al pasillo. Sólo alcanzó a ver una mancha de color rosa en el otro extremo del corredor y supuso que Isabel se dirigía al ático, su escondite favorito. Corrió al rellano y llamó a Maddy para que subiera a ocuparse del bebé.
ESTÁS LEYENDO
~La canción de Isabel~
FantasyJose Manuel Álvarez se queda horrorizado al descubrir que su hermano había forzado a una muchacha indefensa. Atormentado por la culpa, Jose se casa con ella y pretende criar al hijo que lleva en su vientre. Al poco tiempo de la boda, Jose descubre q...