VIII

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Siera acerco al segundo bebé, un niño, cerca del rostro de Aryssa.

—Es un niño— susurro Siera—, ahora el príncipe no se podrá quejar.

Una sonrisa apenas audible escapo los labios de Aryssa, los cuales se encontraban cubiertos de sudor y de un color tan pálido que acercaba al blanco.

—Dastan, Robert quería llamarlo Dastan.

Un estruendo se escuchó desde la planta inferior y Dolly salió de la habitación siguiéndolo.

Sue camino hacia la ventana en el momento indicado para ver como un guardia le enterraba su espada al príncipe Julián. Sue ahogo un grito, pero inmediatamente un grito se escuchó fuera de la habitación, seguido por un ruido seco de algo cayendo sobre la madera del piso.

Siera y Sue intercambiaron miradas, y Siera, aun sosteniendo a Dastan, vio como Sue corrió hacia el pasillo.

—Resiste —Siera le susurro a Aryssa, quien apenas consciente asintió. Siera entonces dejo al bebé junto a su madre.

Bajo la falda de su vestido Siera mantenía escondidos dos cuchillos. Tomo uno y se aventuró al pasillo donde vio como un guardia caminaba hacia ella, espada en mano, dejando atrás en cuerpo inerte de Sue, y atrás el de Dolly.

La sonrisa del guardia creció, pensando que Siera sería su tercera víctima. Siera camino hacia él, esquivando la espada del guardia y cortando su garganta con el cuchillo. El guardia cayó arrodillado, su sangre fluyendo hasta caer en el piso, donde comenzó a formar un charco.

Siera camino hacia las escaleras, evitando pisar en los charcos de sangre que se habían formado en el piso. Para cuando la asesina llego al final de las escaleras Diana había desaparecido. La imagen de una campesina se había transformado en la de mercenaria que Siera utilizaba en las cavernas.

La imagen de Julián en el piso recibió a Siera. El rey se encontraba arrodillado junto a su hijo, y la espada de Julián se encontraba a cinco metros de distancia. Entre Siera y el rey se encontraba otro guardia, cuya espada aún se encontraba teñida de sangre. Tras el rey tres caballos sin jinete se encontraban parados, sobre un cuarto caballo se encontraba una figura encapuchada, la cual al ver a Siera bajo la capucha de la capa con unas manos largas y elegantes.

Adele Langsber le sonrió. El rey observo a la mujer e inmediatamente volteo a ver a Siera, comprendiendo algo que Siera desconocía.

—Tu, tu eres la pura sangre — dijo el rey, una sonrisa maliciosa entendiéndose en sus labios.

Siera lo comprendió entonces, esa era la razón por la cual Adele estaba ahí. Quería asegurarse de que Siera había cumplido es trabajo, más que eso quería quedar bien con el rey y la maldita la había entregado. Su mano se cerró alrededor del cuchillo con fuerza.

—Arréstala —ordeno el rey y el guardia avanzo hacia ella. Este estaba más entrenado pues requirió más esfuerzo para poder acercase lo suficiente para enterrarle en cuchillo en la garganta. Aun así Siera apenas y tuvo tiempo de esquivar la espada del rey, quien ahora la atacaba.

Siera esquivo la espada, pero sabía que no podría hacerlo para siempre. El frio del metal de su segundo cuchillo se hizo presente en su muslo izquierdo, pero sacarlo le tomaría segundos, segundos en los que el rey podría atacar aprovechando su distracción.

—Cuando te tenga —gruño el rey—, nada podrá detenerme, regresare a mi línea lo que el tiempo nos robó y lo que traidores como tu han podido conservar.

Apenas en su perímetro de visión Siera vio la espada de Julián, tirada en el piso y cubierta de lodo casi por completo. Se lanzó hacia la espada, cerrando el puño alrededor de la empuñadura. El sonido del metal chocando se mezcló con el del trueno y Siera se levantó, peleando con el rey en lo que sería un duelo de vida o muerte. Finalmente Siera se acercó lo suficiente para clavar su espada en costado del rey, quien cayó de rodillas maldiciendo. Siera saco su espada para volverla a enterrar, esta vez directamente en el corazón.

Adele Langsber pateo el costado de su caballo, emprendiendo carrera lejos de ahí solo para ser derribada del caballo por un cuchillo, el cual se enterró en su espalda. Siera observo como la mujer caía del caballo, mechones de su cabello rubio volando tras ella.

Un leve gruñido regreso su atención al lugar donde estaban. Julián, quien había estado tirado boca abajo en el piso le apoyo en una mano, sosteniendo con la otra lo que Siera supuso seria su herida. Herida que seguramente se infectaría si no era atendida inmediatamente.

— ¿Cuál es tu nombre?—. Los labios de Siera se abrieron, comenzando a formar el que había sido su nombre por casi un mes, Diana —. El verdadero —agrego Julián.

—Siera.

—Siera— repitió Julián.

—Siera Cambre.

—Cambre —pronunció Julián, recordando haber visto el nombre en libros que dictaban la historia del reino.

—Sabes, lo que soy —afirmo Siera, a lo cual Julián asintió — ¿Cómo?

—Mi padre me lo dijo antes de ordenarle a sus guardias atacarme. Mi padre he hecho mucho daño a personas rumoradas ser como tú, si lo eran o no, no lo sé. Lo que si se es que ahora tú debes ayudar a mi familia, llévate a mis sobrinos, llévalos a algún lugar donde estén seguros.

—Pero tu hermano...— comenzó a decir Siera.

—Mi padre está muerto, pasaran varios días, incluso semanas antes de que el consejo le dé a Robert un momento libre. No sería el tiempo ideal para conocer a sus hijos. Cuídalos mientras esta tempestad pasa.

— ¿Qué hay de ti? No puedo dejarte aquí solo.

—Robert no tardará en llegar, una docena de guardias no podría detenerlo, solo esperemos que llegue a tiempo.

— ¿Cómo explicaras todo esto?

—Como lo que es, una locura producida por alguien desquiciado —dijo Julián viendo el lugar donde el cuerpo de su padre se encontraba—. Nunca fue el mismo después de la muerte de mi madre, siempre culpándola en la falta de magia en el reino. Se obsesionó con recobrarla, quizá es mejor que sigua extinta

Siera ayudo a Julián, arrastrándolo hasta recargarlo al tronco de un árbol cercano. Adentro Siera reunió lo que considero necesario, un par de canastas, telas y un par de almohadas, una capa para ella, soga y un cuchillo. En el segundo piso uno de los bebés lloraba, Anya, quien aún seguía en su cuna. En la cama Aryssa acariciaba débilmente a Dastan.

—Diana— susurro Aryssa—, Diana.

—Siera —susurro Siera —llámame Siera —dijo al tiempo que acostaba a Anya junto a Aryssa.

—Promete que los cuidaras, no dejes que nada malo les pase.

—Lo prometo.

—Promete, promete que le dirás a Robert, que este es mi último regalo, hazlo prometer que se hará cargo de ellos.

—Así será— respondió Siera viendo como poco a poco la luz se apagaba de los ojos de Aryssa, aquella luz que les daba el aspecto de vino a la luz del sol.

Siera tomo a los bebes, quien al percibir que su madre se había ido comenzaron a llorar en sintonía. Siera lleno las canastas con las almohadas, atando cada una a los costados de uno de los caballos. La lluvia había parado, pero había dejado un clima frio. Siera cubrió a los bebés para después envolverse en la capar y montar el caballo.

Julián había tenido razón, a lo lejos la oscuridad del ocaso era perturbada por la luz de varias antorchas. Siera extendió la capa sobre las canastas, protegiendo a los bebés de lluvia que había caído atrapada en los árboles y caería mientras avanzaban en el bosque.

Antes de adentrarse en el bosque Siera volteo una última vez, viendo como Julián descansaba recargado en el árbol, su mano cubierta de sangre. Robert llegaría pronto y la tempestad que Julián había mencionado comenzaría. 

La asesina sin rostroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora