Capítulo Cuatro

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Distrito Trost. Sur del Muro Rose.

"El tronco era muy grande y sucio pero las manos de ella eran pequeñas. Podía verlas desde donde estaba, las veía aferrarse a la madera como si estuviera a punto de caer a un precipicio. Pero esa vez, Levi no podía atraparla, no podía protegerla de la caída. La oyó gimotear y la desesperación le subió a la garganta como si fuera bilis.

Trató de liberarse, se revolvió furioso entre sus ataduras y los brazos que lo inmovilizaban, una mano trató de taparle la boca para callar los quejidos pero la mordió tan fuerte que sintió al instante el sabor de la sangre en su paladar.

-¡Cerdos de mierda! ¡Es sólo una niña!- había rugido con ira."

Levi se incorporó de un salto de su cama, pálido y sudoroso. Las manos le temblaban y su corazón latía aterrado con cada recuerdo. El sueño había sido tan jodidamente real, que hasta había podido escuchar su llanto.

-Mierda- musitó agarrándose la cabeza con las manos, queriendo callar los gritos.

Una sensación muy parecida a la rabia se arremolinaba en su pecho cada vez que recordaba lo que había sufrido Naomi por su culpa, odio hacia él, hacia los que se atrevieron a lastimarla. Pero tenía que aceptar que ya no podría hacer nada para remediar ese pasado, lo que importaba es que ahora estaba a salvo y al cuidado de su superior.

Por un momento se preguntó qué estaría haciendo ella ahora, en qué estaría pensando, o si también soñaba las mismas cosas que èl.

Trato de sonreir, estaba seguro de que no soñaba todas las cosas que èl si.

Se levantó con pesadez de la cama y se dirigió a su cuarto de baño. La vida de un soldado como él podía ser corta, pero al menos era cómoda. Mucho más còmoda que la vida que llevaba como una rata en la ciudad subterránea.

Tenía un baño para él solo, una habitación mucho más grande que su antigua casa, comidas diarias, luz del sol en el rostro y la brisa le traía aromas diferentes cada vez que soplaba en su dirección.

Un tipo como él, tendría que conformarse con una existencia así durante lo que le quedara de vida. Pero no.

Se mojó el rostro y el pelo para terminar de despertarse. El agua helada le revivió los sentidos que estaban demasiado alterados por el sueño, logrando así tranquilizar sus latidos y regular su respiración.

Dejó sus brazos a los costados de la pileta del baño, observando como el agua clara le devolvia su reflejo cristalino y como se retorcía cada vez más, cuando las gotas caían de sus cabellos mojados.

Había esperado que el hedor que se respiraba en la ciudad clandestina, ese hedor a muerte y enfermedad que asolaba cada esquina, no estuviera en la superficie. Pero podía sentirlo, lo olía en los mercaderes y en las calles. Era el aroma de la putrefacción, un olor que se despedía en cada maldita muralla que los encerraba como ganado.

Percibió la peste hasta en el agua y el aire que respiraba. Era el olor del encierro y la corrupción, camuflados en el perfume de la luz del sol y las brisas de la mañana.

-Tch- resopló observándose en el espejo frente él. Estaba sucio, sudoroso y pálido. Suficientes razones para tomarse un buen baño.

Durante las expediciones, su higiene era lo de menos, pero siempre que tenía la oportunidad, no la desperdiciaba. Tampoco es que hubiera pasado tantas expediciones, hasta el momento, fueron un total de cuatro de las cuales salió casi sin un rasguño. No podría decir lo mismo de sus subordinados.

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