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  —Tengo que acompañarla. No puede ir sola a una reunión así como así y menos con una cuenta con tanto potencial como esa.

Sandra no está nada contenta con lo sucedido. He tenido la suerte o la desgracia de encontrar a Gerardo junto a su mesa en cuanto he llegado a la oficina y he ido a contarle lo ocurrido. Gerardo tiene muy claro lo que debemos hacer pero a Sandra va a estallarle toda la rabia contenida que le corre por las venas.

Si el jefe no hubiera estado aquí en este momento, probablemente Sandra se habría callado lo ocurrido y habría acudido a la comida en mi lugar. El problema es que estoy convencida de que las consecuencias no habrían sido nada buenas para McNeill. Ni tampoco para mí, sobre todo teniendo en cuenta que Morales me amenazó con ir a buscarme si no me presentaba yo misma.

Quiero creer que Morales está realmente interesado en lo que vende McNeill. Pero la forma con que me provoca sin pudor alguno, delata lo mucho que se divierte tonteando conmigo. Eso me preocupa. No sé si solo quiere reírse de mí o contratar de verdad los servicios de la agencia.

Sea como sea, yo tampoco me siento cómoda acudiendo a esa cita.

—Sandra tiene razón. Tenemos que ir las dos. Igual lo mejor es que cambie la fecha al viernes.

—El viernes tampoco puedo, tendré que ir el lunes —apunta ella.

—No, Carla. Tienes que ir tú. Si él dijo mañana, irás mañana

—insiste Gerardo. Después observa a Sandra con seriedad—. Si es el propio cliente el que ha pedido que vaya uno de mis comerciales en concreto, irá ese mismo y ningún otro. No estamos en disposición de llevarle la contraria, sobre todo en este punto en el que aún se está negociando. No tengo nada más que decir.

—Yo también debo ir, Gerardo. ¿Y si hay algo que Carla no sepa contestar? ¿Y si mete la pata diciendo algo que no debe?

No sé qué me ofende más, que diga semejantes tonterías o que hable como si yo no estuviera delante.

—¿Mencionó Morales a Sandra en algún momento?

Sí, cuando me dijo que no quería que fuese.

—No.

Gerardo vuelve a concentrase en Sandra pero se le está acabando la paciencia. Lo noto, y su mujer, tras todos estos años, debería adivinarlo también.

—Ya has oído, Sandra. Mañana tenemos la comida con los directores escoceses y quiero que estés. No vamos a retrasar la cita con Morales para darle más tiempo a pensarse nuestra oferta y rechazarla, ¿no crees?, ¿desde cuándo le dices que no a un cliente?

No se trata de eso. Sandra y yo lo sabemos. Ambas sabemos que el problema no es ni la cuenta, ni la oferta, ni las negociaciones. El problema soy yo.

—Muy bien —acepta Sandra de morros—. Carla, espérame en la sala de reuniones, tenemos que preparar esta reunión. Lo haremos las dos. Porque al menos eso sí que podremos hacerlo juntas, ¿no?

Creo que yo ya sobro en esta conversación.

Pongo mis pies en polvorosa y me dirijo a mi mesa a por mi portátil y mis gafas para encerrarme en la sala de reuniones. Ha sido muy poco profesional que Sandra se encarase a su jefe delante de mis narices aprovechando su cercanía personal. No soy quién para meterme ahí en medio pero está claro que Gerardo tomará medidas de alguna forma. La verdad es que se parecen muy poco, son la antítesis el uno del otro. Aunque puede que sea por eso por lo que lleven media vida casados y aún se soporten.

Sandra entra en la sala hecha una furia y deja caer su cuaderno de notas sobre la mesa con estrépito.

—¿Qué paso anoche, Carla?

EL VENENO QUE NOS SEPARADonde viven las historias. Descúbrelo ahora