3. Prueba y castigo

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Cuando algo no te sale como habías planeado...

Marilyn volvió a mirar a su alrededor mientras arqueaba una ceja. Aunque nunca se había sentido avergonzada por ser el centro de atención odiaba el Gran Comedor y todo el jaleo que se formaba en él. ¡¿Cómo había llegado a esa situación?! Gritaba una voz en el interior de su cráneo. ¡Ah sí! Era por culpa del dichoso de Alleric. Había decidido que cuando le pillase le iba a matar lenta y dolorosamente, muy lenta y dolorosamente. Porque si él no fuese tan blandito, aquel borde de Slytherin no se hubiese metido con él, ella no les hubiese escuchado, él no la hubiera llamado muñeca, ella no le habría lanzado aquel explosivo y no estaría castigada. Conclusión: que si ahora estaba condenada a hacer "trabajos sociales" como el de camarera en el gran comedor era todo por culpa del enano ese. Su único consuelo era que el otro, ni si quiera se había molestado en aprenderse el nombre, también había sido castigado.

-¡Mariiii! -chilló la voz de un chico de extraño acento desde la mesa de Huffelpuff -. ¡Un zumito por aquí! ¡Qué sea de naranjas naturales!

-¡Y unas magdalenas! -dijo otro sentado a su lado.

-¡Y mucho amor! -se rió un tercero.

La chica les dedicó una mirada de odio antes de acercarse a ellos de mala gana dejando en la mesa bruscamente el zumo y las magdalenas a los dos alumnos que lo habían pedido. Eran tres chicos de la misma edad que ella, y parecían una gama de tonos de tinte para el pelo ya que sus colores iban del negro, al rubio oscuro pasando por un castaño ligeramente cobrizo. Ellos se auto denominaban El Trío Del Mal, y alguna que otra vez se habían metido en problemas con ella, aunque no tanto como para considerarse "del mal". Por otro lado, esa inclinación que tenían por las bromas y hacía que tuviesen una gran confianza con ella. En los últimos años se habían convertido en parte de su grupo de amigos. Sus nombres eran, empezando del más moreno al más rubio, Bernard, Samuel y Gabriel.

-Gracias -dijo educadamente Gabriel que tenía el rostro muy redondo y los ojos ligeramente melancólicos. De los tres era el único sensato, quien menos encajaba con el adjetivo de malvado.

-Sí, pero no le des tan fuerte a la mesa, no tiene culpa -habló Bernard el cual era el que tenía un acento que le hacía marcar mucho las sílabas más nasales.

-¿Y mi amor? -siguió Samuel, en él lo que destacaban eran sus tupidas cejas.

-Eso que te lo de tu madre o ese osito de peluche que todos sabemos que escondes, Sam.

-¡Que mal humor! -sé quejó el chico de pelo castaño y gruesas cejas que había hecho el extraño pedido.

-¡Eso! ¡¿Qué te ha pasado?! ¡Tú antes molabas! -exclamó de modo histriónico el Hufflepuff del curioso tono de voz.

-Anda que no sois exagerados. ¿Cómo estaríais vosotros si os tocase hacer estas cosas? Ya sabéis que no me gusta estar rodeada de tanta gente.

-Ya, pero las camareras tienen que ser educadas con sus clientes -habló Gabriel, el chico de los cabellos cenicientos.

-Porque tenemos la razón -siguió Bernard asintiendo, su piel parecía bastante más bronceada que la de sus compañeros.

-¿Y por qué no te has puesto un uniforme de doncella?

-¡Sam! -exclamó Marilyn junto a sus dos amigos.

-Bueno no me chilléis... que me sé mi nombre.

-¡Pues no seas mal educado! -riñó el más rubio de los tres.

-¡Qué Marilyn vestida así da miedo!

-Y tú también a callar, Bernard. Qué te mando a Barcelona de vuelta de un golpe.

La noche de las dos lunasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora