CAPÍTULO 9 - Traición

9 1 0
                                    

Un agudo dolor en las sienes la despertó. No sabía la hora que era, pero buscó a tientas la medicación en su mesita de noche para calmarlo. Cuando se hubo tragado varias pastillas, se sentó en la cama y cerró los ojos con fuerza mientras apretaba los puños contra el colchón, gritando hacia dentro para no despertar a Erick.

Tras unos minutos, disminuyó. Pudo incorporarse, y pese a que la habitación seguía a oscuras, notó que Erick no estaba allí. La llama de la duda se encendió en ella cuando, al dar la luz, no vio al joven en su respectiva cama. Es más, esta estaba hecha perfectamente, sin arrugas, con las sábanas extendidas y en su sitio. Abrió la puerta suavemente y se deslizó hasta la escalera central, buscándole. Subió varios pisos, suponiendo dónde se encontraría.

Efectivamente, al llegar a la puerta del despacho de Silene, pudo comprobar que un fino rayo de luz emergía por debajo. Se acercó y agudizó el oído, cuando de repente escuchó su nombre. Tras dar un respingo y separarse de la puerta, se acercó de nuevo, más intrigada.

—Está claro -decía Silene-. No podemos esperar más tiempo.

—Estoy de acuerdo -respondía Rosier-. No habrá otra oportunidad.

¿Oportunidad? ¿Para qué?

—Por eso te hemos llamado, Erick. Debes encargarte de ella.

Parpadeó, confusa. ¿Qué era eso de ''encargarse''? Se estaban refiriendo a ella, obviamente, ¿pero qué estaban tramando?

—No estoy seguro -decía Erick, con un deje de tristeza-. Es de los nuestros, estoy seguro. No causará más inconvenientes.

—Por eso te hemos llamado. No podemos fiarnos de ella y que vuelva a estropearlo todo. Por eso te tienes que... encargar de ella -repitió Silene.

—Está bien.

Se separó de la puerta mientras un escalofrío recorría su cuerpo. ¿Iban a... deshacerse de ella?

Estaba claro que siempre había dicho que no formaba parte de ellos y que frustró la última operación, pero pensaba aprovecharse de su situación allí para llevar a cabo su propio plan y vengarse del Comité. Pero ahora querían matarla. No solo el Gobierno, sino los propios rebeldes. Nunca se había fiado de Silene, pero a Rosier le tenía aprecio. Y Erick... ¿cómo podía hacerlo? Pensaba que había encontrado a un amigo en aquel frío lugar, lejos de su hogar.

''En la guerra no hay amigos'' pensó. ''Solo aliados. Y parece que nuestra colaboración termina aquí''.

Volvió rápidamente a su habitación y se metió en la cama. Al poco tiempo llegó Erick, y se quedó de pie mirándola varios minutos. En la oscuridad no podía ver su rostro, pero no iba a esperar a que se deshicieran de ella. Por eso había cogido el broche con el que se prendían las capas que habían llevado a la Ciudadela y lo había guardado bajo la almohada. Si pensaba hacer algo, se lo clavaría en el cuello.

Sin embargo, se acostó en su cama.

Al día siguiente se levantó bastante mareada. Entre el dolor y las pocas horas de sueño causadas por su estado de alerta máxima en lo que a Erick se refería, no había descansado nada.

Ni si quiera fue a desayunar. Aprovechando que él no se encontraba allí, comenzó a recoger sus cosas: la capa, la daga, las pistolas, el estoque, el chaleco antibalas y el resto de los protectores. Lo metió en la bolsa en la cual había tenido guardado el camisón de la noche que secuestraron a su abuelo y ella llegó allí. Pero, tras detenerse a pensar un momento, la abrió y cogió la daga. No iba a pasearse desarmada por ahí, pero al mismo tiempo tenía que fingir que no se había enterado de nada. Y mientras lo creyesen, podría prepararse para irse. Lo antes posible.

IN ALBIS: Euphorbia (INCOMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora