Yo estaba resignada a seguir soñando con una vida emocionante, una vida sin preocupaciones por el meticuloso mundo adulto. Siempre me tomaba todo a broma, no me preocupaba por nada, ni por mi futuro. Estaba aferrada a esa idea hippie de vivir el momento como si fuese el último día, porque siempre he sabido que voy a morir algún día y que no importa que errores cometa. Después de todo, solo sería un error insignificante entre un mundo tan grande.
Pero a pesar de eso, es doloroso tratar de no darle importancia a los problemas, no puedo vivir de forma despreocupada si al final voy a sufrir por estos insignificantes problemas. Así somos los humanos, nos ahogamos en un vaso de agua a pesar de que al mundo entero no le importa. Fue por eso que pase esos años sin comer, sin sonreír, sin vivir el momento como antes, porque no valía la pena disfrutarlo si al final iba a sentir que mi pedazo de felicidad me hacía falta. Mi rayo de sol, esa persona excéntrica que a pesar de no ser distinto del resto, me hacía sentir que cargaba con el regalo más preciado del cielo.
Lo conocí en mi primer año de preparatoria, Andrew apenas tenía cinco años cuando lo conocí. Yo tenía quince años y llevaba dos materias reprobadas, pero aun así me esforzaba para que mi padre no tuviese que decepcionarse por mí. También tenía que cuidar a mi hermano ante la ausencia de mi madre quien se fue de mi lado cuando tan solo tenía diez años. Mi padre trabajaba en su local de muñecas de porcelana, tenía clientes que venían con frecuencia y todos los de la colonia lo querían mucho, pero al final no era suficiente ganancia por lo que siempre comíamos humildemente y el siempre me presionaba cuando sacaba malas calificaciones pues él no quería que terminara siendo una fracasada como él. En la escuela era la chica más desarrollada de mi clase, no era raro que los chicos me miraran y las chicas envidiasen mi belleza. La presión que me ponía a mí misma era mucha, me preocupaba mucho por el futuro y era infeliz, hasta que él llegó.
—¿Qué hay güerita?—me preguntó un chico de cabello negro.
Yo no lo había visto nunca, por lo que supuse que no me hablaba a mí, pero vi de reojo que él no se iba.
—Te hablo a ti, la de lentes y ojos bonitos—me dijo mientras se ponía frente a mí para que me detuviera.
—Disculpa, ¿quién eres? ¿necesitas algo de mí?—le pregunté un poco nerviosa, el chico era muy guapo y parecía ser de tercero.
—Soy Marco, pero todos me dicen Marcus porque suena cool—respondió él bromeando—. Te he visto que a veces te sientas sola en el receso y decidí acompañarte.
—No necesito que me acompañes, gracias. Estaba por ir con mis amigas a desayunar—le dije tratando de ser amable—. Q-quizás otro día.
—Ellas no son tus amigas, bien que se burlan de ti a tus espaldas.
—¡E-Eso no es cierto! Tú qué sabes, ni las conoces...—Me enfadé y decidí mejor irme.
—Neh, pero tengo amigos que han salido con ellas y dicen que son unas falsas—aseveró él alzando los hombros—. Pero tú eres encantadora y eres distinta a ellas, sé que ellas no siempre fueron tus amigas pero ahora te juntas con ellas porque tus otras amigas resultaron ser unas falsas también...
—¿Y qué si lo son?, no tengo tiempo para preocuparme por esas cosas, déjame ya de una buena vez, no soy especial ni nada solo porque te parezca linda—le contesté yo irritada mientras le daba la espalda y me iba.
En eso él tomó mi mano y me llevó corriendo a otro lado.
—¡Suéltame!, mis amigas me están esperando—exclamé mientras intentaba zafarme, pero fue nulo, él era demasiado fuerte y solo se reía de mí.
En eso llegamos al patio de la escuela cercas del comedor.
—Te invitaré algo del comedor, ¿qué quieres?—me preguntó entre risas aún.
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Amor Frágil
RomanceRompiéndose lentamente, la grieta se va prolongando formando más grietas a su paso, hasta que se rompe, todo lo que guardaba se va callendo. Cual un pilluelo dejas tu huevo y quedas indefensa, sin nadie que te proteja. Eres tan vulnerable que puedes...