Capítulo 8. "Enigmas"

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Cuando abro los ojos sigo tirada bajo las gradas. No quiero ni moverme, no quiero sentir el dolor que hay por mi cuerpo, pero al ver la hora y tras escuchar el timbre de salida, una pequeña fuerza interna me hace moverme, aunque pronto siento el dolor que me hace apretar los dientes para ahogar un grito y gruño en voz baja producto de mi intento frustrado de sucumbir al dolor.

Me dirijo hacia la salida de la escuela con paso lento; sin querer toparme con nadie; perdí una hora de educación física y otra de español.

Empiezo a sentirme mareada, me detengo un momento y cierro los ojos intentando que todo se mantenga en equilibrio, cuando los abro empiezo a ver las cosas borrosas.

Sigo caminando sin importar nada, hasta que veo una figura a lo lejos, una sombra que se acerca más y más, de pronto, escucho como esa forma lejana cobra vida y me llama.

—¡Liz! ¡Liz!, ¿dónde estabas?

Intento contestarle, pero me tropiezo con la nada, escucho como se va acercando cada vez más a mí; cuando lo tengo cerca, sin poder sostenerme por un poco más, caigo sobre sus brazos y antes de quedarme dormida puedo ver los ojos preocupados de James.

***

Cuando despierto me encuentro en un auto con un suéter cubriéndome, además de que estoy en posición fetal, abrazada a mis piernas, con las imágenes de todos golpeándome y pateando cada parte de mi cuerpo hasta que lograron hacer un daño irreparable a mis pulmones. Cuando menos me di cuenta mis libros estaban fuera de la mochila. Braulio se había encargado de sacarlos cada uno, de aventarlos a mi cuerpo, burlándose de mi debilidad.

Conseguí volver en mí, ahora sin retener las lágrimas que salían dentro desde lo más profundo de mi ser y abracé mis piernas cerrando los ojos, batallando para respirar. No escuchaba nada fuera del auto, ni carros moviéndose, ni personas hablando, respiré lentamente volviendo a cerrar mis ojos cayendo en la inconsciencia de nuevo.

***

Despierto otra vez y, sin abrir los ojos, escucho la voz de alguien diciendo que tengo una costilla rota. Siento la forma en que palpita mi cabeza cuando escucho la misma voz diciendo a otra que se vaya a casa y a ésta respondiendo que no quiere dejarme sola. Conocía esa voz, pero antes de que se formara una cara en mi mente me quedo dormida.

***

Abro los ojos, pero estoy viendo hacia una pared blanca, un sillón blanco viejo, intento voltear hacia el otro lado, pero si me muevo me duele, así que no lo intento, escucho una voz murmurando a mi lado.

—Vamos Liz, despierta.

Sigo sin moverme mientras esa voz se cuela en mis oídos.

—Abre los ojos mi niña hermosa.

¿Quién me llamaría así?

—Me tienes preocupado.

Mi mente se enreda con la voz impidiéndome afirmar algo con certeza.

—El doctor dijo que te pondrías bien.

Antes de que siga hablando escucho pasos y cierro los ojos asustada fingiendo dormir.

—¡Quiero verla!

Esta voz es diferente, no logro reconocerla del todo, pero me mantengo quieta.

—Aléjate de ella— espeta alguien.

—No lo haré, la quie...

—¡No! No digas eso, no la quieres.

Y antes de que pudiera escuchar una respuesta que replicara esa afirmación, caí de nuevo en esa oscuridad tan pacífica.

La Chica de las Mangas LargasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora