Prólogo.

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Los humanos se han extinguido. La Tierra es ahora un planeta vacío, en él solo quedan algunos animales que sobrevivieron a la masacre que trajo la 4ª Guerra Mundial. Casi todos los animales han mutado, es un planeta muerto, completamente muerto. Un planeta que rebosó vida, ahora es sólo un montón de ruinas de las ciudades que se levantaban sobre él en el pasado. Los 7 dioses sienten lástima de este planeta olvidado, recuerdan lo que llegó a ser, a representar. Habían creado unos seres perfectos, más poderosos que cualquiera del resto de sus creaciones, los humanos. Los humanos podían amar, odiar, sentir. Eran seres completos. Pero también podían ser estúpidos y eso los llevó a la muerte. 'Tan sólo los idiotas matan a sus iguales', decían los dioses, cuándo lloraban la perdida de sus inocentes criaturas. La Tierra era un planeta demasiado valioso para merecerse el abandono que sufría. Los dioses adoraban demasiado su creación. La Tierra merecía una segunda oportunidad, una segunda era. Cada dios creó sus criaturas, esta vez, no consiguieron trabajar en equipo. Los humanos habían sido su única creación conjunta, y habían terminado todos muertos, extintos. Los Sustitutos fueron creados, con la misión de repoblar un planeta muerto. Cada raza de los sustitutos carecía de un sentimiento, cómo cada dios que los había creado. Los iluminados, hijos de la Diosa de la Luz, no podían odiar; los oscuros, las criaturas del séptimo, no podían someterse, no podían seguir órdenes, no podían ser sumisos, como el Dios que era su padre. Hijos del agua, del segundo dios, no podían mentir, la sinceridad era su poder, y su debilidad. Los descendientes del Dios del fuego, carecían la capacidad de amar, no podían sentir amor; quizá y este dios fuera el más cruel, a la hora de decidir el destino de sus Sustitutos. Hijos de la tercera Diosa, la Diosa del bosque, carecen de atrevimiento, son tímidos, no son capaces de dirigir a los demás, no son capaces de contradecir, no son capaces de defender lo que piensan, eso los hace los más fáciles de controlar, de someter, pero también los más nobles. Los descendientes del cuarto Dios, el Dios de la Tierra, no tenían piedad, no sentían lástima; podían robar miles de vidas inocentes sin nisiquiera inmutarse. Y por último, los hijos del Dios del viento, no son sensatos, demasiado impulsivos, casi suicidas. Aunque los dioses también fueron justos con sus Sustitutos, un don para cada raza, cada uno diferente y poderoso a su manera. Todos los Dioses apostaban por sus Sustitutos, todos auguraban únicamente la supervivencia de la raza que ellos habían creado. Se lo tomaron cómo un juego, cómo un reto. Cada Dios apostó por la victoria de sus criaturas, jugarán con el destino de sus creaciones, cómo piezas en un enorme tablero, hasta el final de los tiempos, o al menos, hasta el final de la 2ª Era de la Tierra.

NATURE. 'Ser distinto puede ser tu sentencia de muerte'.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora