CAPÍTULO 2: La habitación

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Eva:

Frío, todo estaba frío a mi alrededor. Noté una leve presión en la cabeza que en seguida desapareció. Mantuve los ojos cerrados unos minutos y escuché. El silencio era tal que apenas se escuchaba mi respiración. ¿Dónde estaba? Abrí los ojos con curiosidad y me encontré con un techo liso de color blanco. 

La luz era muy tenue. Giré la cabeza buscando el foco para vislumbrar una pequeña esfera en una esquina. La miré con curiosidad, el resplandor era intermitente, y la bola subía y bajaba de modo casi imperceptible.¿Estaba flotando? Se encontraba tan cerca del suelo que era difícil de distinguir. 

Me incorporé con mucho cuidado y la cama no emitió el más mínimo crujido bajo mi peso. Sabía que no estaba en casa, pero me era imposible ubicarme. La habitación era pequeña y las paredes se unían contiguas al techo, formando una especie de bóveda ovalada. La cama era el único mueble de la habitación. Era una cama sin patas, su único soporte era la pared. No había armarios, ni mesas y tampoco pude encontrar ventanas. 

Seguía vestida con la ropa que usaba cuando salí de la biblioteca, a excepción de los zapatos que encontré en una esquina. Mi corazón empezó a latir desbocado. No recordaba nada, ni siquiera sabía cómo había llegado hasta aquella habitación. Respiré hondo varias veces y cerré los puños con fuerza. La uñas se me clavaron en la piel blanda de las palmas. El dolor me trajo de vuelta a la realidad. Me puse en pié y busqué un salida. Delante de mí se distinguían las ranuras de una puerta incrustada en la pared. Me dirigí a ella e intenté abrirla, pero no había pomo, ni botones y no parecía sensible al movimiento. Estaba atrapada. Encerrada como un ratón en una jaula. 

Los recuerdos empezaron a aparecer repentinamente en mi cabeza: la fuente del umbráculo, el parque de la Ciudadela, unos ojos violáceos... 

- ¡No me lo puedo creer! - me asusté con el eco de mi propia voz en la habitación desnuda - Esto no me está pasando. Tiene que ser una pesadilla... - esta vez hablé más bajito. 

¡Mis padres!¡Mi hermana! No sabían donde estaba. Ni siquiera yo lo sabía ¿Dónde estaba?¿Cuanto tiempo llevaba en aquel lugar? La incertidumbre pudo conmigo y me puse a temblar.

- ¿¡Hay alguien ahí!? – se me quebró la voz en la última palabra. Nadie respondió y tampoco se oyó el más mínimo ruido al otro lado de la puerta. Muy nerviosa, crucé los brazos a la altura del estómago y me encogí cerca de la bola de luz con la vista fija en la puerta. Si esta no se abría y no había ninguna otra forma de salir de allí, lo mejor que podía hacer era esperar y mantener la calma. 

Los minutos y las horas pasaron, pero nada cambió. No se oía nada. No había voces. Tampoco pisadas. Y la falta de ventanas me tenía en un estado de profunda desorientación. ¿Era de día?¿O era de noche? Tanta soledad y quietud terminaron por hacerme coger frió. Buscando una solución, me giré hacia el único objeto que había en el cuarto: la bola de luz. Me acerqué a ella y la observé. Realmente no tocaba el suelo, estaba flotando unos pocos milímetros por encima de este, subiendo y bajando a medida que aumentaba o decrecía la intensidad de la luz que producía. Me arrimé un poquito más y pude sentir el calor que emanaba. Me atreví a acercar el dedo índice, esperando toparme con una superficie lisa de cristal. Sin embrago, mi dedo se hundió sin encontrar resistencia y un cosquilleo se extendió por mi mano y luego por todo mi cuerpo. Retiré el dedo rápidamente y lo observé con cuidado. La piel seguía del mismo color, no había rastro de quemaduras, ni siquiera estaba rojiza. Envalentonada, hundí toda la mano, hasta que esta llegó al otro lado y la retiré de nuevo. El único cambio que observaba al tocar la esfera era la intensidad de la luz. Cuanto más tiempo mantenía el contacto, más débil era la luz que iluminaba el cuarto. Decidí parar cuando apenas podía ver la pared de enfrente, a unos dos metros de distancia. Lo último que quería era quedarme sin luz y sola en aquél cuarto. 

LAS FLORES DE ALAÏSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora