capitulo 26.

8K 581 4
                                    

—¿Qué haces?

—Quiero tocarte, para ver si siento al niño.

Emma dejó que pusiera la mano en su abdomen.

—¿Tú sientes algo?

—Lo he sentido en el cine. Eran como alas de mariposa.

—¿En serio?

—Sí.

—¿Te has preguntado alguna vez a quién va a parecerse?

—Sí.

—Yo también. Me imagino una niña con el pelo castaño... y un carácter de mil demonios.

—Pues yo me imagino un niño de pelo negro y empaque arrogante.

James soltó una carcajada.

—¿Te da miedo el parto? —preguntó después.

—Un poco. A veces... no sé, me gustaría que viviera mi madre. Me gustaría hablar con ella de todo esto.

Él asintió, pensativo.

—Yo estaré a tu lado.

—Sí, pero ¿durante cuánto tiempo?

—¿Cómo? Tú sabes que yo quiero a este niño.

—Al niño, sí.

—¿Crees que no quiero saber nada de ti?

Emma hizo una mueca.

—No soy precisamente la mujer de tus sueños, ¿no?

—Emma...

—No, déjalo. No me insultes fingiendo que te importo tanto como el niño. Sé lo que va a pasar en cuanto nazca.

—Entonces, a lo mejor te gustaría compartirlo conmigo —dijo James —. Porque no sé de qué estás hablando.

—¿Cuánto tiempo tardarás en pedir la custodia?

—¿Crees que yo haría eso?

—¿No lo harás?

—Claro que no. 

—Lo has hecho por otros hombres —le recordó Emma—. ¿Cómo está Aidan Dangar, por cierto? ¿Habéis estado planeando aniquilar a Eliza durante esta semana?

—Mira, sé cuál es mi reputación... y quizá me la merezco, pero después del divorcio estaba resentido con cualquier mujer que quisiera hacer sufrir a su marido...

—¿Crees que yo quise hacerte sufrir? —lo interrumpió Emma

—Quizá no lo hiciste a propósito, pero no puedes negar que estabas amargada y me lo pusiste muy difícil.

—Como tú a mí. Yo puse todo lo que pude en nuestro matrimonio, dejando mi carrera a un lado para que tú pudieras brillar en la tuya. Al final, no me quedó más remedio que marcharme para no acabar como mi madre.

—La situación de tu madre era completamente diferente —replicó James —. No tenías por qué haber tirado la toalla, podríamos haberlo intentado...

—¿Cómo? ¿Olvidándome de mi carrera, quedándome en casa como hizo tu madre? Yo me habría vuelto loca yendo todos los días a la peluquería.

—Mi madre es de otra generación, Emma.

—Sí, claro, y por eso insistías en tener hijos.

—Pensé que... no sé qué pensé, que así serías más feliz. No quería perderte.

—Pero cuando te dije que quería el divorcio no pusiste ninguna pega.

—Los hombres tenemos nuestro orgullo,Emma —suspiró James —. Bueno, voy a ducharme. La señora Fingleton ha dejado algo en el horno para ti.

Ella dejó escapar un suspiro mientras lo veía subir la escalera, deseando llamarlo...

La había amado una vez. ¿Podría volver a amarla?

Emma despertó de un sueño ligero y cargado de pesadillas al oír ruido en el piso de abajo. Sin pensar, se puso la bata y bajó a la cocina.

—Hola. ¿No podías dormir? —preguntó James .

—No... creo que extraño la cama.

—¿Por qué no duermes en la mía?

—Muy gracioso.

—Lo digo en serio —murmuró él, mirándola a los ojos.

—No, gracias.

—¿Por qué no?

—Tú sabes por qué no.

—¿Por qué no quieres admitir que me deseas?

—No quiere decir no, señor Maslow —replicó ella, irritada—. Y estoy harta de esta conversación. ¿Por qué no hablamos de Aidan?

—¿Por qué no hablamos de Eliza? Creo que está como una cabra. ¿Has visto su casa últimamente? No pensarás que eso es normal, ¿no? No me extraña que Aidan se haya marchado de allí.

—Qué típico —dijo Emma entonces—. No lo entiendes, ¿verdad? Los hombres esperan que las mujeres parezcan modelos y cocinen como un chef, pero cuando la relación pasa por un mal momento lo primero es echar mano de los papeles de divorcio.

—Si no recuerdo mal, fuiste tú quien echó mano de esos papeles —replicó James .

—No estamos hablando de mí, estamos hablando de Aidan y Eliza.

—No te metas en esto, Emma. Eliza ha perdido los papeles hace tiempo.

—Pero nadie se ha molestado en echarle una mano, ¿verdad? Está loca y como está loca hay que quitarle los niños. ¿Pues sabes lo que le pasa? Que está enferma, pero en cuanto se ponga bien...

—Tú eres abogado, no consejera matrimonial, no te metas en esto —la interrumpió James —. Además, ¿no deberías preocuparte por tu propia vida antes de resolver los problemas de los demás?

—¿Y tú no deberías escucharme en lugar de interrumpir como si estuviera diciendo una estupidez? —le espetóEmma

—Mira, cariño...

—Déjate de «cariños» y escucha cuando estoy hablando.

—Me interesa mucho lo que dices, de verdad.

—¿Ah, sí? Pues quién lo diría.

James levantó los ojos al cielo.

—Me quedaría aquí charlando un rato contigo, pero he quedado esta mañana con Aidan a primera hora para jugar al golf. No lo está pasando bien.

—Dile que no siga adelante con el divorcio.

—Yo no puedo decirle lo que debe hacer con su vida.

—Si sigue adelante, destrozará la vida de Eliza.

—Muy bien, hablaré con él... pero no creo que sirva de nada.

—Inténtalo, por favor.

—De acuerdo. Además, también intentaré volver más temprano a casa.

Emma apartó la mirada.

—No lo hagas por mí.

James dejó escapar un suspiro.

—¿Quieres que cenemos juntos esta noche?

—No lo sé. Llámame por la tarde —contestó ella, saliendo de la cocina.

De nuevo la señora Maslow. TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora