MÁS MUESCAS EN FORT WILLIAM AND MARY

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C.X- MÁS MUESCAS EN FORT WILLIAM AND MARY

Después de engullir –estábamos realmente muertos de hambre y sed– una cena digna de un rey y con la barriga punto de estallar, nos sentamos delante de la chimenea en la que crepitan alegremente unos hermosos troncos de roble.
Ellos con unas copas de licor, y yo con mi vaso de leche caliente de costumbre -mi compañero me dice frecuentemente que "a ver cuando maduro", pero no creo que eso tenga nada que ver con la bebida. Vamos, me parece a mí...
Al parecer, según cuenta Paul, tropas británicas acuarteladas en Boston se dirigen a Fort William and Mary –la fortaleza conocida como "El Castillo" en la desembocadura del Piscataqua– al objeto de reforzar sus defensas y dejar a buen recaudo pólvora y municiones que allí se hallan provenientes de Rhode Island. Armamento que sería de gran ayuda en poder de las milicias que se están formando en esos momentos en todas las colonias.

—¿Con que guarnición cuenta El Castillo?
—Prácticamente con nadie: un capitán sin experiencia –creo que se llama John Cochran– y cinco soldados novatos recién llegados de la Isla –así se referían a la Gran Bretaña.
—Mañana recién amanecido iremos los tres a buscar voluntarios para asaltar el fuerte y hacernos con su armamento antes de que lleguen los refuerzos. Sin duda conocerás a más de trescientos dispuestos a todo. Yo tengo solamente uno: Marc Malou –dice señalándome muy serio– pero que vale por cincuenta de ellos y más aún.
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Hasta ahora Langdon prácticamente ni me ha visto. Ahora me ve. Ve un joven francés bastante bien parecido, elegante, ancho de hombros, con más de seis pies de estatura y con el odio hacia los ingleses marcado en el rostro. Ese soy yo.
Me ofrece su mano extendida, la aprieto con decisión, y después de lo dicho por Paul, ya no necesita saber más.

La mañana del 14 de diciembre se presenta soleada pero como si no: el frío que llega del Ártico corta la respiración, y eso que yo estoy acostumbrado... Recorremos Porstmouth de arriba a abajo pateando la nieve sin dejar un rincón y apuntando a nuestra causa cada vez más Minuteman*. En menos de tres horas somos casi cuatrocientos, suficiente para lo que planeamos, llegando hacia las tres de la tarde al objetivo.
Hablando John Langdon:

—Marc y yo nos acercaremos a la entrada pidiendo se nos abra el portón para entregar una misiva urgente al capitán. En el momento en que eso ocurra, salís todos rápidamente desde detrás de esta pequeña loma tras las que nos encontramos, penetrando dentro del recinto.
El gigante –más de siete pies de altura–, apoyando una de sus enormes manos en mi cuello y la otra en la empuñadura de una preciosa –aunque letal– pistola de cuatro cañones fabricada en Lieja y regalo de La Fayette, la decisión pintada en el rostro, continua diciendo:

—Hay que reducir a toda costa a la guarnición, abrir las puertas del arsenal y hacer una cadena humana hasta la entrada, momento en el que aquellas cuatro carretas escondidas –las señala, mirando todos y afirmando con la cabeza– se acercarán para ser cargadas y desaparecer de aquí a toda prisa. ¿Alguna pregunta?
El silencio le responde.
—Bien. A ser posible, sin muertes innecesarias. La Historia nos juzgará por nuestros hechos: recordadlo y obrad en consecuencia.
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Me mira con una a modo de sonrisa indicándome con un gesto que nos pongamos en movimiento. Salimos desde detrás del promontorio situado a menos de cien pies de la entrada del fuerte y nos encaminamos hacia allí sin prisa pero sin pausa y hablando de cosas banales –no vaya a ser que el centinela tenga el oído demasiado fino...

—¿Quien va?
—¡Mensaje del gobernador Thomas Gage! –le respondo con altanería y suficiencia, como corresponde a un mensajero portador de una importante noticia.
El portón se abre lentamente y, en ese preciso momento y con gran alboroto, los patriotas salen de su escondite corriendo como lobos hacia donde nos hallamos. El centinela y otro soldado que ha acudido con rapidez al oír el alboroto, disparan sus mosquetes pero, afortunadamente sin herir a nadie. Langdon y yo estamos ya dentro y mientras él corre hacia la residencia del capitán, sin duda para hacerle su prisionero, yo me lanzo hacia el primer soldado que veo golpeándole con fuerza en el rostro con el pomo de mi machete. Cae ensangrentado y corro a por otro que me está apuntando con su arma y a punto de disparar: no le doy tiempo a hacerlo arrojándole la mía y clavándosela en el pecho.
Para entonces ya hay bastantes de los nuestros dentro y subiendo a la empalizada, rindiéndose sus tres defensores: ha sido un visto y no visto. Corremos entonces hacia el patio de armas donde se encuentra la residencia del capitán, viéndole junto a su captor con el rostro desencajado y por supuesto desarmado.
Tras romper con gran estrépito la cerradura de la puerta del arsenal y avisar a las carretas, se forma la cadena humana prevista llevando casi cien barriles de pólvora hasta la entrada. Donde es cargada y llevada a toda prisa a Durham esa misma tarde junto con una carta al general Sullivan. La guerra, aunque no oficialmente, acaba de comenzar ya que de hecho, este general volverá mañana al fuerte cruzando el Piscataqua y llevándose un cañón ligero con todas las armas que logre encontrar**.
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Esa misma tarde nos despedimos del gigantón y su mujer, pues ya va siendo hora de regresar...

—Ha sido un placer luchar a tu lado, Marc Malou. Para lo que quieras aquí me tienes –y me da un fuerte abrazo que me deja casi casi sin respiración.
—Cuento con ello y lo mismo te digo: en Wing Lane 4 de Boston tienes tu casa. Estaremos en contacto a través de Paul -miro riendo al platero–. Desde hace un tiempo ya casi ni trabaja: ahora se dedica casi exclusivamente a dar largas "cabalgatas" nocturnas... –reímos los tres.

Y a lomos de Pegaso y Onawa emprendemos camino de regreso al hogar entre burlas y chanzas sobre los estúpidos casacas rojas.
Hoy finalmente ha prendido, siendo conscientes de que se va a extender como la pólvora, ¡el Fuego de la Libertad!









*Minuteman: milicias que se formaban mediante avisos puerta a puerta en cuestión de minutos.

**Asalto a Fort William and Mary: Esta es una versión libre de los acontecimientos sucedidos. Al parecer, los casi cuatrocientos patriotas se encaminaron a la empalizada con gran griterío, siendo recibidos con una salva de cañones y fusilería –sin resultar ninguno herido–. A continuación entraron por la fuerza, coincidiendo todo lo demás con lo expuesto.
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Macqwa, un héroe de la independenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora