Capítulo 3

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Dos minutos más y tu infierno está a punto de terminar. No dejes de mirar, no lo hagas, Beth.

Cada parte de mi cuerpo ansiaba con salir corriendo de aquel lugar, y mis ojos simplemente no podían despegarse de las manecillas del reloj que avanzaban con cada segundo. Todo aquello era el resultado que arrojaba el aburrimiento en clase. Me era aún increíble e inaceptable como London había puesto finalmente mi trasero en una banca escolar. Annabeth Moore estaba de vuelta.

Hace ya bastante tiempo que no había regresado a la escuela, y muchos menos habían ingresado a otra escuela de enfermería porque en algún momento de mi vida no lo encontré necesario. Mi vida solía ser consumida por los planteles, por lo tanto, no había tiempo para la escuela. Pero era cierto que ya no estaba en los planteles. No, ya no más, hablamos del tiempo pasado. Ahora vivía en la mansión Black, a kilómetros del centro de la ciudad, lejos de las personas que un día fueron importantes para mí y que aún lo eran incluso a la distancia.

Mi infierno seguía creciendo y creciendo, inclusive en aquellos últimos dos minutos que restaban. El profesor Reichard no había parado de hablar los cincuenta minutos de clase sobre las partes del cuerpo. ¿Y lo peor de todo? No podía dormirme ya que tenía un ojo puesto en mí, incluso cuando yo tenía la mirada puesta en el reloj.

Y no pude decidir sobre que era peor: tener al profesor Reichard hablando toda la clase con su mirada puesta en mí, o tener a todo el salón preguntándose quien era la chica que estaba sentada al final de la clase, aferrándose a su bolígrafo como si su vida dependiera de ello. Así que para no darles importancia a todas aquellas personas desconocidas, miré el reloj.

Lástima que no fue por mucho tiempo.

—Y bueno, ya con esto damos por concluida la clase —dijo el profesor haciendo ademanes con las manos y tropezándose con las palaras. Luego como si yo lo hubiera invocado, su mirada se trasladó a mi lugar—. La verdad es que me hubiese gustado que pusieran más atención en el tema. Pero bueno, del examen del lunes ya ni hablemos, cada quien lo resolverá como pueda, y si bien le va.

Con eso fue suficiente para que escuchara chillidos y maldiciones por parte de mis nuevos compañeros. En el fondo sabía que los exámenes era una carga en la vida de muchos como en la mía. Y ni siquiera ese aviso fue lo suficientemente fuerte para que mi mirada dejara de visualizar el reloj en la pared, como si estuviera presenciando un espectáculo de las cataratas del Niágara.

—Bueno, ahora tendremos la presentación de su nueva compañera para que la próxima clase pongan más atención al tema y no las personas que acaban de llegar. Así que señorita, preséntese. —Apenas si tuve tiempo para mover la cabeza fuera del reloj—. Pero ándele, no me quite mi tiempo ni distraiga a sus compañeros.

¿Qué en la...? Madre mía, casi cuarenta pares de ojos quedaron puestos en mí. Nunca había sentido tanta presión por parte de la escuela, porque incluso aquel acto fue lo suficiente incómodo para que me encogiera en mi lugar. Finalmente, faltando un minuto, logré visualizar a la clase y luego al profesor Reichard. Sabía su nombre porque lo había puesto en la esquina del pizarrón, acompañado por la fecha y su firma que en realidad era algo así como puros garabatos. No entendía porque todo era tan raro en este lugar.

—Miré señorita, no la puedo estar esperando todo el día a que decida hablar. Sí nos va a decir su nombre, hágalo ya, porque en la siguiente clase no quiero que esté interrumpiendo. Y conste que ya le dije, para que no diga que no.

¿Cómo en el santo infierno el profesor podía hablar mil palabras por minuto? Era impresionante. Acomodándome inquieta en mi silla, logré darle una mirada más oficial al profesor.

—Mi nombre es Anna... Dekhan, perdón. Mi nombre Dekhan Black —Quería abofetearme por no acostumbrarme aún al supuesto nombre que tendría que usar mientras tuviera en un pie en la mansión Black.

Lazos de Sangre #2 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora