capitulo 27.

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Emma se pasó la mañana en la piscina, obligándose a sí misma a hacer varios largos. Pero mientras lo hacía no dejaba de pensar en James...
Se detuvo un momento para respirar, sentada al borde de la piscina, pensando en aquella noche, cuando le pidió el divorcio.
Lo triste era que ni siquiera lo había dicho en serio. Estaba tan furiosa con él...
Aún podía oír el sonido de sus pasos mientras se acercaba a ella, pisando los restos de los jarrones de porcelana...

Cuando llegó a su lado la tomó por los brazos, furioso. Y ella no había sido capaz de resistirse. Le había devuelto el beso con toda la pasión de la que era capaz, el deseo escapando a su control como siempre que su marido la tocaba.
Y le daba igual. Quería que James la amase tanto como lo amaba ella, que sufriera tanto como ella sufría.
Tiraron la lámpara de la mesa en su prisa por llegar al sofá, sin dejar de besarse, arrancándose la ropa a manotazos.
No habían hecho el amor en una semana y quizá por eso se sentía tan frágil, tan asustada. Quizá temía que James ya no la amase.
Hicieron el amor de forma salvaje, Emma clavándole las uñas en la espalda, su marido clavándose en ella, jadeando. James apenas esperó hasta que ella llegó al paraíso antes de dejarse ir con una fuerza inusitada, su gruñido de ronco placer como música para sus oídos.
—¿Estás satisfecha? ¿Era esto lo que querías?
—No...
—¡Contéstame, Emma!
—No quería esto.
—No te creo.
—Me da igual.
—La próxima vez que quieras un revolcón rápido, sólo tienes que decirlo.
—Quiero el divorcio —dijo Emma entonces.
El silencio que los envolvió a partir de aquel momento era ensordecedor.
Y luego James se levantó y empezó a ponerse los pantalones, con toda tranquilidad. Pero cuando Emma se levantó para explicar que no lo había dicho en serio y él la miró de arriba abajo, fue incapaz de decir nada. Medio desnuda, se sentía completamente avergonzada... 
—Así que quieres el divorcio, muy bien. No te preocupes, yo no voy a poner ningún obstáculo.
Emmaquería que lo impidiera, que dijese que no. ¿Por qué no lo hacía?
Lo miró, atónita, mientras tomaba la camisa del suelo, dándole una patada a la lámpara antes de salir del salón.
Lo miró, atónita, mientras salía de su casa dando un portazo.

Emma miraba el agua de la piscina, sin verla.
¿Por qué se había portado como una niña pequeña?, se preguntaba. ¿Por qué no había sido capaz de decirle la verdad? Empezaron el proceso de divorcio e incluso entonces, estaba convencida de que no llegarían al final. Pero así fue. Cuando recibió los papeles firmados por James no podía creerlo, pero allí estaba su firma.
Emma se levantó y, después de una ducha rápida, decidió ir de compras. No quería que James pensara que lo estaba esperando.
El bebé se movió cuando estaba mirando una chaquetita azul de croché y se preguntó si sería un niño. Pero cuando estaba mirando un vestidito rosa, el bebé volvió a moverse dentro de ella.
De modo que compró las dos cosas.

James paseaba por el salón, nervioso, mirando el teléfono, como si así fuera a sonar.
Pero no sonaba.
Había intentado hablar con Aidan sobre Eliza, pero su amigo se negaba a hablar del tema. Parecía estar deseando que terminase el juego y no quería hablar de una posible reconciliación, sólo le interesaba el divorcio.
—Quiero que sea lo más rápido posible —le había dicho.
—¿Por qué no esperas un poco?
—¿Para qué? No te entiendo, James. Habías dicho que me representarías y ahora resulta que va a hacerlo otra persona. Pensé que eras mi amigo.
—Ya te he explicado por qué.
—Ya, claro, esa ex mujer tuya te tiene controlado —replicó Aidan, irónico—. ¿Por qué has vuelto con ella? Te mandó a paseo hace cinco años, ¿qué quieres, que vuelva a hacerlo?
—Ya sabes cómo son estas cosas —contestó James, buscando su bola en el bunker—. Es difícil librarse de las viejas costumbres.
—¿Seguro que está embarazada? A lo mejor te está tomando el pelo.
—Pues no, no me está tomando el pelo —contestó James, cada vez más molesto con el tono de su amigo.
—Siempre pierdes el control con Emma, ¿eh? No puedes con ella. 
James no contestó. Una negativa no iba a sonar más convincente que un silencio, pensó. Además, no estaba preparado para admitir lo que sentía por su ex mujer.
—¿Sigues enamorado de ella? —le preguntó Aidan, sacando un hierro 5 de la bolsa.
—Pensé que íbamos a hablar de tu situación, no de la mía.
—Mi situación es completamente diferente. Que yo sepa, Emma sigue siendo Emma). Pero Eliza es una persona completamente diferente. James
arrugó el ceño. ¿Era Emma) la misma persona que cinco años antes o habría cambiado?

Por impulso, y a última hora, Emma decidió entrar en una peluquería. O quizá era una forma de intentar evitar lo inevitable.
Porque sabía que en cuanto volviera a casa, sería suya durante el tiempo que james quisiera. Daba igual que intentara resistirse, que intentara disimular, que se dijera a sí misma que, al final, acabaría con el corazón roto. Sólo podía pensar en él, en cuánto lo amaba, en cuánto lo había amado siempre.
James la completaba como no podía completarla ningún otro ser humano. Sí, eran tan diferentes como podían serlo dos personas, pero ¿no era eso precisamente lo que creaba una química irresistible?
Sólo se sentía viva a medias cuando no estaba con él y ya no tenía sentido negárselo a sí misma.
Después de arreglarse el pelo, Emma decidió ir a tomar un café, pero tuvo que cruzar las piernas, casi sintiendo a James entre ellas...
Media hora después llegaba a casa, pero antes de que pudiera sacar la llave del bolso la puerta se abrió.
—¿Para qué tienes un móvil si no lo llevas nunca?
Emma pasó a su lado y dejó las bolsas sobre una mesita.
—Lo llevo... apagado.
—Ah, qué bien.
—¿Le has dicho a Aidan que espere un poco antes de pedir el divorcio?
—He sacado el tema, pero él no parecía tener ganas de hablar. Supongo que, en su opinión, esto ya no es asunto mío. Como no voy a representarlo...
—¿De verdad has dejado el caso? —preguntó Emma
—¿No me pediste que lo hiciera?
—Sí, claro.
—Pero pensabas que no iba a hacerlo, ¿verdad?
—No estaba segura...
—¿Qué tengo que hacer para que confíes en mí?
—No lo sé —contestó ella.
—Le he dado el caso a un compañero del bufete. Y a Aidan no le ha hecho ninguna gracia, claro. 
—¿Qué le has dicho, le has dado alguna explicación?
—No, pero sabe que estoy contigo, así que supongo que ha sumado dos y dos.
«Sabe que estoy contigo». Eso sonaba tan... informal.
—¿Qué has comprado? —preguntó James entonces.
—Un par de cosas para el niño.
—A ver, enséñamelas.
Emma) sacó la chaquetita azul.
—Muy mona. ¿Crees que es un niño?
Como respuesta, Emmale mostró el vestidito rosa.
—Ah, no, ya veo que no.
—Aún no estoy decidida.
—Ya. ¿Y sobre la cena? ¿Has decidido si quieres cenar conmigo? —preguntó James.
La verdad era que quería cenar con él, que quería pasar el resto de su vida con él. Pero, ¿cómo iba a decírselo?
—¿Dónde has pensado ir?
—¿Qué tal si te doy una sorpresa?
Emma se dirigió hacia la escalera, bolsas en mano.
—Muy bien. Dame diez minutos.
—Cinco.
—Siete.
—Cuatro.
—¡Necesito más tiempo!...

De nuevo la señora Maslow. TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora