Capítulo 20 - Los lobos de los cuentos no tienen finales felices

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Capítulo 20: Los lobos de los cuentos no tienen finales felices.

PDV Connor.

Tiene sentido, pensé con confusión. Jack había aullado en primer lugar porque los cazadores andaban cerca. Si además estaban rastreando, era casi obvio que oirían los gritos de Marion. Supongo que estaba demasiado ocupado siendo vencido como para pensar en eso.

Pude notar que Jack sabía que no tenía sentido llevar a cabo nuestro plan ahora, con dos miembros de nuestra manada heridos.
Vino hacia mí y me ayudó a caminar, sin que nuestra anterior disputa importara en estos momentos, y los dos empezamos a huir lo más rápido que pudimos. Pero sabíamos que débiles como estábamos, no llegaríamos muy lejos. Yo estaba jadeando y sentía como si mil clavos se clavaran en mi cabeza, mi vista estaba borrosa, cada músculo me dolía, y sabía que si seguía así iba a perder la conciencia. Jack, también viéndose agotado, se detuvo medio segundo y aulló, llamando al resto.

Superada la sorpresa inicial de encontrarse con Marion, los hombres parecieron discutir brevemente sobre matarnos o encerrarnos, y temo que no alcancé a oír la resolución. Gritaron palabras que no logré comprender y se lanzaron a la persecución, disparando mientras corrían, lo que por suerte no les daba tiempo a tener mucha puntería, sobretodo con un blanco en movimiento. Las balas que pasaban silbando a mi lado aceleraban cada vez más mi corazón.

Sharon, Luka y Kim no tardaron en aparecer de entre la espesura y atacar a los cazadores más cercanos. Me sentía exhausto y cada vez más mareado, las imágenes que se mostraban ante mi visión no eran más que confusos borrones y mis sentidos estaban confundidos. Unos momentos después caía entre la nieve, inconsciente.

PDV Marion.

-¡Papá, por favor, no lo maten! -le grité sacudiendo su brazo, deseando que por una vez me escuchara.

Él me miró, lleno de enojo, ignorando mis palabras.

-Marion, !¿qué demonios hacías en el bosque?! ¿Sabes lo peligroso que es meterse aquí sin forma de defensa alguna? ¡Ya viste cómo ese lobo intentó atacarte!

Sus palabras trajeron bruscamente a mi memoria lo sucedido tan sólo un rato antes. Cómo aquel lobo blanco quería atacarme, y cómo había gruñido con mi lobo por un rato, antes de que ambos empezaran a pelear. Quizá debería haberme ido en ese momento, pero no creí que fuera peligroso. Se veían tan concentrados el uno en el otro que no pensé que siquiera recordaran mi presencia. Y luego recuerdo el miedo que sentí cuando, con mi lobo débil y lastimado, el otro se vio decidido a matarlo, o al menos eso pareció. Pero sentí aún más miedo, cuando, una vez lanzada la piedra, el enorme animal empezó a venir hacia mí.
En ese momento sólo imaginaba como se sentirían sus colmillos clavándose en mi piel, ¿dolería por demasiado tiempo?

Estaba agradecida de que papá me hubiera encontrado, pero ahora también me preocupaba por lobo. No quería que lo mataran, no podía permitirlo.

-¡Ellos no son los lobos que mataron a los excursionistas!-probé esta vez, poniéndome frente a mi padre.

Él me devolvió la mirada con incredulidad y enojo.

-Sí lo son, ¡y tu ibas a ser su siguiente victima!

Iba a responder, sintiendo las lágrimas asomarse a mis ojos por el sentimiento de impotencia, cuando un grito nos distrajo a ambos. Era otro de los cazadores, y estaba siendo atacado por un gran lobo gris y negro.

-Marion, no me hagas repetirlo. Peter te llevará a casa.-dijo con un tono severo, y luego me esquivó y corrió hacia sus compañeros.

Observé impotente cómo disparaban a aquel lobo gris y negro que nunca había visto, pero con un dardo tranquilizante y no con balas. Quizá mi lobo todavía tenía esperanza...

Una pesada mano sobre mi hombro me interrumpió de mis pensamientos, y me di vuelta para encontrarme con el hosco rostro de Peter. Era un amigo de mi padre, grande y con canas blancas asomándose entre su mata de pelo marrón; tenía un aspecto rudo y severo, pero en realidad, aunque algo mañoso a veces, era agradable y gentil cuando lo conocías. Y yo lo conocía de toda la vida, era casi como un tío para mí.

-Ya oíste a tu padre, palomita, vamos a tu casa.

No se veía muy feliz con perderse la cacería que todos habían estado esperando por tanto tiempo, pero eso no quitaba el tono dulce que siempre reservaba para mí. Sin embargo, yo no estaba de humor para devolver la cortesía.

-¿Van a matarlos?-pregunté con una mezcla de ira y desesperanza, levantando la cabeza para mirarlo fijamente a los ojos.

Él se rascó la cabeza.

-Lo más probable es que no los maten ahora, pero se los llevarán. Las familias de los excursionistas que fueron víctimas del ataque quieren quedarse con las pieles, y no sirven si están agujereadas por balas...ya sabes lo incoherentes que se pueden poner las personas cuando pierden a alguien que les importa.-hizo una pausa, mirándome.- Anda, vámonos. Marion, no hay nada que puedas hacer, esto no tiene que ver contigo.

Y dicho esto casi me obligó a avanzar de vuelta a mi hogar. Me resigné por ahora, echando una última mirada al revuelo de más allá. Y me sorprendí a mí misma deseando que los lobos ganaran y pudieran escaparse.

No sabía cómo, pero estaba decidida a hacer que mi lobo tuviera un final feliz. Los grandes lobos malos nunca tienen finales felices en las historias. Susurró una parte de mi mente, pero la ahogué y me concentré en seguir caminando por la nieve, separándome de su lado a cada paso.

PDV Connor.

Mi desmayo sólo duró unos minutos, y me encontré despertando aún en el caos. Había caído detrás de un arbusto, y los humanos no me habían visto, esto era lo único que me había salvado de que me encerraran o mataran.
Me levanté con dificultad y miré a mi alrededor, con la garganta seca y la vista aún ligeramente borrosa. Jack, aunque manando sangre por innumerables heridas, mordía la escopeta de un hombre, impidiendo que este disparara. No parecía que fuera a resistir mucho más. Luka se veía furioso y había derribado a otro, y atacaba directamente a su garganta; ese cazador probablemente moriría dentro de unos pocos segundos. Kim gruñía asustada a dos hombres que se cernían sobre ella, con las armas en mano, listos para dispararle. Y a Sharon la llevaban -inconsciente o muerta- al cajón de una de sus camionetas.

Un gimoteo brotó de mi garganta al ver la situación de mi manada, pero pronto se transformó en un gruñido; sentí la ira recorrer mi sangre y estallar como una explosión. Olvidé mi dolor y corrí con cegado odio hacia los hombres que tenían a Kim, saltando sobre uno y enterrándole mi mandíbula en el hombro con todas mis fuerzas, hasta que sentí mis propios dientes entrechocar entre su carne.

Pero en el fondo, más allá de toda la furia y adrenalina que pudiera tener, sabía que estábamos en grave peligro, y que necesitábamos algún tipo de ayuda o ventaja o terminaríamos todos muertos. Pero negándome a aceptar esto, seguí atacando e intentando defenderme, con el punto límite de mi agotamiento repiqueteando amenazadoramente y creciendo a cada momento; en cualquier segundo fallaría un golpe, mis fuerzas flaquearían, y todo se volvería negro. Me aferré a la carne de esos hombres, de la misma forma que me aferraba desesperadamente a la vida.

Huellas De Un LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora