Las tres hermanastras

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-¿Cuánto falta?—inquirió Momoko.

-creo que ya llegamos—dijo Sango, revisando su mapa.

-¡Pero yo no veo nada más que esa montaña!—gritó Naoko.

-escalemos, la ciudad puede estar detrás.

Las tres chicas subieron a la montaña, que en realidad, era un volcán. Y ahí, en el cráter, estaba la imponente ciudad capital de la Nación de Fuego.

-¡Llegamos! ¡Llegamos!—gritaron las tres emocionadas.

--

Aang estaba sentado en medio del jardín con las piernas cruzadas, meditando tranquilamente como era su costumbre.

-señor Avatar, alguien solicita hablarle—le dijo un mensajero.

-¿quién?

-tres niñas que piden hablar con usted.

-¿Niñas? Iré a ver.

Aang se paró y caminó hacia la habitación donde se recibían a los invitados. Ahí, estaban paradas en medio de la sala Momoko, Sango y Naoko.

-Hola—las saludó el Avatar-¿Necesitan hablar conmigo?

-si señor.

Las tres niñas hicieron una reverencia que incomodó mucho al Avatar.

-levántense, eso no es necesario.

-lo es, estamos frente al maestro de los cuatro elementos.

-párense.

Las tres lo hicieron.

-señor, le traemos esto.

Momoko le tendió un pergamino que Aang agarró con curiosidad, lo desenvolvió y leyó.

Estimado, poderoso y honorable maestro Avatar:

Se que no soy nadie para escribirle de esta forma y menos para solicitarle el favor que ahora le pediré, solo le ruego que termine la lectura de esta carta.

Me llamo Furitawa, soy un hombre humilde que cosecha para poder sobrevivir. Mi esposa falleció dando a luz a mi única hija, Momoko, una maestra tierra de la que estoy muy orgulloso. Cuando mi pequeña hija apenas cumplió los tres años, un amigo mío maestro agua falleció en la guerra, dejándome a mí como tutor de su hija, una adorable niña llamada Sango, maestra agua, a la que llegué a querer como a una hija al tener la misma edad que mi Momoko.

Cuando las dos tenían seis años, atacaron mi aldea los maestros fuego, pero me perdonaron a mí a mis hijas la vida a cambio de que cuidara con mi vida a la hija de un soldado que recién había muerto y de la que nadie quería hacerse cargo, una niña hermosa llamada Naoko de apenas cuatro años de edad. Los soldados se fueron al dejármela y nunca más volvieron, la abandonaron sin piedad. Pero yo si tuve misericordia de la niña y la crié a pesar de que era una maestra fuego y de las burlas e insultos de los demás aldeanos.

Así pues, crié a las tres como si fueran mis hijas y aunque les hice saber que no eran hermanas de sangre, si lo eran por cariño. Ellas tienen un fuerte lazo de hermandad que sé les será de mucha utilidad para sobrevivir en el mundo.

Pero mi salud es débil y recientemente he enfermado mucho. Sé que mi hora ya llegó. No tengo patrimonio alguno que dejarles a mis niñas de apenas catorce y doce años, pues mis tierras son del terrateniente para el que trabajo y que al morir yo se las dará a alguien más. Lo único que puedo hacer por ellas es ver porque tengan un buen maestro que les enseñe a usar sus poderes por completo y así puedan defenderse y mantenerse de por vida.

Avatar: La leyenda de Aang. Libro IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora