Capítulo cuatro: Siempre estaré a tu lado.

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14 de noviembre de 2014

Primer día. Llamaron al timbre. ¿Quién podía ser? ¿La tía Blanca para darme aquella noticia tan importante por la cual mis padres tuvieron aquel accidente? ¿Algún vecino cotilla a darme el pésame? ¿O quizás la profesora de filosofía para darme los apuntes de ayer?

Me levanté del sofá. Me miré en el espejo. Bonitas ojeras. La misma ropa de ayer. El timbre comenzó a sonar repetidas veces. Abrí la puerta mientras mi paciencia se gastaba por segundos. Pero en el momento que abrí no dudé ni un segundo en abrazar a aquella persona. Úrsula. Me abrazó ella primero. Me abrazó tan fuerte que era increíble el poder que tenía de hacerme perder la memoria en tan solo unos segundos.

-No te voy a preguntar como estas, porque es absurdo. –Sonreí. No la esperaba. -Pero he venido a traerte tu cámara y todos aquellos libros que bueno. Supongo que no echarías mucho de menos. Ya sabes. Aristóteles y Platón.

Entró sonriendo a la casa.

-La vecina de la casa de al lado me dio esto para ti –Enseñó el tupper levantando la mano-, me ha dicho que luego le lleves el tupperware o que vendrá ella y así hablaba contigo. Yo que tú se lo llevaba.-Echó una carcajada al aire- O si quieres se lo daré yo junto con esta comida que no se podría decir lo que es, una especie de mezcla entre lentejas con pollo y ¿Y qué es eso rojo? ¿Pimiento? –Puso una cara de asco. Muy propia de ella. La misma que cuando ve a alguien que le cae mal o cuando suspende algún examen. Aunque siendo ella de quien hablamos eso de suspender exámenes no le va mucho. -Vaya forma de ensuciar un cacharro de plástico. –Lo dejó caer sobre un el mueble de la entrada de madera sobre algunas revistas y periódicos antiguos. –Por cosas como esas yo prefiero no estar rodeada de vecinos y vivir en una bonita soledad. Yo en cambio te he traído algo comestible.

Seguí inmóvil en la puerta. Pero sonreía. Ella era la única que podía hacerme sonreír después de todo y más con sus pequeños monólogos.

-¡Adelante! ¡Siéntate! No te quedes ahí plantado como una estatua. Voy a preparar algo para la comida.

Cerré la puerta. Me dirigí al sofá donde Úrsula había dejado la cámara. Ella en la cocina. Se le escuchaba como tarareaba alguna canción que yo conocía. Qué raro que cambie su repertorio. Qué raro que sepa la canción que ella cantaba. La verdad es que aquella canción se estaba haciendo bastante famosa. Sonaba en la radio cuatro veces en una hora. Encendí la cámara. Vi el álbum donde ahí estaba mi madre con su carmín rojo y sus bonitos ojos. El coche con el que marchaban actualmente destrozado completamente.

-¿Patatas o ensalada?

Escuchaba de fondo mientras seguía mirando todas las fotografías de aquellos momentos. Fotografías antiguas. Sonreía. Reía. Era feliz al recordar aquellos recuerdos que jamás volveré a revivir. Algunas lágrimas descontroladas salieron disparadas sin control. Escuchaba como Úrsula se acercaba. Secaba mis lágrimas rápidamente con ambas palmas de las manos. Le saqué una foto donde su tez morena era blanca por los rayos de luz que entraba por la ventana. Su melena estaba recogida por un moño en lo más alto de la cabeza donde algunos pelos se soltaron por la parte inferior de su cabeza y algunos que eran demasiado cortos por los lados donde no llegaban a aquella especie de moño. Su vestuario era lo más llamativo por un delantal rojo. ¿De dónde ha salido ese delantal? Tenía un letrero 'Elena, la reina de la cocina' ¿Quién era Elena? Entraba con una bandeja de tamaño similar a mi mesa de escritorio.

-No me contestaste a ensalada o patatas, así que hice las dos, también pechuga empanada, puré de calabacín, aceitunas, sobras de macarrones que nadie quería en mi casa y la mejor botella de agua que tenías en la nevera. La mayoría por cortesía de mi tía Elena. –Mientras lo señalaba todo y cada una de las cosas con la mano mientras lo acompañaba con una bonita sonrisa de oreja a oreja.

