Prólogo

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Era una fría tarde de invierno, yo estaba mirándome al espejo mientras peinaba mi largo y oscuro cabello. Eso siempre hacía que me relajara lo suficiente. Llovía tan fuerte que las gotas golpeaban la ventana, me miré una vez más. Los nudillos de ambas manos estaban goteando sangre aún, consideré dejar de golpear todo lo que estuviera a mi alcance cuando me enojaba pero simplemente no podía controlarlo. Decidí curarme las manos, lucían fatal. Un golpe estridente en el piso de abajo, detuvo mis pensamientos. Una vez que estuve abajo con el corazón latiéndome a mil... la vi, ahí en el suelo del pasillo estaba mi madre, corrí lo más rápido que pude y logré observar cómo una sombra desaparecía por la puerta trasera. Llegué donde yacía y recé por que estuviera bien.
-¡MAMÁ! -Grité desesperada.
-¡ALGUIEN QUE ME AYUDE POR FAVOR! -Ya no estaba gritando, era más como un chillido ahogado en un montón de lágrimas.
Pero no había nadie más en casa.
-Mamá. ¿Estás bien?.
¡Que pregunta más tonta! Pensé de inmediato.
La sangre no dejaba de salir de su cuerpo pálido y casi sin vida. Ni siquiera logré identificar de donde provenía. No contuve el llanto. La estaba perdiendo, lo sabía perfectamente, pero quería seguir aferrándome a ella.
-Gia, necesito que escuches con atención lo que voy a contarte. No me interumpas, ¿de acuerdo? -Dijo mi madre en un susurro.
Sólo asentí, no entendía que demonios estaba sucendiendo, ella moría, ambas sabíamos que no se iba a salvar. El pánico ya había invadido todo mi cuerpo de una forma muy poco común. No podía dejar de temblar y la cabeza me dolía demasiado.
-Estuve investigando -Se aclaró la garganta.- realmente me preocupabas, nunca parabas de pelear y sentía que cuando lo hacías no eras la misma niña que me dieron en brazos al nacer. Pierdes el control de tus sentidos. Creo en Dios pero hay cosas que no entiendo de él. Eres valiente, no escogiste este don que te fue otorgado. No te destruyas a ti misma, aprovéchalo.
-¿Ma-má de que hablas? -Dije con las manos empapadas de sangre.
-De la verdad, ella no quería que yo lo supiera, pero ahora lo entiendo todo. No es una maldición Gia, es un don. Hay más como tú.
-No te entiendo -Dije sollozando.
Estaba casi segura de que estaba delirando. Yo no tenía ningún don, sólo era una niña caprichosa y enojada con el mundo.
-Necesito que guardes esta conversación en tu memoria -Sonrió- siempre voy a amarte, sé fuerte y nunca confíes demasiado.
-Te amo mamá -Dije al borde del llanto otra vez.
Vi sus ojos cerrarse mientras sonreía.
Ella nunca me había escuchado decir esas palabras. En mis cortos siete años de edad nunca lo había logrado decir "Te amo" y justo cuando al fin lo había hecho, ella ya se había ido para siempre. Dejándome ahí de rodillas con su cabeza en mis brazos, maldiciendo a las fuerzas del universo por habérsela llevado.

EL SÉPTIMO DONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora