Y comencé.
Comencé a tomarte en cada trago, en cada botella, en cada copa.
Comencé a colmar mis venas de alcohol, a fluir whisky en vez de sangre, a beberte cada día.
Comencé a olvidarte cada noche, era rutina, pero lo hacía. Te olvidaba de a ratos, de a minutos, de a pasos.
Comencé a servirte de formas diferentes, en envases distintos, con desiguales contenidos. A veces en una copa pequeña, en ocasiones en una grande. Un día te vestía de Vodka, otro de Tequila, y de vez en cuando de Brandy, todo depende de como te viera en aquella noche.
Solía terminar recostada en una bañera contigo de botella en mi mano, o contigo besándonos, a pico de botella.
Terminaba en la azotea gritandote en cada trago, y si era posible buscándote en todos lados.
Pero nada influía, nunca influía. Comenzaba de 10 formas y terminaba de otras 20, pero nunca realmente contigo.