capitulo 1.

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—¡Señora Parker! —una periodista se lanzó hacia Emma, micrófono en mano en cuanto se abrieron las puertas del ascensor—. Cuéntenos cómo ha sido quedarse atrapada en un ascensor durante dos horas con su ex marido, James Maslow.

—Sin comentarios —contestó James por ella, tomando su brazo para sacarla del círculo de reporteros.

—¿Señora Parker? —el micrófono de nuevo se dirigió hacia Emma—. ¿Es cierto que rompió su matrimonio con James para proseguir su carrera como abogado?

—Por favor, deje de molestar —replicó ,James enfadado—. No tenemos nada que decir.

—La conferencia que ha dado esta tarde era muy interesante, señora Parker —insistió la reportera—. ¿Tiene algo que añadir? 

—Yo... —Emma abrió la boca para contestar, pero James tiraba de ella hacia la puerta que llevaba a la escalera—. ¿Dónde vamos?

—A mi habitación, a tomar esa copa que te prometí hace dos horas —contestó él—. Yo diría que nos hace falta. A los dos.

Emma estaba de acuerdo, aunque no lo dijo en voz alta.

—Bonita suite —murmuró después, mirando la vista del puerto—. Los que viajamos en tercera clase no disfrutamos de tantas comodidades. Pero tú siempre has querido lo mejor, claro.

James clavó en ella sus ojos 

—¿Te molesta?

—No, a menos que otra persona tenga que pagar por ello.

—La habitación está pagada.

—No me refería a eso y tú lo sabes.

—Mira, Emma, vamos a dejar el tema feminista por un rato. Te he pedido que subieras a mi habitación para tomar una copa, no para dejar que intentes castrarme.

Ella hizo un gesto de indignación.

—¿Por qué cuando se trata del tema de la igualdad de sexos los hombres siempre piensan que las mujeres intentan castrarlos?

—Ya te he dicho que no quería hablar de eso.

—No, claro. En la cumbre se está demasiado cómodo y no te apetece hacer sitio para nadie más.

James dejó escapar un suspiro.

—¿Qué quieres tomar? —preguntó, volviéndose hacia el bar.

De nuevo, Emma tuvo que hacer un esfuerzo para contener su indignación. Tratarla como si fuera una niña obstinada era algo que su ex marido había perfeccionado durante sus tres años de matrimonio. Y seguía sacándola de quicio.

—No quiero tomar nada.

—Muy bien. ¿Quieres ir al baño? Es esa puerta.

Emma se dio la vuelta y entró en el cuarto de baño, intentando no mirar la cama que ocupaba la mitad de la suite.

Una vez allí, se tomó su tiempo, lavándose las manos y peinándose un poco el rizado pelo castaño. Pero, por mucho que lo intentase, no podía borrar el nerviosismo, la expresión agitada que reflejaba el espejo.

Quedarse atrapada en un ascensor con el hombre del que se había divorciado cinco años antes no era muy recomendable, pensó, irónica. Le había molestado saber que James acudiría a la conferencia sobre derecho de familia, que estaría observándola, escuchándola... odiándola.

Respirando profundamente, salió del baño y volvió a enfrentarse con su ex marido.

—¿Has cambiado de opinión sobre la copa?

—Sí, tomaré un vaso de agua. 

Emma lo observó sacar una botella de agua mineral de la nevera y echar hielos en un vaso.

Después, lo estudió por encima del vaso. No había cambiado mucho en esos cinco años. Las mismas facciones atractivas, el mismo pelo negro...

A los treinta y tres años, seguía manteniéndose en forma: el estómago plano, los bíceps marcados. Estaba moreno, a pesar del frío invierno de Sidney. Su ropa era siempre de la mejor calidad y, con la camisa de seda italiana remangada hasta el codo, mostraba unos antebrazos fuertes y cubiertos de vello oscuro.

Era el epítome del hombre de éxito. El poder, el dinero y los privilegios eran algo que James daba por sentado. Su reputación como abogado de familia era bien conocida en todos los círculos legales. Con James de tu lado, no era necesario nada más. Era un experto y muchos de sus colegas se lo pensaban dos veces antes de actuar como contrarios.

Emma lo miró y tuvo que tragar saliva. Había visto cada milímetro de ese cuerpo de metro noventa, lo había visto en momentos de pasión, en momentos de enfado, en momentos de ternura... Habían compartido tantas cosas, pero, al final, no fue suficiente.

—Siéntate. Y, por favor, deja de mirarme con esa cara de enfado.

—No estoy enfadada.

—Sí lo estás. Me miras con la cara de «todos los hombres son unos cerdos».

—No seas ridículo —replicó ella, dejándose caer en el sofá.

—¿Lo ves? Ya estás enfadada.

Emma tuvo que sonreír.

—No hay quien te aguante.

James la miró entonces, pensativo.

—Se me había olvidado lo guapa que eres cuando sonríes.

Emma apartó la mirada. No quería oír esas cosas...

—Mírame, Emma

Ella levantó la mirada y se le encogió el corazón al pensar que no volvería a ver esos ojos .

James le había prometido que si tomaban una copa no volvería a ponerse en contacto con ella nunca más...

Aquél era el telón final para su turbulenta relación.

—Debería irme —murmuró, levantándose—. Habíamos dicho una copa y...

—No —la interrumpió James .

—¿Cómo que no?...

De nuevo la señora Maslow. TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora