La Espera

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Katara y Hakoda abordaron un barco de la Tribu al día siguiente al amanecer y viajaron hacia la Nación del Fuego. Pronto ya sería verano y el sol intenso con su calor además de las suaves brisas que venían del este hicieron de su viaje uno ameno y sin dificultades. Llegaron a la Nación de Fuego en cuatro días.

La capital se veía mucho más hermosa de lo que Katara recordaba. Cuando la visitó por primera vez fue para pelear contra Ozai y después contra Azula. En esos momentos era una ciudad parcialmente destruida por las peleas. Ahora estaba completamente reconstruida de esplendorosa manera y brillaban sus tonalidades rojizas mezcladas con el dorado.

El palacio se alzaba protegido por murallas. Los soldados protegían las puertas. Por instinto y costumbre, la postura de Katara se tensó. Los guardias, lejos de atacarla, le sonrieron y abrieron las puertas.

-Sea bienvenida, Si Fu Katara—dijeron los guardias mientras le daban una reverencia.

Katara recordó entonces que ahora los soldados no eran malvados ni la atacarían. Eran simplemente los protectores de la familia real y de ella misma, por ser una invitada. Entró al palacio y por la mirada de su padre descubrió que el pensaba de la misma manera que ella. Después de toda una vida temiendo y rehuyendo de los soldados de la Nación de Fuego, costaba mucho aceptar que ahora libres de la guerra ya no eran enemigos, si no amigos.

Una escolta los guió por el interior del castillo hacia el salón principal, donde estaba Iroh que les saludó con una sonrisa amistosa.

-¡Bienvenida, Katara! Bienvenido, señor. Espero que su estadía aquí sea confortable—dijo Iroh.

-Hola Iroh ¿No vivías en Ba Sing Se?—preguntó Katara.

-si, pero vine por el baile a ayudar a mi sobrino con los preparativos—contestó el viejo general.

-¿Y dónde esta Zuko?

-detrás de ti.

Katara volteó y vio como el Señor de Fuego entraba a la sala con una sonrisa. Katara lo abrazó y le besó la mejilla a modo de saludo ¡Hacia tanto que no lo veía! Y había cambiado bastante. Ahora Zuko tenía veintiún años y estaba mucho más alto, musculoso y varonil de lo que recordaba. Calculó que mediría un metro con noventa.

-has crecido mucho—dijo Katara.

-tu también—agregó Zuko. Luego, volteó a ver a Hakoda—Es un honor tenerlos a los dos como mis huéspedes.

-El honor es todo nuestro—contestó Hakoda.

Detrás de Zuko apareció Mai, vistiendo muy elegante y saludándolos con una reverencia.

-Pronto les mostrarán sus habitaciones—dijo.

Zuko y Mai se habían casado hacia un año, en una hermosa y enorme boda. Lamentablemente en ese tiempo Katara estaba muy enferma y no pudo asistir a la ceremonia, pero mandó una carta donde felicitaba a los novios y les deseaba una vida próspera y sana. Mai era ahora la Señora de Fuego, que aunque aparentaba ser ecuánime, se mostraba blanca y comprensiva con el pueblo.

-Es un gusto verte—dijo Katara-¿No ha llegado mi hermano ni nadie más?

-Eres la primera en llegar, Katara—dijo Zuko—lo cuál me sorprende, pues eres la que vives más apartada de la Nación.

-Nos tocó buen clima—mencionó Hakoda—estamos ansiosos de ayudarte en lo que sea necesario.

-Por el momento, no es necesaria ninguna ayuda, pero aprecio el gesto—contestó Zuko. Luego le habló a un sirviente para que les mostrara sus habitaciones.

Avatar: La leyenda de Aang. Libro IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora