LA LARGA NOCHE DE LA CABALGATA

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C.XIV -LA LARGA NOCHE DE LA CABALGATA

No he tenido obstáculos ni problema alguno para cruzar el río Charles, llegando en nada de tiempo a la otra orilla. Me he despedido de los barqueros con un gesto de agradecimiento -no hemos cruzado ni una sola palabra en el trayecto- y una vez atados los cuatro caballos en un poste de señales, busco entre los muelles a Paul.

—¡Vamos, que casi son las diez! -escucho su enérgica voz desde una esquina susurrándome. Y asustándome, por qué no decirlo...
Entonces cabalgamos hacia Lexington, cada uno con su caballo y una yegua de repuesto, pero saliendo con cinco minutos de diferencia -así hay menos posibilidades de que nos atrapen a los dos la innumerables patrullas de vigilancia que hay a lo largo del recorrido.
Él va a avisando a los colonos de todas las casas que se encuentra por el camino, los cuales a su vez parten en todas direcciones para advertir de la situación: el ejército del general Gage se encamina a Lexington para detener a John Hancock y Samuel Adams y a Concord para apropiarse de la pólvora y armamento de los arsenales de los rebeldes. Lo segundo tiene menos importancia ya que, en los días anteriores, se han puesto a buen recaudo todos los suministros.
Llegando a Somerville, una patrulla me da el alto -no entiendo como han dejado pasar a Paul- y me detengo. Son dos pipiolos recién salidos de la academia y sin ninguna experiencia -se nota por sus gestos nerviosos- mandados por un cabo mayor ya entrado en años. Les entrego mi documentación y tras preguntarme el motivo de mi presencia allí a esas horas tan intempestivas, les explico que mi anciana abuela está a punto de morir y debo ir a su domicilio en Medford a darle los últimos consuelos.

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Todo ello con cara de circunstancias y expresión afligida. Se lo tragan. Y continúo mi viaje detrás del platero al que ya casi no logro ver en la lejanía.
Cruzando todo el condado de Middlesex, llego cerca de la medianoche a Lexington donde ya me está aguardando en la entrada mi amigo. Ningún percance ha obstaculizado su misión y solo resta esperar la llegada de Dawes que está tardando en aparecer. Media hora más tarde le vemos llegar -ha venido por caminos más sinuosos teniendo que lidiar varias veces con las patrullas británicas hasta llegar aquí, y tras abrazarnos con gran efusión nos encaminamos al 36 de Hancock Street donde, tras unas ventanas cerradas a cal y canto hallamos a John y a Samuel con los padres de aquél y muy preocupados temiendo por sus vidas.

—Vienen a por vosotros tropas enviadas por Thomas Gage desde Boston por lo que debéis partir de aquí de inmediato. Por mi parte, he avisado a todos los minuteman que he hallado en mi camino para que a su vez alerten a todo el condado, y espero lleguen hasta aquí al menos tres ó cuatro mil patriotas en las próximas horas. No obstante, y por mucha resistencia que opongan, carecen del conocimiento y el armamento necesarios para enfrentarse a un regimiento británico, con lo que mi consejo sigue en pie: debéis poneros a salvo ahora mismo.
Media hora de discusiones después y, para ser sincero, de haber dado todos buena cuenta de un magnífico estofado, los dos congresistas siguen al pie de la letra el consejo decidiendo poner rumbo a la cercana Burlington donde no conseguirán encontrarles las tropas británicas.
Estoy cansado y tengo mucho sueño, pero me encuentro muy bien conmigo mismo y creo que estoy ayudando al nacimiento de este país, del cual las Cinco Naciones a la que pertenecemos los mohawq son parte.

¿Y ahora? Nos hemos quedado solos los tres, muy cerca ya la una de la madrugada y nos encaminamos al paso de nuestras cabalgaduras hacia la vecina Concord. Por el camino, grupos de colonos se dirigen hacia
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Macqwa, un héroe de la independenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora