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Dos semanas habían pasado, y cada día Siera se preguntaba cómo es que Aryssa enfrentaría su final. Su estómago estaba más hinchado cada día, y Siera temía que el parto ocurriría antes de que el veneno estuviera listo.

Por las tardes Aryssa se sentaba en el jardín, platicando con Diana sobre cada tema que se le viniera a la mente. Fue así como Siera aprendió que Aryssa pertenecía a una de las más antiguas casas de Vheralya, el reino que se encontraba al otro lado del océano. Vheralya era conocida como la región de fuego, el norte siendo surcado por volcanes. Su gente tenía un aspecto característico ya que la mayoría contaba con rasgos que sugerían fuego. Aryssa era un ejemplo más que perfecto, su cabello y ojos eran del color del vino, un rojo oscuro que, aunque podía ser confundido con una luz deferente, brillaba cuando era acariciado por el sol.

Pero aún más característicos de Vheralya que su gente eran sus dragones. Bestias de diferentes tamaños que eran montados por sus jinetes. Normalmente los jinetes eran aquellos de sangre noble, aunque no era extraño que un plebeyo poseyera la magia necesaria en su sangre para conectarse con un dragón.

Vheralya era conocida por sus dragones. Tarias, un reino ubicado al sur del continente, era famoso por las habilidades de su gente para manejas las pociones y simples hechizos. Arcilia había sido famosa por las habilidades de su gente para cambiar su apariencia, las familias más nobles habían poseído la habilidad, hasta que esta fue desapareciendo poco a poco con cada generación. Varias familias se vieron extintas, hasta que no quedo nadie con sangre lo suficientemente pura para poseer la habilidad. O eso es lo que todos pensaban, lo que Siera les dejaría pensar.

Aun así, rastros de la magia que les había concedido esa habilidad podían ser encontrados en ciertas familias. La familia real, por ejemplo, era conocida por el peculiar rasgo del leve cambio que se percibía en algunas de sus características. El príncipe Robert era conocido por sus peculiares ojos, grises en su normalidad, pero cambiando a un color azul en ocasiones. Cabellos rubios que cambiaban a plateados, ojos cafés que adquirían tonos verdes, todas meras sombras de lo que Siera podía hacer. Rasguños que no se comparaban con las habilidades de Siera.

Era bien sabido en el reino que el rey se había obsesionado con regresarle a su línea la gloria que le pertenecía por derecho. Según lo rumores, en su juventud el rey había capturado a más de diez mujeres, todas sospechosas de poseer la magia necesaria en su sangre para restaurar las habilidades que se habían perdido hacia generaciones. Los rumores de lo que el rey había hecho con las mujeres eran muchos, ninguno agradable. Algunos decían que las que quedaron embarazadas murieron al dar a luz a bebés deformes que nunca estuvieron vivos en primer lugar. Otros que el rey las había matado si estas fallaban en concebir. Siera se había prometido a si misma nunca tener un hijo después de escuchar los rumores.

Durante las dos semanas que habían pasado el príncipe no había visitado, ni siquiera una vez. Pero Siera sabía que Aryssa y él se escribían casi a diario.

En una ocasión, a mitad de la tercera semana de su estadía en la casa de campo, Aryssa le comento a Diana lo que Robert le había dicho en su última letra: su padre llegaría a Niva tres días antes del festival de las linternas. El rey seria acompañado por su corte, Aryssa menciono unos nombres, muchos de los cuales a Siera no le importaron en lo más mínimo.


La asesina sin rostroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora