Cuando, de manera inesperada, Jose cogió a Isabel de la mano y la levantó de la silla, ella se llevó una enorme sorpresa. E inmediatamente después de la sorpresa, llegó el miedo. ¿Querría llevarla a algún lado? No había que pensarlo mucho para adivinar cuáles eran sus intenciones. Maddy y él creían erróneamente que había salido de la casa a hurtadillas y estaban enfadados con ella. Era evidente que, para cerciorarse de que no volviera a infringir las reglas, Jose Manuel Álvarez tenía la intención de castigarla.
En el pasado, a Isabel le había tocado padecer una buena tanda de palizas. Castigos que su padre le imponía en el estudio la mayoría de las veces, y siempre con su asentador de navajas de afeitar, aquel horrible látigo improvisado. Ella sabía por experiencia que el escozor sólo duraba un rato y que los moretones desaparecían unos pocos días después. Pero esto era cuando su padre la castigaba. Jose Manuel Álvarez era dos veces más grande que él y mucho más fuerte.
Durante un instante, consideró seriamente la posibilidad de huir. Pero, antes de seguir ese impulso, se acordó del bebé que supuestamente llevaba en su vientre. Si, como ella se imaginaba, estaba metido en un frágil huevo, no podía correr riesgos. Sin duda, tratar de huir de Jose Manuel representaba un peligro. Sus piernas eran largas y muy musculosas. En una carrera contra él, ella no tenía ni la más mínima posibilidad de vencer. ¿Y qué pasaría cuando la cogiera? Daba miedo sólo pensarlo. Isabel sabía que los huevos se rompían con gran facilidad. Dudaba de que el suyo pudiera soportar la fuerza aplastante de los brazos de aquel hombre alrededor de su cintura.
Mientras él la llevaba al pasillo, la pobre muchacha escrutaba su mente con desesperación, tratando de encontrar una manera de decirle que ella no había salido a hurtadillas. Sólo había ido a su rincón secreto un ratito. ¿Qué tenía eso de malo? Solía hacerlo con mucha frecuencia en casa de sus padres. Casi todos los días durante la temporada de lluvias. A su madre nunca le había molestado que lo hiciera, y mucho menos se había enfadado.
Arrastrándola detrás de él, Jose Manuel caminaba con pasos enérgicos y rápidos que hacían que a ella se le helara la sangre. Al ver el movimiento de sus hombros, recordó la mañana en que lo vio sin camisa. Ahora estaba a punto de lanzar toda aquella fuerza sobre ella.
Isabel esperaba que la llevara a su estudio, como solía hacer su padre. Sin embargo, cuando llegaron a la planta baja, él se dirigió directamente a la puerta principal. Cogiéndola de la muñeca con fuerza, usó su otra mano para hurgar en el bolsillo de sus pantalones. Unos segundos después, sacó una llave, abrió la puerta y la arrastró hasta el porche.
Adivinando cuáles eran sus intenciones, el corazón de Isabel empezó a latir con fuerza contra sus costillas, y miró a su alrededor con los ojos desorbitados. ¿A donde pensaba llevarla? A su juicio, sólo podía haber un motivo para que la sacara de la casa: no quería que ninguno de sus empleados viera lo severamente que la castigaba.
Isabel estaba tan asustada que apenas podía pensar. Le lanzó una mirada suplicante, pero él estaba demasiado absorto en escudriñar con los ojos todo lo que le rodeaba para darse cuenta de ello. De repente, con una expresión resuelta en su rostro, el hombre esbozó una sonrisa y bajó con ella las escaleras principales, doblando a la derecha al llegar al camino. Tras rodear la casa, llegaron a un hermoso jardín, ingeniosamente entrecruzado por senderos de piedras blancas. Los rosales florecían en abundancia, y los distintos tonos de rosa y rojo conformaban manchas luminosas que resaltaban contra el fondo de color verde oscuro compuesto por los arbustos podados artísticamente y el césped.
El aflojó el paso para que ella caminara a su lado, como si quisiese que disfrutara del paseo. Isabel sólo podía pensar en la paliza que le esperaba. Lanzó una mirada furtiva a su rostro moreno y vio la brisa jugar con su pelo reluciente, agitándolo hasta formar ociosas ondas que caían sobre su frente amplia. Como si hubiera sentido que ella lo estaba mirando, él se volvió y la sorprendió observándolo. La chica enseguida apartó la mirada. Luego, se sobresaltó cuando él rozó dulcemente su mejilla para apartar un mechón de pelo de sus ojos.
Sus miradas se cruzaron. Isabel sintió de repente que los pies se le habían entumecido. Sabía que si no miraba con atención el camino, podría tropezar. Pero no podía apartar la mirada de sus brillantes ojos color caramelo, por nada del mundo.
—¿Te gustan las rosas, Isabel?
¿Las rosas? La estaba llevando a algún sitio para darle una paliza, ¿y esperaba que admirara las rosas? Centró toda su atención en la sonrisa de Jose Manuel, que le pareció despreocupada y ligeramente torcida, con la que enseñaba sus dientes blancos y hacía más profundas las arrugas de las comisuras de su boca. No parecía estar enfadado ni lo más mínimo, y esto la asustó más que cualquier otra cosa. Un hombre tenía que ser completamente insensible para causarle dolor a otra persona sin estar furioso con ella.
Apartando la mirada, Isabel vio las caballerizas delante de ellos, y sus pasos vacilaron. Una vez, hacía ya mucho tiempo, su padre la había llevado a la leñera para castigarla. En su recuerdo, aquel trayecto a la leñera precedió a la peor paliza que había recibido en su vida. Una sensación de debilidad se adueñó de sus piernas. Esto, sumado al entumecimiento de los pies, hizo que le resultara muy difícil permanecer de pie, y aún más seguir andando.
Tal y como esperaba, Jose Manuel se dirigió directamente a las edificaciones anexas. Cuando llegaron a una estructura larga y estrecha atravesada por un largo pasillo, él se volvió para decirle algo.
—Tengo entendido que te gustan los animales.
«Sólo si tienen cuatro patas», pensó ella con sarcasmo, y se mordió la parte interior de la mejilla, esperando que el dolor consiguiera que dejara de preocuparse por lo que él pudiese hacerle. La entrada de la edificación se abrió ante ella como una boca gigantesca. Muy alterada, recordó la historia de Jonás tragado por una ballena, que su madre solía leerle hacía muchos años.
Dado que la agarraba de la mano con una fuerza implacable, la joven no tuvo más remedio que entrar tras él en aquel pasillo. Cuando las sombras los envolvieron, una mezcla bastante fuerte de olores, aunque no del todo desagradable, chocó contra la nariz de Isabel. Olía a animales, a heno, a grano y a piel, todo esto flotando libremente en una corriente de aire fresco. Sus ojos se acostumbraron enseguida a la oscuridad, y miró nerviosamente alrededor de ella. Colgados de clavos grandes, a lo largo de la pared que se encontraba a su izquierda, había toda clase de accesorios de montar y utensilios para el cuidado y la limpieza de los caballos: sillas de montar, cepillos, peines para crines, bozales, arreos y cabestros. Echó un vistazo rápido y vio varias tiras de piel. Gotas frías de sudor surgieron de algún punto cerca de su nuca y corrieron por su espalda.
Su peor temor pareció hacerse realidad cuando Jose Manuel le soltó la mano y se dirigió a la pared para coger algo de uno de los clavos. Cuando se volvió hacia ella, Isabel pudo ver una lazada de piel colgando de su puño. Volvió a mirarle a la cara y vio que él aún estaba sonriendo con una expresión extrañamente tierna en sus ojos. Esta mirada ahuyentó los últimos residuos de valor que había en ella. Si tenía la intención de castigarla, de lo cual estaba casi segura, ¿cómo podía sonreírle de esa manera?
En aquel momento le era totalmente imposible salir corriendo. Sentía como si le hubiesen salido raíces en los pies. Clavó sus asustados ojos en los hombros de Jose Manuel: los anchos y musculosos hombros que le impedían ver la pared que se encontraba detrás de él. Su holgada camisa blanca no lograba ocultar los definidos contornos de los músculos de su pecho y de sus brazos. No quería siquiera imaginar lo que sentiría cuando la golpeara; pero, para su desgracia, su traicionera mente no lograba pensar en nada más.
Sin previo aviso, él alzó la mano que sujetaba la tira de piel. Isabel alcanzó a ver la tira acercándose a su cara y reaccionó de una manera instintiva: se inclinó hacia adelante y rodeó su cintura con los brazos para proteger a su bebé.
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~La canción de Isabel~
FantasíaJose Manuel Álvarez se queda horrorizado al descubrir que su hermano había forzado a una muchacha indefensa. Atormentado por la culpa, Jose se casa con ella y pretende criar al hijo que lleva en su vientre. Al poco tiempo de la boda, Jose descubre q...