Mi mente estaba en blanco, mi mirada perdida en algún punto de aquella habitación, y mis labios ligeramente separados mientras aspiraba un poco de oxígeno. En el fondo, el sonido de las manecillas del reloj comenzaba taladrar mis oídos, las voces eran cada vez más cercanas e intensas. El dolor en mis sienes no lo estaba mejorando, y mi mano izquierda no dejaba de hacer círculos en esa área mientras que con la mano derecha sostenía un bolígrafo con más fuerza de la necesaria.
Annabeth.
Annabeth.
Cerré los ojos con fuerza.
Annabeth, es tu culpa.
—¡Señorita Black! —el grito del profesor Reichard se coló entre mis oídos provocando que me sobresaltara de un brinco en mi banca.
Parpadeé y miré al frente, donde literalmente el profesor me estaba mirando con enfado y algunos de mis compañeros se estaban burlando. Demonios, me había perdido a mí misma de nuevo en los recuerdos del día de ayer. En la sonrisa de satisfacción de London, y en...
—¿Disculpe? —pregunté, mi voz saliendo un poco seca y chillona. Todo casi como un susurro.
El profesor Reichard soltó un suspiró de cansancio y me apuntó con el dedo, advirtiéndome.
—¡Y que no diga que no se lo señalé con tiempo! —sacudió la cabeza—. Ha estado terriblemente distraía en los quince minutos que llevamos de clase. Y eso que apenas ingresó.
Reichard volvió a sacudir la cabeza y yo parpadee nuevamente, sintiendo una extraña humedad formarse en mis ojos. Me sentía sola en ese momento, siendo juzgada por personas cuando no tenían ni idea lo que estaba viviendo. Lo que había hecho. Ellos definitivamente no tenía ni idea de la chica con la que compartían clase esta mañana era oficialmente una asesina a sangre fría.
Abrí la boca para decir algo al respecto, pero la cerré de nuevo cuando alguien tocó la puerta del salón, robando la atención de Reichard y de toda la clase. El profesor Reichard caminó en aquella dirección, y abrió la puerta mirando más allá del marco. No tenía ni idea de quien era, pero por el cambio de tono de voz de Reichard, supe que quien fuera esa persona, él realmente la apreciaba.
Miré hacia la banca para evitar miradas y evitar pensar en lo que había hecho. Porque sí, yo... ¿Annabeth? ¿Dekhan? ¿Quién era yo? Bueno, tal vez eso ya no importaba porque fuera quien fuera yo, había asesinado a alguien por primera vez a sangre fría. Ni siquiera fui capaz de poder detenerme, realmente me metí en ello y acabé todo con más que éxito. Mi forma de acabar con Carlo había cambiado la opinión de mi hermana sobre confiar en mí. Desde la mañana London me había tratado como a la niña de sus ojos, había cambiado todo para ambas. Pero yo simplemente no podía aceptarlo. Veía sangre por todas partes, y veía mis manos ser parte de ello.
La banca a mi lado se sacudió, sintiendo la presencia de alguien nuevo. Suponía que mí supuesta compañera o compañero de clase había llegado por fin. Y tarde. Eso ya me daba ideas sobre qué tipo de persona sería.
Alzando la mirada y viendo a mi derecha, mi ceño se frunció en su totalidad y yo misma me sorprendí de encontrarme a mi nuevo compañero de clase. Lo primero que note fueron los ojos azules magnéticos de Nathan y luego todo su rostro con máxima tranquilidad, como si estuviera vacacionando en la playa. Tragué, y sonreí con labios apretados, recibiendo por su parte más silencio del necesario. Sabía que en el fondo solo lo saludaba porque al final de cuentas fue la única persona que se preocupó por levantarme del suelo ensangrentado cuando nadie más lo hizo.