CAPÍTULO 4: La esfera

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Eva:

Me desperté envuelta por la oscuridad. A mi alrededor oía el zumbido de insectos que pasaban cerca de mí y podía sentir el olor a hierba mojada a mi alrededor. Al levantar la vista hacia la cúpula, me sorprendió no encontrar estrellas. ¿Dónde se habían metido? 

Me enderecé un poco, pero mis ojos seguían sin adaptarse a la negrura tan profunda que había cubierto el bosque, no había ni rastro de luz. Me puse en pie con cuidado y tanteé las ramas de los árboles más cercanos. 

- Ojalá tuviese una linterna... - susurré mientras las ramitas arañaban mis pómulos. 

Como si me hubiese leído el pensamiento, una de aquellas esferas flotantes apareció junto a mí. Del susto por poco me caigo al suelo de nuevo, pero conseguí agarrarme a un tronco cercano. El roce de la corteza con mis manos fue muy doloroso. Acercando mis manos a la bola, pude ver como las heridas que me había hecho en mi ataque de pánico estaban infectadas y muy hinchadas. Al rozar una de ellas con los dedos de la mano opuesta, un siseo de dolor escapó de mis labios sin que pudiese impedirlo.

Con más cuidado, y gracias a la luz que me guiaba, evité las ramas y raíces con más atención y alcancé la pared. Una vez en el muro, seguí la curvatura de la bóveda hasta que topé con lo que buscaba: las ranuras de una puerta. Respiré profundamente y me situé delante, recordando cómo había conseguido entrar en la sala del bosque donde me encontraba. Efectivamente, la puerta se abrió y pude acceder de nuevo a aquellos pasillos tan claros y sinuosos. De algún modo, todo lo que había visto hasta el momento parecía ser diseñado por un arquitecto que ambientaba sus obras en la naturaleza. Las formas, los ángulos, tanto minimalismo... Todo era sencillo y práctico. Lo que yo decía... locos protectores de la flora... 

No sabía muy bien donde estaba porque no recordaba cual era la puerta por la que había entrado. No tenía ni idea de a donde llevaba el pasillo, así que decidí seguirlo. Al fin y al cabo, si alguien hubiese querido hacerme daño... recordé la mirada de Merigda. No querían hacerme daño, al menos ella no. Seguí el pasadizo sola, puesto que la esfera había quedado atrás y ahora otras iluminaban mi camino, estáticas en sus lugares. Caminé hasta que encontré una bifurcación, una se dirigía recta hacia la izquierda y llegaba a una nueva puerta; mientras que la otra giraba a la derecha en una gran curvatura que no permitía ver el final. Decidí tomar el corredor de la izquierda, sintiéndome más segura al ver el destino al que me dirigía. 

Cuando me encontraba cerca de la puerta paré y escuché en silencio. No estaba segura, pero me pareció escuchar voces al otro lado, una de ellas podría ser Merigda. Las dudas me asaltaron, y me quedé quieta en el pasillo. Al poco, el ardor de mis manos pudo conmigo y avancé indecisa hacia la puerta. Cuando estuve delante, esta se abrió. Al otro lado había una mesa alargada, donde se encontraba Merigda junto a una chica sentada de espaldas a la puerta. Al abrirse la entrada, a pesar de lo silencioso del movimiento, Merigda se giró en mi dirección. Se levantó en seguida y caminó unos pasos hacia mí con una sonrisa amable:

- Hola Eva, ¿estás mejor? - me preguntó con un brillo de preocupación en sus ojos color bosque. - ¿Tienes hambre? - respondió ante mi silencio.

Detecté entonces un olorcillo muy agradable que izo rugir mi estómago enfadado. Asentí de forma casi imperceptible al mismo tiempo que ella reía bajito y se dirigía hacia lo que más tarde descubrí era una cocina. Permanecí con la vista clavada en la otra mujer que había en el cuarto, que seguía dándome la espalda. Repasé con la mirada la larga trenza de cabello rubio platino y recordé de nuevo la noche en el parque de la Ciudadela. ¿Estaba ella allí también?

Entonces se giró hacia mí y me miró fijamente, igual que la estaba mirando yo a ella. Retrocedí un paso intimidada y choque con la puerta que se había cerrado a mis espaldas sin que me hubiese dado cuenta. Había algo muy espeluznante en ella. No es humana. Cuchicheó mi subconsciente. Las raíces rubias de su brillante cabellera se alternaban con hebras plateadas y los rasgos de su rostro eran angulosos y marcados. A mi cabeza vinieron de nuevo máscaras del carnaval de Venecia. No era una cara normal, no era una cara humana. Y sus ojos... me miraban a través de una intensa mirada de color violeta que yo ya había visto antes. Aparté la mirada sobrecogida y me giré hacia Merigda:

LAS FLORES DE ALAÏSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora