EL GRABADO DE LA MASACRE DE BOSTON

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C.IX-EL GRABADO DE LA MASACRE DE BOSTON

Ese invierno transcurre plácidamente entre proclamas pegadas en farolas, puertas y paredes de las trece colonias por cientos de manos invisibles –impresas por un tal Benjamín Edes en su taller– y un duro trabajo con las mercancías de las dos goletas y los tres bergantines de la empresa que no cesan de ir y venir entre Francia y Massachusetts.
Por cierto: yo soy una de esas "manos", aunque no me ocupa mucho tiempo, únicamente por las noches y algún domingo que otro; de esta forma además mantengo en forma a Pegaso que me agradece los viajes a ciudades como Portland, Providence, Albany, Hartford...

La primavera llega y con ella el cese de Hutchinson llegando en su lugar otro Thomas: Gage. Y con él, el cierre del puerto a todo tráfico de mercancías con el consiguiente trastorno para el barón, además de la pérdida de los centenares de puestos de trabajo que generaba. Nosotros hemos tenido suerte: Étienne –ignoro como lo ha conseguido ni el "por cuanto"– ha llegado a un acuerdo con el nuevo mandatario para que sus bergantines puedan atracar en el muelle y seguir comerciando. Seguro que le sale caro, pero...
En un suspiro se pasa la primavera llegando un verano cálido y seco que finaliza con el Congreso de Filadelfia en septiembre. Se trata de un órdago a la Corona, ya que se establece la unidad de las trece colonias –representadas por 55 delegados de todos los territorios excepto Georgia, que no obstante se adhiere a lo allí refrendado– frente a las acciones británicas –todo esto me lo ha explicado mi amigo Paul y, aunque no he entendido muy bien el significado, al menos ya sé lo que está ocurriendo-.
También me ha contado –y de primera mano, ya que ha estado
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allí acompañando a nuestros representantes– que algunos de los delegados aún están indecisos, caso de George Washington y Thomas Jefferson –a los que aún no conozco–, pero muchos otros, entre los que se encuentran John y Samuel Adams, están firmemente a favor de la Independencia.
Lamentablemente no todos están de acuerdo, como los delegados de New York y de Pennsylvania, y eso no me gusta: presiento que la guerra que se avecina será no solo contra los "demonios rojos" de Jorge III, sino también contra otras colonias que les apoyarán. ¡Mierda!

—Hola, amor. ¿Volverás muy tarde del Dragón Verde?
No es la pregunta en sí. Ni siquiera la manera de formularla. Hay algo más que se me escapa pero que no consigo descifrar. Y pregunto:
—¿Por qué lo dices, quieres que te traiga algo?
—No, no... es que te echo mucho de menos cuando no estás –pasándose una mano por el vientre.
Y entonces caigo. No me lo puedo creer, pero es cierto. Lo sé, lo he visto más veces y siempre he acertado en mi predicción.
—¡Estás preñada!
Su cara de sorpresa es un poema, pero antes de que reaccione la estoy abrazando con toda la ternura de que soy capaz y diciéndole cosas preciosas al oído. Yo también estoy emocionado y era lo último que me esperaba, pero claro, durmiendo juntos, un día u otro tenía que llegar.
Sea lo que sea, ¡bienvenido sea!

En la taberna me obligan a tomarme una pinta –la primera de mi vida– dándome todos la enhorabuena -no por la pinta en sí, sino por lo realizado ayer-. Se encuentran además de Paul y Samuel, los dos compañeros de oficina, Bertrand y Alexis, Jean Claude y un buen número de Hijos de la Libertad, algunos llegados de muy lejos.
Después de las congratulaciones pasamos a lo que nos ha llevado hasta allí: vamos a ver por primera ver la plancha original de un grabado
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que causó una gran expectación en su día ya que reflejaba un tremendo suceso. Flota en el ambiente una gran excitación y va llegando el momento –se ha hecho un poco tarde, siendo ya casi "la hora de las brujas"– de que el dueño cierre a cal y canto puerta, ventanas, contrafuertes y postigos. No debe verse ni una luz desde fuera ya que podría atraer la curiosidad de alguna patrulla –y hoy en día están de lo más "curiosos"-.

Macqwa, un héroe de la independenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora