Acabo de ver el e-mail que ha mandado Sandra y en el que me ha puesto en copia. Ayer estuve hasta las tantas terminando la oferta de IA y la hemos repasado en cuanto he llegado esta mañana a la oficina. Apenas ha pulido nada, me ha quedado rozando la perfección. Soy consciente de que soy buena en mi trabajo pero evidentemente, Sandra no me ha hecho mención alguna en el texto que ha enviado a Morales.
Me ruge el estómago. Ayer no cené terminando la oferta y el yogur y la manzana que he desayunado no me sacian ni diez minutos.
—Buenos días, Carla.
Levanto la vista de mi ordenador. No me había fijado en que
Gerardo me estaba observando.
—Hola Gerardo. ¿Cómo ha ido el viaje?
—Bastante productivo. Nos han aceptado la ampliación de fondos para el departamento de crisis. Vamos, que te voy a dar más trabajo.
Sonrío comedida.
—Eso es bueno.
Él sonríe también.
—Sí, lo es. Te iba a pedir que no olvidaras mencionarlo en tus reuniones comerciales con los clientes pero Sandra ya me ha dicho que te has ocupado de ello. ¿Cómo te fue ayer en tu primera incursión en la tecnología?
Me pongo en guardia. Con él delante no tengo a Sandra visible.
No sé qué le ha contado. Tengo dudas sobre si esta conversación quiere llegar a alguna parte que me incomode.
¿Habrá tenido las santas narices de confesarle mi flirteo ocasional con un cliente? Lo cierto es que yo no flirteé, eso lo hizo él. Yo me limité a un comportamiento naíf, propio de una adolescente mojigata.
Ni que fuera el primer hombre que veo en mi vida. Qué vergüenza, menos mal que no tengo que volver a verlo.
Me entra el pánico solo de imaginar lo que pensarían mis compañeros y Gerardo sobre lo ocurrido. Me pondrían de patitas en la calle y si se corriera la voz, no volvería a encontrar trabajo en el sector.
Gerardo me observa con seriedad a través de los mismos ojos negros que su mujer. Se mesa el bigote oscuro con los dedos esperando mi respuesta. Me paso la lengua por los labios. No ha pasado nada, no lo volveré a ver, no tengo por qué preocuparme.
Opto por ser más escueta que cauta.
—Bien. IA parece una cuenta con la que podríamos hacer muchas cosas.
Desde luego, a mí se me ocurren unas cuantas. Si dejo que mi imaginación eche a volar podría empezar a enumerarlas y no parar, pero no creo que ni Gerardo ni McNeill estén interesados en ninguna de ellas.
—Sandra me ha contado que hay probabilidades de una segunda reunión. Seguid detrás de la cuenta a ver cómo respiran. Morales es un genio en lo que hace pero en lo que se refiere a prensa no lo están haciendo muy bien. Tenéis que hacerle ver de lo que somos capaces si nos contratan.
Sí, sí. Sería capaz de muchas cosas pero lo que sea que le haya contado Sandra me eclipsa cualquier otro pensamiento.
—Supongo que Sandra te ha comentado que ya le hemos enviado una propuesta.
—Así es. Llamadle si no sabéis nada de él en un par de días. El viernes tenemos reunión de facturación y quiero saber el estatus de todas tus cuentas —su habitual melodía del iPhone le reclama desde el bolsillo de su pantalón. En cuanto echa un vistazo a la pantalla, comienza a alejarse de mi sitio—. Buen trabajo, Carla. Suerte en tu próxima reunión.
Asiento agradecida. En cuanto se aleja por la sala ensimismado en su conversación, busco a Sandra con la mirada. Sus ojos me observan condescendientes entre mechones de pelo negro. Menea la cabeza de vuelta a la pantalla de su ordenador.
ESTÁS LEYENDO
EL VENENO QUE NOS SEPARA
RomansaCarla no lo ha pasado bien, ni por sus anteriores relaciones con los hombres, ni por su trágico pasado adolescente. Fría y distante con todo aquel que se le acerca, es una mujer que no necesita un caballero andante. Esta veinteañera sabe cuidar muy...