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Una gota de sudor resbalo por su sien derecha, pasando tan cerca de la línea del ojo que fácilmente pudo haber sido confundida por una lágrima. Pero Siera Cambre no había soltado lágrima alguna desde hacía años. Las sombras producidas por las antorchas danzaron sobre las paredes, imitando los movimientos de las dos figuras que se movían en el centro de la arena. Siera se comprometió en un baile mortífero, girando y deslizándose para evitar el rose de la espada con la que su oponente la atacaba.

La gente alentó la pelea, gritando de emoción cada vez que las espadas de los contrincantes se encontraban. Con un solo movimiento Siera desarmó a su oponente, y a pesar de ser más grande que ella, Siera se las arregló para derribarlo.

Su oponente soltó un gruñido, ser derrotado por una chica no era del agrado de ningún asesino, no obstante la pelea había terminado, así que se levantó, recogió la espada que Siera le había quitado y salió hacia la red de túneles que conectaba las diferentes cavernas. Seguramente a la taberna, pensó Siera, a beber hasta que ahogue la vergüenza de ser derrotado por una mujer.

Siera envaino su espada y se dirigió a la entrada de la caverna, donde un hombre de mediana edad la esperaba con un pequeño saco de oro, lo suficientemente grande para caber en la palma de su mano en la mano, la ganancia de esa noche. Tomo el saco revisando su contenido, apenas deteniéndose a mirar quienes serían los siguientes en pelear, y atándolo a su cinturón se adentró a la red de túneles. El lugar había sido construido siglos atrás, cavado en una montaña y diseñado para confundir a aquellos que no sabían conducirse por los estrechos túneles que llevaban a distintas cavernas, las cuales albergaban todo tipo de lugares, desde diferentes tabernas hasta habitaciones, las cuales variaban de modestas a lujosas, en donde todo podría pasar. El propósito original del lugar se había perdido había bastante tiempo: proteger a la familia real, proporcionar un escondite en caso de guerra, albergar a una raza secreta, todas eran especulaciones ya que al final del día este era ahora el centro del mercado negro del reino.

Lo que a Siera mas le importaba era el hecho de que esta montaña le proporcionaba un lugar fijo donde aquellos interesados en sus servicios la podían encontrar.

No había visto quien, o como, aunque sospecho que sobornando al hombre que se encargaba de las peleas de paga, pero alguien había puesto una nota dentro del saco. Un pequeño pedazo de papel con un mensaje escrito en una caligrafía cursiva, tan elegante y delicada que con solo mirarla Siera descifró que se trataba de alguien de clase alta. El mensaje en si era breve, solo diciéndole a donde ir.

Sus pies la llevaron hacia el poniente, avanzando por una serie de túneles que podrían confundir a cualquiera, el sonido de sus botas resonando en las paredes de roca gris. Siera pasó la última antorcha del lugar y se detuvo, aun quedándose dentro del aro de luz. De entre las sombras salió una figura encapuchada, la capa hecha de terciopelo de una verde tan profundo que se podría confundir con negro.

Por debajo de la capa Siera pudo notar una figura alta y esbelta, el andar era delicado y aun así determinado. El movimiento de las caderas calculado para ser notable si ser exagerado. Unas delicadas manos bajaron la capucha para rebelar un rostro esbelto, un par de ojos esmeraldas brillaron a la luz del fuego.

—Me negaba a creerlo, pero es cierto.

Siera estaba acostumbrada, no muchos sabían de su existencia, los nobles menos que nadie. Su especie había sido declarada extinta hacía décadas, su familia por otro lado había logrado esconderse, y ahora ella era la única.

—Lo que el rey daría por tenerte en su posesión— susurro la mujer. La familia real, los únicos que, a excepción de Siera, eran poseedores de una cantidad de magia en la sangre lo suficientemente alta para darles un susurro de las habilidades que Siera poseía.

—El rey daría mucho, pero me temo que para poder tenerme debe encontrarme primero, y soy buena desapareciendo— no era la primera vez que alguien pensaba en entregarla al rey, pero Siera siempre escapaba. Inclusive la vez que la guardia real había inspeccionado un poblado entero buscándola, basados en un rumor de que un puro existía en el reino.

Los ojos de la mujer recorrieron a Siera, admirando cada detalle de la apariencia que Siera llevaba —. El rey daría mucho por ti, pero no lo que yo quiero. Para eso me temo que solo tú me eres de ayuda.

— ¿Qué podría usted querer que el rey no pueda darle?-inquirió Siera.

—Una boda.

— ¿Una boda? No estoy segura que el rey este en busca de una esposa.

La mujer soltó una pequeña risa —. No, me temo que lo que yo busco no es una boda con el rey, sino con su hijo.

Las cejas de Siera se levantaron en sorpresa y el susurro de un comentario sarcástico se coló por su oído, deteniéndose antes de pasar por sus labios. Si, la mujer era atractiva, pero el príncipe era mucho más joven que ella, desde hacía un par de años se había declarado al príncipe elegible para contraer matrimonio, pero ninguna joven del reino había sido capaz de conquistar su corazón —. Siempre pensé que el príncipe se mantenía soltero por falta de interés en las candidatas, no por falta de madurez en ellas. Aun así no logro entender cómo es que yo le seria de ayuda conquistando al príncipe.

—Lo que tú debes hacer no es ayudar a conquistar a nadie. Mi hija es lo suficientemente capaz para enamorar al príncipe, pero me temo que hay alguien quien podría causarle problemas a mi niña. Se de buena fe que el príncipe tiene una amante, la razón por la que no se han casado me es desconocida, pero no pienso dar oportunidad a que otra se convierta en reina cuando mi hija es elegible para el título.

La mente de Siera proceso lo hablado, tratando de dar sentido a lo que la mujer pedía. —Y usted está dispuesta a contratar a un asesino para matar a la amante del príncipe.

—Solo a alguien quien estoy segura es capaz de ejecutar la orden de tal modo que nadie pueda trazar el plan hasta mí.

—Este no es cualquier trabajo y mis honorarios son bastante altos. Pero algo así requeriría que me infiltrara en la corte, y siendo honesta no sé si esté dispuesta a correr ese riesgo a cambio de algo tan simple como el oro. Me temo que mi libertad me es más preciada.

—Me supuse que algo así sucedería. Lo que yo te propongo no es que arriesgues tu libertad a cambio de oro. Si la misión es un éxito lo que yo te ofrezco es tu libertad misma.

Un sentimiento de confusión se vio reflejado en el rostro de Siera, ¿Cómo es que esa mujer le ofrecía su libertad a cambio de arriesgar su libertad misma?

La mujer debió haber percibido la confusión en Siera, pues inmediatamente explico—. Lo que yo te ofrezco es irte de estas tierras. Si haces lo que te ordene tu recompensa será pasaje en una barco que te lleve lejos de aquí, con oro suficiente para vivir una vida cómoda en otro reino.

Algo en Siera se encendió, una pequeña luz en su interior que le decía que esta era una oportunidad para escapar la paranoia de ser capturada por el rey, de vivir escondida en las sombras. Las estrellas sabían que el pasaje a otros reinos costaba fortunas. Fortunas que ella no tenía.

—Acepto

La asesina sin rostroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora