¿Cómo iba a amarlo si su vida para él se encontraba únicamente en esa habitación profunda y solitaria? ¿Cuál podía ser la razón de su apego hacia él si siempre estaba hiriéndole de alguna manera? No era algo simple de sobrellevar y tenía que admitir para si mismo -sin importar el costo que le impusiera su mente a su resquebrajado corazón- que su estoísmo estaba a un solo paso, a una sola acción de colmarse. Necesitaba decirle que ese enredo que llevaba por cabeza lo estaba volviendo insomne, débil, pálido, incapaz.
Encerrado y asfixiado, así es como se sentía con el amor que sentía por el otro. Cuando miraba sus ojos bicolores en la lejanía de su propia alma. Cuando lograba entender la barrera propia de sus brechas sustanciales. Cuando entendía que su vínculo estaba roto.
¿Qué más se suponía que podía hacer? Para el momento en que esa pregunta comenzaba a rondar su mente solo podía darle la espalda al azabache tras sus encuentros furtivos. Era la tortura más mísera, la incertidumbre más terrible que jamás había vivido... ¿Y si al otro día se le ocurría golpearlo o hacerlo callar con el canto ruidoso de la gigante ballena que lo custodiaba incansablemente?, ¿y si simplemente se le ocurría ponerle fin a sus extenuantes confluencias que le otorgaban felicidad y melancolía breve y paralelamente?, ¿qué haría en el caso de que el satanista encontrara la manera certera de sacarle el 'te amo' que tenía atrapado en el estómago, las costillas y la lengua? El peliazul sabía que se reiría en su cara, que no pararía de restregarle las casualidades que los llevaron a eso, eso que solo era algo efímero.
Mas aún así, vivía en el suplicio constante con la excusa de tocar el cielo por unos segundos, de sentirse amado por un par de minutos, de sentir algo más que ansiedad, reemplazándola por el enamoramiento que surgía desde sus ojos hasta sus manos al acariciar a un dormido azabache a su lado.
Quizá esa era la única manera de poder amarlo, de tan cerca pero tan lejos. Roto y meditabundo. Roto y melancólico. Roto y taciturno.
Nunca se puede saber cuando será la última vez, así que se incorpora, se acerca al moreno y lo besa con la suavidad y delicadeza de quien posee el miedo adherido a las entrañas de dañar los vestigios de algún lazo.
Consciente, despierto, soberanamente desesperado.
Murdoc le corresponde con lujuria, y una vez más, el pelizaul ahoga toda la decepción que se acumula en su pecho -y que amenaza con ebullir de la manera más errónea-, respondiéndose con la reflexión más lógica a la que ha llegado en toda su estadía en el Punto Nemo: el mayor no tiene siquiera una desgraciada razón para quererlo y albergar cierto espacio romántico en su recluso órgano sentimental.
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Que vivan los novios [Yaoi]
Hayran Kurgu¡Lleve su drabble fresquito! Le ofrezco cualquier shipp que a mi mente se le ocurra colocar como la OTP del mes.