Todavía no tengo muy claro lo que estoy haciendo. Sigo mirando el monólogo de Whatsapp como si fuera la primera vez que lo veo, y encima en el número personal. Ni siquiera recuerdo habérselo dado:
«Morales: "La Terraza del Casino"».
«Morales: "Solo cenar"».
«Morales: ":–)"».
¿Por qué le habré dicho que sí? Vale, porque mi sentido común estaba completamente anulado por el vino y la ginebra pero aún puedo decirle que no.
No, es demasiado tarde. Estoy a punto de entrar. Tendría que haberlo hecho a lo largo del día pero es que la resaca me ha durado hasta bien entrada la tarde y ya no me quedaba más tiempo del necesario para arreglarme y venir hasta aquí.
No he hecho gran cosa. He intentado recogerme el pelo pero hoy no atino con el moño, no estoy de humor así que lo llevo suelto. Me he puesto la minifalda de paillettes y una blusa en color crudo de manga larga. Tampoco he abusado del maquillaje. Después de que me viera con el pelo sudado y la cara lavada en el Retiro, si hemos llegado hasta aquí, es que no puede ser tan horrible lo que hay bajo la base y los polvos.
Está bien, voy a entrar. Me estoy congelando aquí fuera.
Apago el cigarro y subo las escaleras del casino. Estoy más que decidida, al menos, mucho más que anoche. No volverá a pillarme desprevenida. Es más, creo que en cierta forma se aprovechó de mi estado etílico.
Voy a decirle que no. No pienso arriesgar mi carrera por un polvo. Por mucho que me vaya a poner las facilidades para que no sea así, no quiero aventurarme en esto. No va conmigo y no voy a cambiar por él.
Tras subir en el miniascensor, entrego mi abrigo a la azafata, quien me guía a través de las mesas. Alucino en cuanto me abre la puerta del privado. ¿Otra vez? ¿Para qué ha reservado todo el salón del privado para nosotros solos? Este tío es tonto.
Me quedo estupefacta en cuanto entro. Es un salón enorme.
Está rodeado de cristaleras que dejan entrar las luces nocturnas madrileñas.
Una vez más, en mitad de la estancia se encuentra nuestra mesa y el propio Morales, quien se levanta y se acerca a mi silla retirándola. A un lado del salón hay un espejo inmenso. Va a reproducir todos nuestros movimientos durante toda la cena. No me gusta la idea, no soy muy fan de mirarme en los espejos.
—¿También tengo que decirte que estás preciosa? —me lanza mientras me acomodo sobre la silla.
Que diga lo que quiera. Para lo que le va a servir...
—Me he tomado la libertad de pedirte el vino que escogiste el otro día.
—Pues quiero tinto.
Aprieta los labios, su mirada intenta traspasarme la piel pero no me dejo. Hace una seña al sumiller que está en la sala.
—¿Qué desea beber, señorita?
—Arzuaga del noventa y siete —contesto sin apartar mis ojos de Morales.
—Buena elección.
Se retira.
Morales entrecierra los ojos sospechoso.
—¿También conocías este restaurante?
—Sí.
Inspira ceremonioso.
—¿Qué pasa? ¿Conoces todos los restaurantes de Madrid con estrellas Michelín?
—Sí.
—Joder —coge su vaso de agua y da varios tragos—. Te gusta ponérmelo difícil, ¿eh?
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EL VENENO QUE NOS SEPARA
RomanceCarla no lo ha pasado bien, ni por sus anteriores relaciones con los hombres, ni por su trágico pasado adolescente. Fría y distante con todo aquel que se le acerca, es una mujer que no necesita un caballero andante. Esta veinteañera sabe cuidar muy...