EL 18 DE JULIO DE 1775

9 3 0
                                    

C.XIII -EL 18 DE JULIO DE 1775

La primavera asoma en las tranquilas aguas de los Grandes Lagos trayendo consigo un indescriptible aroma a jazmín envuelto en la brisa de la tarde. Las azaleas florecen en todo su esplendor y el campo se ha cubierto de lirios y peonías por donde revolotean las abejas... y los gorgojos. Siempre tiene que haber gorgojos. En nuestro caso, son de color rojo y van fuertemente armados.

—¿Como te encuentras, mi amor?
Cubierta por dos enormes y blancos edredones de plumas de ganso en la enorme cama donde dormimos y asomando solamente su cabecita de entre la profusión de almohadas y cojines, saca lentamente sus dos bracitos desperezándose. Tiene muy buen aspecto. Al principio todos temimos por el niño –ó la niña– que está gestando, pero afortunadamente parece que nada le ha ocurrido y "todo" ha quedado en el dolor por las palizas recibidas, cosa que el tiempo ha ido curando, sin olvidar el tremendo susto y miedo pasados.
—Muy bien, cielo. Ahora mismo me levanto y te hago el desayuno, ¿quieres? -hace más de una hora que llevo en pie, y ya he dado buena cuenta de unos huevos revueltos con bacon y unas sabrosísimas tortitas de maíz que me ha preparado Angela –una de las cocineras del barón–. Pero claro, ¿como me voy a negar a sus deseos?
Quien no está nada, pero que nada bien, es el dueño de la casa. Cercanos ya los ochenta, el reúma y la artrosis le están pasando factura impidiéndole moverse con facilidad y sufriendo constantes dolores. Un médico que llega de Saratoga una vez por semana  es  su  único  consuelo, además de mi compañía –según él dice–, ya que su flota mercante –lo único
MACQWA                                                                                                                 -64-

que podría distraerle– está actualmente varada en Toulon al haberse cerrado, ya no solo el puerto, sino las oficinas –el revuelo producido el mes de diciembre pasado ha sido considerable:  tres soldados, un funcionario y una mujer muertos, amén de la tremenda herida sufrida en el orgullo británico al habérsele sido arrebatada una prisionera ante sus barbas. Casi nada...

Las nieves están ya prácticamente olvidadas. Es casi mediodía, y en el porche sentados, tomando el sol en dos mecedoras, el anciano y mi niña del alma. Y por el camino que conduce a Boston, un jinete se acerca... Voy volando a por mi Charleville mientras Étienne hace lo propio, y cuando ya le tenemos al alcance de la vista aflojamos la presión sobre las armas. No hacen falta: se trata de Paul Revere. 
Tras relatarnos las últimas novedades llegadas de las Colonias, y estando a punto de comenzar la guerra habiendo tomado el mando de las primeras y muy inexpertas tropas el general G. Washington, pasamos a cosas más personales, interesándose por Manyira.

—Aquí sigue más guapa que nunca, y con esto –apoyo una mano en su vientre que va reflejando una bonita redondez- cada  vez más hinchado. La aludida me mira con cariño y a su vez le pregunta por  Rachel  –su mujer–  que por lo que sabemos, también está encinta.                 
—Pues ya no, no lo está... –nos quedamos parados pensando lo peor —...acabamos de tener una niña y de hecho aún no sé como la llamaremos –nuestros rostros han pasado del espanto a la alegría en un momento y, a sugerencias del barón, sacamos una botella de un nuevo vino espumoso denominado Champagne recién traído de Francia para celebrarlo. También le sugiere quedarse a comer -ayer mismo cacé un venado y su carne no puede estar más jugosa y apetecible- pero declina esgrimiendo un argumento irrefutable que no puedo rechazar:
—He venido para llevarte conmigo.  Te necesito esta noche  como
nunca he necesitado a nadie, y nadie mejor que tu para ayudarme a llevar a
MACQWA                                                                                                                 -65-

cabo la misión que mi patria me exige. Leo en tu rostro que no necesito preguntarte si estás dispuesto a ello y que me seguirías hasta el mismo infierno si te lo pidiera. Pero debo advertirte que nuestras vidas estarán en juego, y cuenta con que no habrá  nadie  para ayudarnos. Pero lo que se dice nadie en absoluto. ¿Lo entiendes, Macqwa?
Elegantemente vestido a la usanza francesa con un elegante terno azul y cubierto por un tricornio de terciopelo negro, de estatura un poco menor a la mía, con un cuerpo enjuto y fibroso –aunque fijándose bien, algún kilo le sobra–, su presencia sin embargo es la de un gigante.
Entonces sonrío, y apartando sus manos de mis hombros le hago "el abrazo del oso" levantándole un palmo del suelo y dejándole casi sin respiración. Y sin pausa...

Macqwa, un héroe de la independenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora