Echaba de menos a Chino, una lástima que estuviera en la universidad. Atenía a tres mesas. Una de ellas un señor mayor leyendo el periódico mientras se tomaba su café diario de por las mañanas. Aquella señora con su agenda y el móvil tomando un zumo de naranja y un bollo recién hecho mientras que su marido con el ordenador y un café, la tecnología estaba destrozando la comunicación de las parejas. Y en el fondo una mujer con su hijo pequeño dándole la papilla mientras ella tomaba una infusión. Nada nuevo. Solían venir cada mañana sobre las nueve. Limpiaba aquella barra. Limpiaba algunas mesas que no estaban perfectas. Cambié la música por la televisión. Aquel programa que empezaba a las ocho y media era entretenido. Lo observaba mientras esperaba que algo pasase. Que alguien me pidiera la cuenta. Que alguien se levantara y tuviera que limpiar. Que aquel pequeño bebe echase la papilla y tuviera que ir a limpiarla. Algo nuevo. Entraron. Escuché la puerta. Emilia. Tan radiante y bella como siempre.
-Que bien te sienta la primavera. Te invito a algo, ¿Qué quieres?
-¿Qué te parece si me pones un descafeinado?
-Perfecto. Siéntate. Enseguida se lo sirvo.
Se sentó cruzando las piernas en aquel alto taburete mientras se preparaba la leche.
-¿Qué te trae por aquí Emilia?
-Te dije que iba a venir y una promesa es una promesa. –Sonrió. -¿Dónde está el joven muchacho que has contratado?
-Está en la universidad, viene por las tardes y los fines de semana durante todo el día. ¿Cómo sabes que hay un chico?
-Me dijo que trabajaba en este bar, no sé si sabias que has contratado al hijo de Dylan. Mi nieto.
Se me cayó el café al suelo. No me esperaba aquella contestación.
-Le prepararé otro, tranquila.
-No déjalo hijo, no te preocupes ¿Todo bien?
-Sí, sí. No sé qué me ha pasado.
Levanté la mirada, aquel bebe comenzó a llorar, aquella pareja levantó la mirada de sus aparatos electrónicos y aquel hombre que miraba el periódico... Aquel hombre seguía mirando el periódico como si nada hubiera pasado. Limpiaba aquel café del suelo mientras escuchaba de fondo las noticias de última hora. Mi corazón se aceleraba. De acuerdo, no pasa nada.
-Necesito que me hagas un favor.
-Claro hijo, lo que tú quieras ¿Dinero?
-¡Oh! ¡No, no! Necesito la dirección de Úrsula. Quiero ir a visitarla. Quiero hablar con ella. Necesito hablar con ella.
-Cuídala Adam, yo sé que tú sí que sabes hacerlo. –Sonrió. Me miraba fijamente. –No te sabría decir la calle, pero sabría decirte que está en el callejón detrás del centro comercial, aquel grande que tiene una fuente y en medio una especie de aleta de ballena. Es decir al pasar la gran rotonda todo recto y la primera a la derecha. El portal grande antiguo entre una tienda de congelados y una tienda de fotografía si no recuerdo mal. Espero que te haya ayudado.
-Siempre serás la mejor Emi.
Le di un beso. Quizás el beso más fuerte que haya dado en muchos años.
-Nos vemos pronto hijo. La próxima vez que venga espero mi café.
-Créeme que tendrás el café, tres bollos y cuatro tostadas.
Se marchó. Estaba feliz. Estaba confuso. Chino era mi hijo. Era la persona que tenía los ojos de mi madre y aquella sonrisa tan familiar de mi padre. Volví a sacar aquella fotografía. La observaba bien de nuevo. Era él ¡Joder! ¡Es él! ¡Lo he tenido tan cerca! Sonreí. Supe de él. Supe que podía cuidar de él. Supe que era buen chico. Que trabajaba. Que no traficaba con drogas. Que yo era su jefe. Que lo cuidaría ahora más que nunca.
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21:58
RomantizmSiempre he sido de esas personas que tenían mil preguntas y ninguna respuesta. Estoy aquí delante de miles de fotografías. Han pasado ya diecisiete años desde aquel momento en el que no veo a nadie, mejor dicho, a ningún conocido desde que subí a aq...