6. Ocho de noviembre

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"Cada año que pasa...

El frío del ocho de noviembre estaba empezando a colarse por las rendijas de la ventana. Pero a Marilyn no parecía molestarle. De hecho le gustaba, al fin de al cabo ella había nacido una madrugada de un ocho de noviembre igual de fría que aquel día.

Corrió el dosel que ocultaba su rincón estirándose pesadamente mientras emitía un agudo sonido. Miró la cama de al lado. Luna aun estaba dormida, lo sabía porque, pese a tener las cortinas azules tapándola uno de sus delgados píes se salía del colchón. Marilyn sonrió, eran ese tipo de cosas las que le resultaban encantadoras de ella. Rebuscó el uno de los cajones de la mesilla hasta encontrar una cajetilla metálica donde guardaba su tabaco. Abrió la ventana y se asomó por ella para que la habitación no se llenase de humo, apoyándose en el alfeizar de la ventana.

Clavó su mirada en algún punto indeterminado del horizonte mientras aspiraba el humo del cigarrillo. Estaba tan sumida en sus pensamientos que no se dio cuenta de que una pequeña lechuza parda estaba posada junto a ella mirándola con unos enormes ojos.

-Hola pequeñaja -saludó la joven al verla haciéndola una caricia en la cabecita -. ¿Me traes algo?

La lechuza levantó en vuelo dejando en el ladrillo donde se apoyaba un sobre no muy grande con una luna dibujada en un lateral. Sabía que era de su padre. Sin ninguna muestra de ilusión la agarró para verla más de cerca y para que no se volase. En el reverso del sobre aparecía su nombre "Maryan L. Sheridan" escrito con una elegante y cuidada caligrafía. Y en la cera púrpura que sellaba el sobre aparecía la misma luna. Dio una última calada al cigarrillo y expulsó el humo con un largo y profundo suspiro.

-¿De quién es..? -escuchó suavemente detrás de ella.

-Oh, Luna te has despertado. -dijo Marilyn girándose sobre sí misma y cerrando la ventana.

-¿La carta es de tu padre? -volvió a preguntar, en su hilo de voz se denotaba un deje de preocupación.

-Sí, como todos los años.

-¿Y este año vas a abrirla?

-No sé. Si dirá lo de siempre: "Feliz cumpleaños.", "Ya eres toda una mujer.", "No hay un día que no me acuerde de ti.", "Lávate los dientes." "Cámbiate las bragas." -contestó poniendo una voz grave que se suponía que era la de su progenitor y haciendo gestos igual de raros que su imitación.

-Bueno... lavarse los dientes es importante -rió Luna.

-Sí, eso y lo de las bragas será lo único que es verdad.

-¡Qué se me olvida! ¡Espera un momento! -exclamó la rubia dando un brinco para ponerse a rebuscar dentro de sus zapatos -Lo guardé aquí para que no se me olvidase...

-¿El qué?

-¡Feliz cumpleaños! -Luna sonrió ampliamente cediéndole una pequeña caja envuelta en un papel decorado a mano con simpáticos dibujos de colores.

-¡Princesa! ¡No hacía falta que me regalaras nada de nada!

-Ya... pero todos los años dices lo mismo. ¡Ábrelo!
-Vale, vale. Muchas gracias.

Marilyn quitó con cuidado el papel ahora con una expresión mucho más alegre en el rostro. Dentro de la cajita había una pulsera hecha de madera tallada en forma de comadreja de forma que la cola del animal cerrase con la cabeza.

-¡Me encanta! Luna, es precioso. -expresó mientras le daba a su amiga un fuerte abrazo.

-¿De verdad? Me costó mucho hacerlo.

La noche de las dos lunasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora