...Y VUELTA A COMENZAR

13 2 0
                                    

C.XVII -...Y VUELTA A COMENZAR

Agotado después del trajín y de las emociones vividas las últimas cuarenta y ocho horas, me he quedado dormido en la mecedora del porche -hace una muy agradable temperatura- esperando no me despierte nadie al menos en una semana.
En mi sueño estoy jugando con mi pequeña en una verde pradera cercana a las colinas que protegen mi poblado. Todo son risas y carreras en círculos intentando atrapar a Munawa -eso jamás va a ocurrir- mientras Manyira desolla unos conejos recién cazados junto al riachuelo. El sol calienta aunque no quema, y un refrescante vientecillo agita las copas de los árboles que dibujan el horizonte. De pronto, el cielo comienza a nublarse mientras que la brisa se torna en un frío viento que hace apagar la alegría de los corazones y manda callar los sonidos del bosque. Una garra se posa en mi hombro y me zarandea furiosamente:

—¡Tú, despierta. Déjame ver tus papeles!
Un casaca roja con los ojos inyectados en sangre me está taladrando con la mirada esperando mi respuesta. Una ojeada rápida a mi alrededor me permite ver seis caballos alineados en el palenque, y a su cuidado un shawnnee* de muy mala catadura. De lo que deduzco se trata de una patrulla compuesta por cuatro hombres al mando de un cabo mayor. No parece muy preocupante...
—¿Es que no me has oído? -insiste el cretino.
Balanceándome hacia atrás en la mecedora, la punta de mi pie derecho impacta violentamente contra su entrepierna dejándole sin resuello
 

*shawnnee: indios algonquinos que, junto con el pueblo cherokee, eran los más firmes aliados de Inglaterra
MACQWA                                                                                                                 -86-

y llevándose las dos manos a la zona castigada en un acto reflejo.
Segundos preciosos en los que, tras regresar hacia adelante, ya  he sacado el machete de la bota y sujetándole la cabeza con una mano,  con la otra le rebano el cuello limpiamente.
Y en silencio.
El shawnnee me contempla con los ojos como platos habiendo transformado su expresión dura y altanera por la de lo que realmente es: un pobre diablo. No le presto la menor atención dirigiéndome hacia la casa a resolver lo realmente importante: mi gente.
Demasiado tarde: de la entrada surgen tres de los cuatro malditos, dos de ellos apuntando con sus pistolas de chispa a las sienes del barón y de Manyira respectivamente y el otro riendo con suficiencia empujando a las sirvientas y al esclavo afuera.
Del interior de la vivienda empieza a salir un humo blanquecino en densas volutas que me hace temer lo peor, y lo peor es que nada puedo hacer: levanto las manos instintivamente y entonces el risueño, al ver a su compañero en el suelo cubierto de sangre, borra la estúpida risa de su fea cara, saca su pistola de montar* como un rayo y, sin darme tiempo a reaccionar, me dispara en el pecho a bocajarro.
Escucho el estampido mientras veo el cielo girar hacia la derecha -sin duda estoy cayendo hacia el otro lado- y el bonito color de todo lo que me rodea se convierte en gris, en gris plateado...

—¡Señor, levántese por Dios, ayúdeme a sacarle de aquí!
Ebony, con un cubo de agua vacío en la mano -me acaba de arrojar su contenido- tira de mí con fuerza intentando apartarme de la tremenda antorcha en que se ha convertido la casa de Étienne. Haciendo un tremendo esfuerzo -¡estoy vivo!- consigo medio incorporarme ayudado por él, llegando hasta el camino donde el fuego ya no puede alcanzarme.

*Pistola de montar: pistola usada por los oficiales, de mayor tamaño que la convencional
MACQWA                                                                                                                 -87-

Desde allí, sentado en el polvo, contemplo el final del sueño de mi "padre" mientras el ex-esclavo -los otros dos de que disponía se fueron hacía ya tiempo- me pone al día:

—¡Ay señor, pobre señor barón... lo han matado como a un perro  sin poder defenderse...
—¿Manyira? -oído lo anterior, quiero saber lo más importante.
—La señora y el niño están bien, no se preocupe por ellas: Angela y Charlenne se las llevaron en la carreta a Manchester a casa de un sobrino del señor -levanta la mirada al cielo- que Dios tenga en su gloria, ¡malditos bastardos!...
No solamente me está poniendo al día, sino que está vendando mi herida tras haberla limpiado. He tenido una suerte endemoniada -al parecer- ya que la bala presenta orificio de entrada y salida y además sin dañar ningún órgano ni arteria de importancia. En unos días, como nuevo.

Mientras vemos el final del incendio, me cuenta los detalles de lo ocurrido explicando la causa del tremendo moretón que luce en su ojo izquierdo -intentando defender al barón-, como dos de ellos intentaron sobrepasarse con Angela -Charlenne ya es gallina vieja y solo sirve para hacer caldo-, y como, finalmente, dejaron irse a las tres mujeres y la recién nacida sin poner reparos. Lo que querían ya estaba hecho: acabar con los dos "Hijos de la Libertad", especialmente con el mayor que era quien financiaba multitud de acciones contra la Corona.
Y en una pequeña calesa que estaba oculta tras un pequeño granero que se ha salvado de la quema, emprendemos viaje hacia mis dos "niñas", hacia el futuro, hacia la esperanza de un mundo mejor.
Y mentiría si dijera que, al mirar atrás desde el pescante, no se me ha escapado más de una lágrima. Pero es que atrás dejo casi diecinueve años de mi vida y en ella queda grabado para siempre el recuerdo del hombre que más ha hecho por mí y por todo lo que tengo ahora: mi Sol, mi Luna... y mi País.

Macqwa, un héroe de la independenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora