La Busqueda

1.2K 83 10
                                    

El mundo seguía en paz. Aang estaba seguro de que ese sueño revelaba un futuro, pero hasta que no hubiera indicios sobre quién pudiera ser el causante del nuevo sufrimiento que padecería la humanidad, no alertaría ni preocuparía a sus amigos.

Las aprendices del Avatar aprendían de forma rápida y segura. Aang estaba convencido de que serían excelentes maestras. Toph y Katara a veces asistían a los entrenamientos y ayudaban a Aang.

Ese día, Katara estaba viendo el entrenamiento de Sango, quien intentaba con dificultad hacer látigos de agua.

-maestro ¿Y si me hace una demostración?—inquirió Sango.

-la he hecho tres veces.

-¡Yo lo hago!—dijo Katara.

Sango sonrió con ganas antes de hacer una reverencia ante la morena.

-es un placer conocerla, Si fu Katara.

-Sango—saludó Katara.

-Katara fue mi maestra de agua-control. Es una excelente maestra-agua—dijo Aang mirando a Katara con esos ojos de enamorado que le provocaron un sonrojo a la chica.

Katara hizo el movimiento de forma lenta y concienzuda, luego, ayudó a que Sango hiciera los movimientos de forma rápida y más segura.

Mientras Katara ayudaba a Sango, Aang aprovechó el intervalo para darle otra lección a Momoko, quien ya podía sentir cada vez más las vibraciones de la tierra y sacar del suelo pilares cada vez más grandes.

Pero de las tres, la que avanzaba más rápido era Naoko. Esa niña era una excelente maestra fuego que aprendía de manera rápida y Aang calculaba que no le faltaría mucho para ser toda una maestra. Aang había visto que sus discípulas no eran maestras normales, tenían las tres muchísimo potencial y quería desarrollarlo al máximo.

--

Una mujer caminaba lentamente, recorriendo las tierras del Reino Tierra. A lo lejos-muy lejos-se divisaba el océano y también los muros de Ba Sing Se. Vestida con una humilde túnica gris, la capa ocultaba su rostro e impedía que fuera identificada.

Solamente llevaba un bolso no muy grande y gastado. Dentro, guardaba comida y algunas piezas de plata, cobre y dos de oro con las que compraba el alimento indispensable, siéndole imposible otorgarse lujos.

Finalmente, ya casi al ocaso, llegó a la bahía donde estaba un puerto importante del Reino Tierra. Se acercó de inmediato a un barco hecho de metal, obviamente, originario de la Nación de Fuego.

-¿Quién es el capitán?—preguntó con voz sumamente suave y sumisa a uno de los hombres que subían a cubierta.

-Yo mismo—contestó.

-¿Podría usted ser tan amable de llevarme con ustedes?

-No creo estar autorizado.

-¿Es acaso este un barco de guerra?

-No señora, es de comercio. Pero no se si...

-¡Oh, prometo no causarle molestias! Iré si quiere en la prisión, para que nadie me vea. Tengo algo de pan en mi bolso y de él comería.

-no seré tan descortés, pero temo que la habitación que le ofreceré no será la mejor. Y le recomiendo que pase la mayor parte del tiempo en la cabina. Uno nunca sabe como reaccionarán los comerciantes ante mujeres lindas.

Avatar: La leyenda de Aang. Libro IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora