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  No puedo concentrarme. Sigo preguntándome si la lengua de Morales sería tan eficaz en mi clítoris como lo es en mi boca. Solo de pensarlo, me empapo de nuevo como una adolescente. He pasado una noche horrible, casi no he pegado ojo. No puedo quitarme a Morales de la cabeza. Aún tengo el polvo de ayer grabado a fuego en mi mente y eso me preocupa.

Tengo que controlarme, sobre todo cuando vuelva a verlo mañana. No ha cancelado la reunión, sigue intacta en mi calendario e imagino que seguirá en pie pase lo que pase. Después de todo, es una reunión de negocios. Tiene razón, tengo que aprender a distinguir ambas cosas. Si me la cancelara, me estaría diciendo claramente que lo de ayer ha interferido en mi trabajo y eso es lo último que quiero.

Sandra aparece por la puerta y se me cae el alma a los pies.

Todavía recuerdo cómo me advirtió sobre esto y cómo me halagó haciéndome saber que era más inteligente que toda esta barbaridad. Estaba muy equivocada. Soy retrasada perdida.

—¿Todavía no tienes noticias de Morales? —me increpa acercándose a mi mesa.

Mi corazón se detiene durante unos segundos.

—¿Perdona?

—No nos ha vuelto a convocar desde que comisteis el jueves pasado, debería llamarlo.

—No es necesario. He recibido una convocatoria suya para mañana al mediodía.

Sandra arruga la frente en un ceño cruzándose de brazos.

—Yo no la he recibido.

—Sandra, recuerda lo que me dijo.

—Tengo que acompañarte. ¿Puedes cambiarla al miércoles?

No le entra en la cabeza, me va a provocar más de un disgusto con esta cuenta. Se la regalaría gustosa a cualquiera aunque me quedara sin llegar a la cuota. Lo juro. Tanto estrés no merece la pena pero no entiende que no puedo, no podemos hacerlo.

—Yo no lo retrasaría, está claro que vamos a cerrarlo de un momento a otro...

—¡Mañana no puedo, Carla! —estalla furiosa y yo me encojo sobre mi asiento.

—¿Qué ocurre?

Gerardo aparece de detrás de Sandra. Probablemente habrán venido juntos.

—Daniel Morales quiere citarnos mañana pero yo tengo una comida cerrada desde hace semanas. No puedo cambiarla —argumenta Sandra volviendo a la calma.

Gerardo sacude los hombros restándole importancia.

—Que vaya Carla.

—No me parece buena idea. Está tardando mucho en recibir una respuesta afirmativa por parte del cliente, necesita mi ayuda.

Me muerdo los labios haciendo un esfuerzo por no abalanzarme sobre ella y arrancarle la cabeza.

—Pero ha conseguido una tercera visita ella sola, está claro que están interesados —responde Gerardo—. Sigamos por ese camino antes de cabrear al cliente sin haber si quiera empezado a trabajar juntos.

—Gerardo, si al final conseguimos la cuenta esto puede complicarse todavía más.

Nuestro jefe nos mira sin comprender.

—¿Por qué?

Sandra me lanza una mirada cómplice y suspira. Sé lo que va a decir.

—Imagina que el cliente sigue insistiendo en verla solo a ella.

Que quiere que sea su contacto directo con McNeill y no yo. Carla es muy junior, aún no está preparada para ese trabajo. Podemos perder la cuenta tan pronto como la hayamos conseguido si no puede sobrellevarlo.

EL VENENO QUE NOS SEPARADonde viven las historias. Descúbrelo ahora