En ese momento entendí quién era Elena. La dueña de esa pechuga empanada que mejor pinta había visto.

-¡Adelante! ¡Híncale el diente! –Se sentó en el sofá color crema de al lado. Ambos dispuestos a comer dando igual la hora que era. Le tomé la palabra, cogí aquel trozo de pechuga y de un bocado me comí media.

-Gracias por haber venido. –Sonreí. Tragué aquel gran trozo que mordí. Me costó. Pero con un poco de aquel agua, como decía Úrsula, el mejor agua que tenía en la nevera conseguí recuperarme fácilmente.

-No tienes por qué. Prefería esto a limpiar toda la casa. ¿Qué te parece si hacemos algo esta tarde? ¿Vamos al cine? ¿Al parque de atracciones? ¿Cocinamos metanfetamina azul en del desierto? ¿Matamos zombies? ¿O quieres que esperemos a que la señora A nos mande un mensaje? Podría estar divertido ¿Qué te parece? –Sonrió. Bebió agua y seguidamente pinchó de aquellos macarrones con tomate y queso fundido.

-Supongo que hoy me quedaré en casa, tengo que organizarla a la vez que después tengo que ir a organizar el funeral. Quiero que sea algo íntimo, personal, sencillo, pero a su vez dando aquello que mis padres hubieran querido tener. –Terminé de comer. No podía más. Relajé mi cuerpo en el respaldo del sofá sin quitar por un segundo la vista de Úrsula.

-Lo entiendo. –Añadió. -Yo después quedaré con Dylan entonces. Le tengo que recordar que me debe una entrada de cine. Quiero ver la nueva de George Lucas. Me quedé mirándola mientras le sonreía, recordaba a Dylan.

Recordaba por todo lo malo que habían pasado. Pero recordaba que ella era feliz. Estaba enamorada. Estaba confusa. En cambio yo por suerte hacía mucho tiempo que no le veía, aproximadamente unas siete semanas. Desde el cumpleaños de Úrsula. Nunca me ha caído bien. Era la persona más egocéntrica que jamás había conocido, una persona que lo único que le importaba era lo que la gente decía de él. Primero era él. Después él y su físico. Finalmente él, su físico y su apariencia de cosas lujosas. Incluyendo siempre en él su gran cantidad de celos. Seguía sin entender como Úrsula lleva saliendo con él cerca de ocho meses.

Se levantó. Se quitó aquel moño colocando la goma del pelo en su muñeca. Siempre tenía que llevar una en caso de emergencia. Peinó su pelo con sus dedos consiguiendo así su mismo peinado de pelo ondulado y seguidamente se quitó aquel delantal que pertenecía a la reina de la cocina, doblándolo mejor chicho, haciéndolo una bola y guardándolo en la mochila.

-Me voy a ir, tienes cosas que hacer. Sabes que si necesitas algo puedes hablarme. Siempre estaré a tu lado querido Adam. -Me dio un beso en la mejilla seguido de uno de los abrazos más tiernos.

Realmente Úrsula es la mejor persona dando abrazos, nunca nadie relajaba tanto a la hora de abrazar como ella. Se fue. Cerró la puerta suave. Como si nada hubiera pasado. Me tumbé en el sofá, solo una pierna estirada, la derecha. La pierna izquierda tocaba el suelo. Me quedé mirando aquel tupperware mientras pensaba que tenía que llevárselo antes de que la vecina viniera a por él. Giré la cabeza. Cerré los ojos. Pero lo único que se me aparecía en la cabeza eran ellos. Sus voces. Y una imaginación de cómo podía haber sido aquel choque. Abrí los ojos de repente. Me incorporé. Estaba sudando. Sudor frio. Era absolutamente horrible. Respiraba. Cada vez más fuerte. Bebí agua. Me senté mirando un punto fijo, mejor dicho, aquella cantidad de comida que había sobrado. Me tranquilicé mientras pensaba en el tupper de la vecina. Tenía que llevárselo, era necesario. Me levanté mientras me decidía a buscarlo jurando que estaba en aquel montón de revistas. Tal vez se lo haya dado Úrsula. Tal vez se haya desintegrado. Era un alivio.

21:58Donde viven las historias. Descúbrelo ahora