20

381 39 2
                                    

Caminé largo trecho guiado con una brújula, hasta que vi otra cabaña, apenas un poco más grande que la mía. Un anciano leía un periódico, apoltronado en un viejo sillón azul, cerca de la entrada. Me acerqué, curioso como un niño, de forma sigilosa.

—¿Eres el nuevo chico del vecindario? —exclamó el anciano sin apartar la vista de sus noticias. Llevaba lentes redondos; su largo pelo blanco terminaba a la altura de los hombros, se peinaba hacia atrás, lo que aumentaba el tamaño de su frente. Me recordaba la imagen de Benjamin Franklin en los billetes de cien dólares, pero más flaco.
—Sí... acabo de llegar hace unos días.

Siguió leyendo el periódico, concentrado, como si hubiera encontrado una frase interesante en el artículo y la estuviera interpretando. Solo cuando pasó la página dijo:

—Tengo una botella de ron.

Me había acercado más a la cabaña. El viejo vestía como un adolescente; zapatillas rojas All Star, jeans y un polo blanco que llevaba el logo de Radiohead. Su rostro era pálido y me sorprendió que no tuviera el entrecejo tan marcado como los hombres de su edad. Daba la vuelta a la página sin levantar el rostro. Al lado del sillón, una mesa de madera. Lo que había encima de ella: Una cajetilla de cigarros recostada en una botella de ron, un cenicero de plástico, un encendedor y una tabla negra con 3 aros de colores entrelazados, a la manera de un triángulo.

—¿Vive aquí hace mucho tiempo? —pregunté. El crujir de la leña, que se dejaba escuchar desde su sala, creaba una atmósfera familiar.
—Desde que nací. Vivía con mis padres, luego se fueron y me dejaron la casa.
—Pues, me llamo Jaime —dije ofreciéndole un saludo. Solo entonces, levantó su mirada por sobre los lentes y me dio un fuerte apretón de manos. Intuía en todos sus gestos el temperamento de un hombre saludable, que disfruta de forma tranquila su vejez.
—Voy a traer un vaso más —dijo y entró en su casa. Me quedé observando la tabla negra con los aros. El periódico que leía era del domingo pasado. Imaginé que iba a la ciudad cada fin de semana, o que, en todo caso, encargaba a alguien comprar una lista de víveres y cosas según sus necesidades.
—Disculpe, ¿cuál es su nombre? —pregunté apenas volvió a sentarse en su sillón.
—Graham —respondió mientras me servía el ron.
—¡Qué curioso! —exclamé con sorpresa, aunque en verdad, estaba perturbado—. Mi pa- satiempo actual es un juego de computadora donde el personaje se llama igual que usted. El nombre del juego es King's Quest. Lo vendían en los años noventa. Bueno, me imagino que usted prefiere los clásicos juegos de mesa, como mi abuelo.
—Tengo un PlayStation 4 —dijo secamente.

Esa respuesta me dejó mudo un buen rato. Graham cerró el periódico y cogió la tabla negra, doblando sus recuadros, modificando la figura de los anillos. Comprendí que se trataba de un puzle mecánico.

—Nunca había visto un juego así —dije, todavía asombrado por la coincidencia de los nombres.
—Es un Rubik's Magic.
—¿Lo creó el mismo tipo del cubo Rubik?
—Sí, el húngaro Ernő Rubik.
—Imagino que es un buen ejercicio para la mente.

Graham sonrió, irónico. Tomó un sorbo de ron, se rascó el cabello, con la misma sonrisa irónica pero esta vez, observándome —su mirada tenía una extraña inocencia— y regresó a su cabaña. Volvió sosteniendo un enorme cubo de Rubik con ambas manos.

—Este es un cubo de 17x17x17. ¿Quieres intentar resolverlo? —dijo poniéndolo sobre la mesa, con suavidad—. Será un buen ejercicio para tu mente.

Me reí de buena gana y Graham, poco a poco, empezó a reírse conmigo.

—Mis padres también jugaban King's Quest —dijo sirviéndose más ron—. Por eso me pusieron así, Graham.

La coincidencia era tan perfecta que me pareció hasta ilógica.

—Disculpa, Graham, pero eso suena extraño. ¿Cuántos años tenían tus padres en los noventas?
—La misma edad que tú, supongo.
—Me está tomando el pelo, señor Graham...
—Yo nací en el año 2000. El primer día de enero.
—¡Eso es imposible!
—Tengo 16 años viviendo en este mundo.
—¡Eso es ridículo! —dije llevando mis manos a la cabeza.
—Cada setenta días mi cuerpo envejece un año.

Cuando dijo eso, recordé el mensaje en la canasta del bebé, y traté de procesar todas las cosas que estaban pasando desde que empezó el año, observando el rostro de Graham como un gran enigma a resolver.

—¿Quién eres... en verdad? —pregunté, lleno de impaciencia.
—Soy el maestro de las figuras —dijo moviendo su cubo de 17x17x17, bajando su rostro para ver sobre los lentes— y estoy esperando a un niño que será mi único aprendiz.

FANFICTION - La vida de Horacio - IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora