Cinderella.
El lugar en el que el más pequeño de sus nuevos amigos murió era completamente aterrador; rodeado de oscuras arboledas, ramas quebradas en el suelo que hacían molestos ruidos cuando se las pisaba, sangre seca de algún pequeño animal muerto hacía ya un tiempo... Y, por último, el lodo en el que se suponía que debía estar el fallecido cuerpo de Richard, no tenía ni una hoja en el.
Cinder estaba horrorizada. No entendía lo que estaba pasando, iba olvidando importantes detalles que devería recordar, estaban siendo atacados por nuchas cosas y buscar comprender el por qué la entretenía a tal punto de que no podía dormir. Incluso los ruidos de la naturaleza en las oscuras noches que antes la ayudaban a dormir no provocaba tanto efecto en ella como el otro tema.
Y ese cambio no fue el único; los fuertes y acogedores brazos de Roman ya no le parecían ni tan fuertes ni tan acogedores como antes; las noches se sentían diferente, pesada; los ruidos de los animales nocturnos se le hacían cada vez más irritantes, al igual que el habitualmente relajante sonido del viento.
Richard había dejado un vacío en el ambiente y aquello hacía difícil seguir viviendo.
La razón era el miedo y la tristeza que todo recuerdo o mención del pequeño hermano de Roman traía todo el tiempo.
Pero, por más de todo lo que ella pudiese sentir, Cinder se dijo que tenía que ser fuerte. Por ella misma y por Roman, especialmente el que había sido quien perdió al hermano. Además, debía ser fuerte para averiguar por qué estaban pasando ese tipo de cosas, para arreglarlas, para irse por fin de allí como el Hada le había dicho cuando tuvo una charla con ella en aquella pequeña chocita y, sobre todo, porque Cinderella misma había causado aquella historia, como bien había dicho su Hada Madrina.
En un desesperado intento por dormir, intentó recordar todo lo que había sucedido desde que se fue de su antigua e infeliz residencia, algo que la ayudaría también con la tarea que la bruja les había dejado.
Así que, cerró los ojos y comenzó a sentir el frío del agua que su madrastra le había arrojado en el rostro hacía tan solo unas semanas.
Quejarse, llorar, gritar y chillarle a aquella señora eran las cuatro cosas que Ella quería hacer. Pero, en su interior, una parte de sí le decía que no armara un escándalo... aún.
Pero, desde el día en el que le habían comunicado que debía casarse con el patán de William, todo se había vuelto una pesadilla.
Por ello y por muchos sucesos que habían pasado en los que Ella definitivamente no había salido beneficiada, la castaña odiaba a su madrastra. Y ese odio no se disiparía tan fácilmente.
-¡Despiértate, Ella! ¡William llegara en cualquier momento!-Exclamó la mujer odiada, con un tono de voz para nada dulce y maternal.
Cinderella sabía que no volvería a soñar con ese hermoso barco que la llevaba lejos de allí, para conocer a otras personas, recorrer el mundo y hacerla feliz. El líquido, los gritos y la destrucción de su libertad se habían encargado de que ello pasara. Por lo menos, por ese día en específico.
-¿Por qué tengo que casarme?- Fueron las únicas palabras que habían salido de sus labios en modo de balbuceo.
-Tus hermanastras lo han hecho ya. No entiendo por qué no quieres hacerlo, Cinderella.
"¡Por supuesto! ¡Esa era la única respuesta que obtenía! ¡De nuevo!" Pensó la menor, con amargura.
Anastasia y Mathilda ya llevaban seis años cada uno con sus respectivos esposos.
Mathilda tenía dieciséis cuando contrajo matrimonio, y había deseado casarse con aquel apuesto y para nada agradable hombre que su madre había encontrado y comprometido antes de que la chica pudiese hablar.
Anastasia, en cambio, había contraído matrimonio a los diecinueve años con el príncipe David De Holy Terra. Todo ese asunto había terminado siendo complicado e involucrando a la pequeña Ella, quien no quería ni meter dedo en el asunto ni aquella vez, ni desde entonces.
Cuando volvió a la realidad, decidió no contestarle. Pero, para aquello, Ella respiró profundamente, intentándolo. Aunque, para dificultad de la chica, las palabras se le aparecían en su cerebro tan rápido que la tarea se le hacía más difícil.
-Váyase al diablo.-Susurró al instante en que Lizbeth salió de la habitación con aires de arrogancia y superioridad.
Se tiró en su cama una vez más y, sintiendo el frío de la sábana mojada, tomó su almohada, se la colocó sobre su rostro y gritó, librándose de un poco de ira contenida.
Cuando ya se hubo calmado un poco, se deshizo de la almohada, se levantó de la fría cama y caminó hacía el pequeño armario, donde agarró el mismo vestido blanco que había usado el día anterior y se lo colocó.
Se miró en el espejo y observó con gran alegría que cabello estaba completamente desordenado. Pero su alegría se disipó cuando, decepcionada, notó que se seguía viendo bien.
Bufó y, luego, agarró su cepillo para peinar su melena.
Se dejó su largo pelo atado en una simple cola de caballo antes de lanzar con gran furia el peine contra la ventana.
El vidrio de la ventana de cristal se rasgó al tiempo que Ella maldecía su suerte.
Observando la especie de telaraña que ella misma había provocado en su ventana, una sensación resultado del pánico y la rebeldía se concentró en su ser sin que Cinderella pudiera darle un nombre.
Sintiendo que el ambiente se había tornado un tanto oscuro, se apoyó contra la ventana, sin darse cuenta de que se estaba apoyando en la parte recientemente rota.
Y de ahí vino la gran lastimadura en su frente de la que, en ese momento, solo quedaba una pequeña cicatriz.
Antes de desaparecer de esa antigua realidad, recordó el cepillo, la ventana rota y su corte. Luego, cayó dormida, teniendo así la misma pesadilla que las noches anteriores.
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My Little Ella #ConcursoEUV
Short Story"Escapar. Eso era lo único que Cinderella había querido hacer, escapar a un lugar mejor. Pero lo único que consiguió fue lo contrario. Y arrastro a sus amigos con ella." Historia parte del concurso Érase otra vez de @lumadiedo. Género de la novela:...