Sentimientos negados.

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Dear Jake, Jake Harper:
Recuerdo que a la mañana siguiente cuándo desperté, al encontrarme en tu sofá con dos mantas y una jarra de chocolate al lado, me asusté muchísimo.
Recuerdo haber llorado hasta casi quedarme dormida, me trajiste el chocolate caliente.
Me levanté y observé el lugar con atención, daba un aire a hogar, pero a un hogar sombrío, vacío.
Los cuadros eran monótonos, paisajes oscuros y sin gracia alguna.
Corrí hacia la puerta para largarme del lugar lo más rápido posible, pero al abrirla ahí estabas tú de pie, luciendo como una maravilla de las profundidades del mar; asombroso pero hundido.
Me miraste con confianza, di unos pasos atrás y pasaste, dejaste la puerta abierta (cómo me hubiera gustado que tu corazón estuviese así de abierto).
"Traje desayuno". Soltaste serio sacando las cosas de una bolsa de papel.
Nos sentamos en silencio en la alfombra de tu sala adornada por sillones azules, comimos sin decir una sola palabra, podía sentir como me mirabas por ratos, estaba asustada pero al mismo tiempo sentía la sensación de estar en casa.
¿Cómo podía yo saber que todo terminaría tan mal?
¿Cómo sabía que la tormenta iba a azotar?
"No eres de muchas palabras ¿o sí?". Dijiste mirándome mientras levantabas la basura.
Al ver que no respondí soltaste: "Tomaré una ducha".
Lamento mucho haberme marchado y no estar para cuando saliste pero todo era tan raro, tan confuso.
¿Cómo terminas llorando en el sofá de un extraño?
Jake, en ese momento no conocía tu nombre, en ese momento no había hablado con tu sonrisa ni había besado tus defectos o contado tus lunares bajo la luz de la luna.
¿Puedes culparme por haberme marchado?.
No sé cómo nuestras almas llegaron a querer ser compañeras o a besarse por primera vez, pero bueno eso es historia para recordar otro día.
Luego de esa mañana no fui al trabajo por los siguientes tres días, tenía miedo de volver a encontrarme con esos ojos flamantes y esa sonrisa perfecta. Pero tenía que ganarme la vida ¿no?
Cuando regresé a trabajar, por tres semanas seguidas fuiste a mi trabajo, te sentabas en la misma mesa cada día y pedías lo mismo: chocolate caliente.
Insistías en que me sentara a hablar, no podía, sólo el hecho de oír tu voz, me daba nervios.
No sé qué hiciste, pero el primer día de la cuarta semana, me senté frente a tí y dejé escapar la primera sonrisa y tú dejaste escapar una y en ese momento estuve segura que eras mi hogar y en ese momento tomaste mi mano.
Tus ojos mostraban calidez, tus labios se veían como una obra maestra, me dí cuenta de que acababa de entrar en aquella tormenta infinita llena de oscuridad, amor, miedo y calor.

-Lunae.

La melodía que hallé en tus ojos. [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora