capitulo 18.

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—Ya veo.
Emma  abrió la puerta del coche, pero en unos segundos James estaba a su lado.
—Me deseas, pero estás dispuesta a castigarte a ti misma para vengarte de mí.
—Ya te he dicho que no estoy interesa en tener relaciones contigo —replicó ella.
—Vas a tener un hijo mío, cariño. ¿Qué estás haciendo, reservándote para alguien especial?
—Pues sí, la verdad es que estoy reservándome para alguien especial.
—¿Ah, sí? ¿Quién? ¿Alguien que yo conozca?
—No me apetece seguir hablando de esto.
—No, claro —replicó él—. No te gusta sentarte en el banquillo de los acusados. Ese puesto ha sido para mí durante todos estos años. 
—Si eso es lo que te corresponde...
—Hice lo que pude, Emma . Trabajé horas y horas, pero no era suficiente para ti. Tú querías lo que yo no podía darte.
—Sí, claro, me dabas todo lo que el dinero puede comprar, pero había una cosa que no estabas dispuesto a darme, James .
—¿Qué?
—A ti mismo.
—Supongo que ahora vas a contarme en detalle todas las veces que te dejé sola, todas las ocasiones en las que no te demostré cariño o no dije lo que debería haber dicho... Lo que tú querías era un modelo de marido perfecto, pero eso no existe. Yo no soy una marioneta, Emma. Soy un hombre con sentimientos y con problemas, como todo el mundo. Me equivoqué muchas veces, sí. Pero también tú te equivocaste.
—Mira, déjalo...
—Muchas veces me habría gustado contarte con lo que me enfrentaba en el trabajo, pero no lo hacía porque sabía que a ti sólo te importaban tus cosas, tus problemas. Que te importaba un bledo lo que me pasara a mí.
—¡Eso no es verdad! ¡Yo siempre estaba dispuesta a escucharte!
—¿Ah, sí? Siempre estabas hablando de la injusticia de esto o lo otro, que el matrimonio era una institución diseñada para mantener a la mujer en casa... ¿nunca se te ocurrió pensar que también yo tenía que soportar injusticias? Yo tenía que traer dinero a casa mientras tú estabas en la universidad, pero ¿me quejé alguna vez? Trabajaba ochenta y cuatro horas a la semana con objeto de crear un futuro para los dos, pero no sabía que tú trabajabas el doble para destruirlo.
—En nuestro matrimonio sólo podía haber una carrera y ésa era la tuya —replicóEmma—. Y me habría gustado saber eso antes de casarme.
—Por Dios bendito... ¿qué querías que hiciera, una lista de todos los problemas con los que podríamos tener que enfrentarnos para decidir si te interesaba o no?
—Yo hice lo que pude...
—¡Y yo también!
—Sí, pues está claro que ninguno de los dos hizo suficiente —dijo Emma por fin.
—Sí, esto está claro —suspiró él—. En fin, ya sabes dónde está tu habitación. Buenas noches.
Emma  lo observó desaparecer por el pasillo, pensativa. ¿Sería posible... sería posible que la culpa no fuera sólo de James ?

Cuando Emma bajó a la cocina a la mañana siguiente, James estaba haciendo café. 
—Buenos días. 
—Emma, sobre lo de anoche...
—No, déjalo. Es mejor que no hablemos de eso.
—No tengo intención de discutir. Sólo quiero dejar claro que... que puedes decir que no.
—Ya lo sé.
—Sí, claro —James se aclaró la garganta, nervioso.
—Supongo que nos dejamos llevar... pero no volverá a pasar.
—Sí, bueno —suspiró él—. En fin, me voy. Tengo una vista dentro de una hora. Te llamaré por la tarde.
—No tienes que molestarte.
—No es molestia —dijo James , levantando su barbilla con un dedo—. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
—Muy bien. Cuida del niño mientras yo no estoy.
Emma  intentó sonreír, pero le resultaba imposible.
—Lo haré.

Ir a trabajar esa mañana le resultó agotador. El calor del mes de enero y el atasco eran insoportables y cuando llegó a su despacho tenía la blusa completamente empapada de sudor.
Por primera vez, se percató de lo vieja y destartalada que era su oficina...
A media mañana, no podía dejar de pensar en un despacho con vistas al mar y por la tarde soñaba con tener aire acondicionado y una secretaria que supiera usar un ordenador.
Cuando por fin llegaron las seis, estaba medio dormida sobre su escritorio.
Emma se levantó, estirándose... y tuvo que llevarse una mano al abdomen al sentir un horrible pinchazo. En ese momento sonó el teléfono.
—¿Sí? —contestó, casi sin voz.
—Emma, soy yo —dijo James .
—Sí...
—¿Qué te pasa?
—Nada... es que hace mucho calor.
—Cuarenta grados a la sombra. ¿Qué tal por ahí?
—Bien.
—¿A qué hora llegarás a casa?
A casa.
Qué normal sonaba eso.
—Si todo va bien, dentro de una hora —contestó.
—¿Qué te pasa? Suenas rara. ¿Estás bien?
—Sí... estoy bien.
—¿Un día duro en la oficina?
—Como siempre.
—¿Por qué no me esperas ahí? Iré a buscarte. Mi coche tiene aire acondicionado.
—Me voy ahora mismo, así que no te molestes....

De nuevo la señora Maslow. TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora