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  Hace tiempo que no salgo a correr, estoy un poco oxidada. No obstante, me hace falta. Hago un esfuerzo y me enfundo las zapatillas, las mallas, una camiseta térmica, un impermeable, el brazalete del iPhone y me lanzo a la calle. Está diluviando aunque eso no me va a detener. Es más, seguro que hoy habrá mucha menos gente en el Retiro.

En cuanto entro al parque, está casi medio vacío. Comienza a hacer frío y los niños no están tanto tiempo en la calle. Además, ya ha anochecido y eso le da un aspecto sombrío e invernal que lo transforman en un marco fantasmagórico.

En cuanto llevo diez minutos corriendo me saco el iPhone para hacer check in en Foursquare. Hoy es un día estupendo para correr. La lluvia, el frío y el temprano anochecer lo despejan para corredores, patinadores y ciclistas que añoramos una calzada libre y espaciosa.

A ritmo de David Guetta doy vueltas por el parque con una resistencia mayor de la que pensaba. Creo que aguantaré bastante antes de los primeros calambres.

No me gusta este temporal. El olor a humedad y a tierra mojada me traen recuerdos de mi tierra. Me acuerdo de la leña de la chimenea crepitando en esta época del año. Me encantaba quedarme embobada mirando el fuego con una manta sobre el sofá. Mi madre me arropaba así cada noche antes de meterme en la cama. Lo recuerdo como si me hubiera sucedido ayer. Es una de las imágenes a las que me he debido aferrar tanto que ya no creo que nunca logre apartarme de ella. La saco de mi mente justo en el momento en que suena el tono de llamada y se corta la música en mis auriculares.

—¿Sí?

—Hola, cariño.

—Hola, tía —contesto jadeando.

—Cariño, ¿estás bien? ¿dónde estás?

—He salido a correr.

—Me estabas asustando —ríe mi tía al otro lado del teléfono

—. Puedo llamarte mañana si quieres.

—¿Ha pasado algo?

—No, no. Era para mantenerte al corriente de un par de cosas pero pueden esperar a mañana.

Continúo mi carrera sin detenerme.

—Puedes contármelo ahora si no necesitas mucha conversación por mi parte.

Escucho que tapa un poco el auricular y habla con alguien.

Estoy casi segura de lo que me quiere contar y tengo bastante claro que sabe lo que le voy a responder.

—Perdona, tu prima se queja de la cena y se piensa que yo tengo tiempo para cocinar —responde al volver a mí—. A ver, cielo, la semana que viene hay reunión de accionistas del bufete. He pensado que como la han fechado en viernes, podrías venirte el jueves por la tarde y pasar el fin de semana con nosotros.

Justo lo que pensaba.

—No, tía. Tengo mucho trabajo ahora, dile al tío que se encargue, por favor.

No oigo respuesta alguna durante unos segundos.

—Como quieras. Vendrás en Navidad al menos, ¿no?

—Sí, claro que sí.

Es de las pocas veces que me permito volver a Santander a lo largo de todo el año. Preferiría quedarme en Madrid y cenar pizza repanchingada sobre el sofá viendo cualquier tontería en la televisión pero sé que no debería pasar esas fechas sola. La compañía de mis tíos suaviza en cierto modo mi aversión a las fechas navideñas aunque hay veces que duele igual.

—Vale, ya me dirás los días que te coges para organizar algo.

—No creo que pueda cogerme muchos, es una mala época en la empresa. Hay un pico de trabajo muy alto.

EL VENENO QUE NOS SEPARADonde viven las historias. Descúbrelo ahora